Mercede*s Pons

Mercede*s Pons

Las rutas de siempre con algo de aventura. Desde niña me gustó el contacto con la naturaleza. En aquellos días los padres nos llevaban al campo para que respiráramos aire puro y soltáramos espuelas.
Me gustaba recoger flores y tocar la tierra. El escenario eran los alrededores de Tentegorra y el camino que inicia la subida al collado del Roldán o el Mirador, como lo conocemos en Cartagena.
Cuando tenía trece años un buen día, mis mayores decidieron seguir la senda hasta el Mirador. Corría el año 1985. Y desde aquel día me enamoré del lugar. Cuando nos llevaban al parque de Tentegorra en aquellas excursiones de tortilla de patata y pollo frito con tomate y pimientos, yo con alguna excusa me perdía y me dirigía a mi Roldán. Al tiempo, mi curiosidad que aún conservo y sonrío ante el recuerdo, con el límite de tener que regresar y mi corta edad, me llevaban a investigar lo que aún hoy yo llamo , rinconcicos. Si supierais, cuántas alternativas hay a lo establecido!!!
Pasaron los años y me fui a estudiar a la Universidad. Mis quehaceres me alejaron de Cartagena y mis rinconcicos.
Y un día una compañera de trabajo me enseñó una foto donde mi vista pudo ver más allá del Mirador y todo lo que abarcaba hasta cabo Tiñoso. Me quedé boquiabierta y decidí que tenía que verlo con mis propios ojos. Me regaló una foto que aún inmenso. Azul penetrante. Bello como el silencio de ese mar que abrazaba todo el litoral y sus montes.
Lo vi, ya lo creo. Y no solo todo aquello sino más allá de sus límites.

Han pasado casi veinte años y desde entonces he recorrido de lado a lado nuestro litoral con la sorpresa e ilusión de que hay decenas de rinconcicos que aún no conozco.


Poco a poco os lo iré trayendo aquí. Y no solo de nuestra Cartagena sino de aquellos lugares que tengo la suerte de recorrer con los amigos que en estos caminos hice.

Unas veces caminaréis conmigo, otras me pondré más atrevida y haremos unas buenas trepadas. O incluso un barranco.
Todo sencillo dentro de su dificultad técnica. Siempre fui de natural miedosa y prudente, pero intento superar las barreras que me autoimpongo.

Descubrí además y quizás lo más importante. Algo que intento transmitir a quienes me rodean y que algún día si alguien me lee, impregne sus ganas con mi mensaje.

La montaña sana el alma.
Es un ejercicio físico, si, cultiva nuestros cuerpos, pero también una peregrinación a nuestro interior.
He llorado y he reído por cada una de sus piedras. Le he contado mis vivencias al aire.
Seguramente me entendéis, pues es condición humana.

El canto libre y alegre de los pajaricos me devuelve la ilusión por la vida. Cada estación tiene sus trinos.

Los animalicos que están y no vemos y solo a veces tenemos la suerte de cruzarnos. Últimamente veo familias de cabras montesas por La Muela más escondida.

La visión de nuestro mar mediterráneo; su olor salobre, su tacto, su sabor.

El aroma de las plantas tan nuestras, persistente como su propio aferrarse a la tierra apenas sin agua.

El camino de la vida como el de la montaña, se recorre con el corazón. Ahora lo sé.

Desde mi cariño hacia todo lo que representa este mundo, os dejo estas letras.

Vamos!!!! A Caminar!!!

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