Visitando con Juan el puerto de Contreras y descubriendo caminos asfaltados por Venta del Moro
near Pontón, Valencia (España)
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Itinerary description
Aunque la ruta de ir de Sagunto a Quart de les Valls por el barranco del Codoval lo tengo más visto que el tebeo, la ocasión de salir con mis amigos de El Perro Verde almorzando en un bar, como un señor, se me hace irrechazable. Más aún cuando siempre estoy dando la tabarra con el tema… La ida fue al ritmo habitual: sin ir en plan marcha, tampoco hubo que esperar a nadie. El problema fue la vuelta. Era aún temprano y a muchos nos tentaba la idea de subir de una vez por todas al Montepicayo, pero finalmente sólo unos pocos fuimos a conquistar su cima. Por supuesto fuimos los que estamos más en forma o al menos le echamos más ganas. Y si a subirla a buen ritmo le unimos una vuelta a Valencia alcanzando velocidades propias de bici de carretera tenemos un problema: agotamiento.
Agotado y agarrotado estaba el domingo, pero aún así Juan y yo cogimos el coche para plantarnos en la pedanía requenense de El Pontón, y tras tomarnos un café nos pusimos en marcha con destino a Contreras. La ida la hicimos por el camino que me conozco ya casi de memoria. La carretera de la vega del Magro, pasando por las pedanías de Requena y el camino de Los Corrales y Las Casas se nos pasó volando. Yo de vez en cuando decía: «recuerda que nos quedan más de cien kilómetros por delante» pero nada, no había manera de bajar un poco la velocidad. Y eso que pese a ser poco perceptible, nuestro camino no deja de ascender.
Pero al llegar a Las Cuevas y tomar el camino de Fuenterrobles (el que pasa por Hoya de Cadenas) pasamos de tener frío a tener un calor agobiante. Los últimos metros antes de pasar el collado se hicieron largos pero pudimos disfrutar de una bajada divertidísima hasta el pueblo. La carretera está bien, pero en cuanto la bici sobrepasa los cincuenta o incluso los sesenta por hora, cualquier pequeño bache que pueda haber en el camino nos podría dar un susto de órdago.
A continuación llegamos a Villargordo y aunque no lo parezca por la poca distancia que llevábamos, al habernos levantado a las seis de la mañana teníamos un hambre que casi nos entraban ganas de hacer a la parrilla las alimañas muertas que veíamos por el camino. Un almuerzo con Juan tiene el peligro de acabar con el cuerpo más alcoholizado de lo recomendable —tanto por el terreno deportivo como por el legal— pero esta vez yo al menos he cumplido. Con tan sólo un tercio de cerveza y un chupito de mistela emprendemos camino a las cuestas de Contreras. Ahí nos encontramos con otra peña ciclista, subiendo en sentido contrario al nuestro. Poco después de pasar por Fuenterrobles nos encontramos otra y como siempre, aunque me quiera fijar para ver de dónde son, no hay manera de verlo en tan poco tiempo y con el nombre del club camuflado entre tanto patrocinador.
La bajada de Contreras es perfecta. Primero un poco de subida para acostumbrarse a ese asfalto de hace cincuenta años. Después, un poco de curvas para no confiarse, y por último, una recta espectacular donde poner la bici a lo máximo que se pueda, mientras las ruedas no paran de vibrar y ves como el puente de los Siete Ojos de Lucio del Valle se va acercando cada vez más. Aquí paramos a hacer unas cuantas fotos, pero en vez de hacerlas durante la bajada, o enfocando aguas abajo en las hoces, tomamos como fondo el mostrenco de la presa de Contreras, un mazacote de hormigón que destrozó el valle, y para colmo mal hecho pues nunca se podrá llenar a más de la mitad de su capacidad a riesgo de que se derrumbe.
Tras cruzar el puente comenzaremos la tortuosa subida entre curvas y más curvas, pasando por la venta de Contreras hasta la N-III, hoy en día prácticamente vacía. Tras una pequeña bajada cruzaremos la presa y los espeluznantes túneles, con su zumbido de ultratumba y volveremos a subir a Villargordo. Aquí Juan ya tomó la delantera y no volví a alcanzarlo en lo que quedaba de jornada. Estaba oficialmente reventado.
A partir de este momento, la ruta recorre lugares inexplorados para los dos. Sin necesidad de entrar de nuevo a Villargordo giraremos a la derecha y tomaremos un camino que llega a Venta del Moro. Una suave subida unido a un odioso viento de frente hizo que alcanzar el pueblo fuera desesperante. Suerte que en unos cuatro kilómetros empieza una bajada hasta el pueblo. Allí encontraremos una fuente al lado de un campo de fútbol cuyo terreno parece sacado del campo de batalla de Verdún. Es el lugar ideal para tomarnos algunos geles de esos que no quitan el hambre y confunden a tu cuerpo subiendo la glucosa de la sangre para al rato tener un bajón mucho peor.
En vez de ir directos a El Pontón por la CV-455, llegando en 23 kilómetros, daremos una vuelta por el camino de los Pedriches. Como todo puede empeorar, a la altura de la cantera de la Serratilla el desviador de mi bicicleta decidió dejar de funcionar. Hace tiempo que el movimiento de maneta para poner el plato grande era cada vez más duro, pero directamente se bloqueó. Por si fuera poco el cansancio, ahora problemas técnicos. Si a la hora de subir ya iba lento, ahora sólo podría bajar como máximo a la velocidad que la bici alcance cayendo cuesta abajo.
El día nos tenía reservada otra sorpresa. La carretera pasa por la aldea ¿abandonada? de Los Pedriches. ¿Qué tiene de especial? Cinco de las ocho fincas que forman este pequeño caserío fue comprado a cuatro mujeres mediante una sociedad pantalla por ¡neofascistas ingleses e italianos!
Allí, entre pintadas de «nazis mandan» y «viva Franco» querían montar un santuario tercerposicionista y cristofriki habitado por una nueva raza de camaradas, hombres libres y puros… Todo muy delirante. Incluso estaban en el ajo Roberto Fiore y Massimo Morsello, fugados de la justicia italiana por el atentado de la estación de Bolonia, con 85 muertos. Todo paz y amor. Recomiendo encarecidamente la lectura de este artículo o este otro sobre el caso. Por más que miramos no vimos ninguna esvástica pintarrajeada en ningún muro.
Continuamos y al llegar al cruce con la CV-452, giraremos a la derecha en dirección a Los Marcos. Poco antes de llegar pasamos por debajo lo que era claramente un paso inferior ferroviario… ¿Pero aquí? Al final haciendo memoria recordé que podría ser del ferrocarril inacabado y abandonado de Baeza a Utiel.
Quedaban unos diecisiete kilómetros para acabar y estar pedaleando con el plato pequeño me estaba agotando tanto física como mentalmente. Volvía a tener un hambre atroz, no estaba totalmente recuperado de el constipado que me tocó soportar toda la semana… Todo en contra. Necesitaba parar de nuevo. Estaba tan cansado que sobre la bici guardaba mejor el equilibrio que de pie. Otra parada para engañar al cuerpo con un gel —con lo práctico que es llevar un par de sándwiches en el bolsillo trasero— y con la cabeza más relajada afrontamos los últimos kilómetros de sufrimiento.
Aunque en un principio parece que ni cien kilómetros sean muchos, ni el desnivel exagerado, a la hora de la verdad lo que más influye es que tengas un día propicio. Si no, no hay nada que hacer.
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