Vuelta a la Zaragoza Romana. Caesaraugusta
near Casco, Aragón (España)
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La estatua de César Augusto no siempre ha estado donde hoy la vemos, junto a las Murallas. A lo largo de las décadas ha viajado por otros puntos de Zaragoza. Sin embargo, su viaje comenzó muy lejos de aquí: en Roma.
A estas alturas pocos zaragozanos ignoran que el nombre de la ciudad deriva del topónimo latino: Caesaraugusta. Un nombre heredado directamente del emperador César Augusto que reinaba en el inmenso Imperio Romano en el año de la fundación de Zaragoza, más o menos en el 14 antes de Cristo.
En cualquier museo de la ciudad que muestre los vestigios arqueológicos se evoca a este personaje. También en lugares como Puerta Cinegia, en el nombre de centros educativos o una importante calle del casco antiguo lleva su nombre. Y por supuesto, hay una escultura en su honor en la propia Avenida César Augusto, junto a las Murallas y a un paso del Mercado Central. Pero curiosamente esa escultura no la encargaron, ni hicieron los zaragozanos. Fue regalo venido desde la propia Roma. Eso sí, de la Roma de 1940 gobernada por Benito Mussolini.
Ese periodista de ideología socialista que con el paso de los años se convirtió en un histriónico y peligroso dictador fascista, tenía como meta recuperar los viejos laureles imperiales. Y en sus delirios ansiaba emular a los grandes emperadores romanos. Entre los cuales, había uno que le inspiraba de forma recurrente. Obviamente ese era César Augusto.
De manera que en un arranque de generosidad propagandística, decidió que gran parte de Europa también lo identificara con aquel gobernante mítico. Y para ello ordenó que se hicieran réplicas del Augusto de Prima Porta, una escultura romana que hoy se conserva en los Museos Vaticanos. Hizo decenas de copias y en 1940 las envió a lugares del continente fundados o estrechamente ligados con el emperador más longevo de la historia romana.
Dada la situación prebélica, ni se le ocurrió hacer esas esculturas en materiales nobles. Se usó plomo, pero el metal era lo menos importante. La clave era el mensaje. Vincular su nombre con ese símbolo del buen gobernante. Por un lado, capaz de guerrear y vencer a los enemigos, tal y como se ve en los relieves que adornan su coraza. Por otro, la toga de senador lo convierte en un legislador dialogante y convincente. Y por último, su pose de avanzar con un brazo en alto lo muestra como alguien capaz de arengar y dirigir al pueblo.
En definitiva, que Mussolini quería todo el mundo lo relacionara con ese poderío. Y por ello, esta escultura llegó a Zaragoza. Ya solo faltaba que los ediles locales le buscaran acomodo al regalo. Y no podía ser un emplazamiento cualquiera por dos motivos. En primer lugar, porque no deja de ser un monumento en honor del fundador de la urbe. Y en segundo, porque no hay que obviar la afección del régimen español con el fascismo de Italia.
Se colocó la efigie en un punto destacado de entonces, y también de ahora. La plaza Basilio Paraíso, la cual era muy distinta a como la vemos ahora. Por entonces había menos tráfico y más jardines, así que aprovechando uno de los parterres centrales se levantó un pedestal pétreo y se colocó encima al emperador. Bien visible desde cualquier punto.
Allí permaneció una década. Pero la reforma de la plaza, hizo que se le bajara del pedestal y se decidiera llevarla hasta las murallas. Pero no al lugar donde está ahora. Sino más cerca de la Torre de la Zuda y mirando hacia San Juan de los Panetes. Además se hizo toda una escenografía en su honor, con un nuevo pedestal flanqueado por columnas de aires clásicos.
No obstante, hubo un momento que se decidió volver a moverla y se trasladó hasta la plaza del Pilar, al zaguán del propio Ayuntamiento. Fue algo temporal, como ya imagináis. A cambio, hoy en el interior de la Casa Consistorial hay otra réplica a menor tamaño que realizó en 1976, el escultor Paco Rallo. El mismo de obras que todos conocemos como los Leones del Puente de Piedra o las esculturas de las Musas que coronan la fachada del Teatro Principal.
Pero no nos despistemos y sigamos el periplo del emperador por el callejero zaragozano. Tras ese tiempo a cubierto en el Ayuntamiento, se le devolvió a su emplazamiento original. Es decir, a la Plaza Paraíso, dominada entonces por una gran fuente central. Así que en uno de los lados más próximos al Paraninfo, volvió a erguirse la escultura.
Allí estuvo hasta finales de los 80, cuando se instaló de nuevo junto a las Murallas. Ahora ya en su ubicación actual. Solo se ha movido de ahí en dos ocasiones. Una para hacer unos moldes de la misma. Y también se protegió temporalmente durante las obras del tranvía que cambiaron por completo el entorno de la escultura. Desaparecieron los grandes arcos que simulaban cobijar la figura y también se quitó el pequeño estanque de agua que la rodeaba. Pero de momento parece que el gran César Augusto, alzado sobre un pedestal de piedra de Calatorao, ha encontrado por fin su sitio en su bimilenaria colonia a orillas del Ebro.
Aunque nunca se sabe qué reforma urbanística afectará al mismísimo emperador y le obligará, una vez más, a cambiar de residencia.
A estas alturas pocos zaragozanos ignoran que el nombre de la ciudad deriva del topónimo latino: Caesaraugusta. Un nombre heredado directamente del emperador César Augusto que reinaba en el inmenso Imperio Romano en el año de la fundación de Zaragoza, más o menos en el 14 antes de Cristo.
En cualquier museo de la ciudad que muestre los vestigios arqueológicos se evoca a este personaje. También en lugares como Puerta Cinegia, en el nombre de centros educativos o una importante calle del casco antiguo lleva su nombre. Y por supuesto, hay una escultura en su honor en la propia Avenida César Augusto, junto a las Murallas y a un paso del Mercado Central. Pero curiosamente esa escultura no la encargaron, ni hicieron los zaragozanos. Fue regalo venido desde la propia Roma. Eso sí, de la Roma de 1940 gobernada por Benito Mussolini.
Ese periodista de ideología socialista que con el paso de los años se convirtió en un histriónico y peligroso dictador fascista, tenía como meta recuperar los viejos laureles imperiales. Y en sus delirios ansiaba emular a los grandes emperadores romanos. Entre los cuales, había uno que le inspiraba de forma recurrente. Obviamente ese era César Augusto.
De manera que en un arranque de generosidad propagandística, decidió que gran parte de Europa también lo identificara con aquel gobernante mítico. Y para ello ordenó que se hicieran réplicas del Augusto de Prima Porta, una escultura romana que hoy se conserva en los Museos Vaticanos. Hizo decenas de copias y en 1940 las envió a lugares del continente fundados o estrechamente ligados con el emperador más longevo de la historia romana.
Dada la situación prebélica, ni se le ocurrió hacer esas esculturas en materiales nobles. Se usó plomo, pero el metal era lo menos importante. La clave era el mensaje. Vincular su nombre con ese símbolo del buen gobernante. Por un lado, capaz de guerrear y vencer a los enemigos, tal y como se ve en los relieves que adornan su coraza. Por otro, la toga de senador lo convierte en un legislador dialogante y convincente. Y por último, su pose de avanzar con un brazo en alto lo muestra como alguien capaz de arengar y dirigir al pueblo.
En definitiva, que Mussolini quería todo el mundo lo relacionara con ese poderío. Y por ello, esta escultura llegó a Zaragoza. Ya solo faltaba que los ediles locales le buscaran acomodo al regalo. Y no podía ser un emplazamiento cualquiera por dos motivos. En primer lugar, porque no deja de ser un monumento en honor del fundador de la urbe. Y en segundo, porque no hay que obviar la afección del régimen español con el fascismo de Italia.
Se colocó la efigie en un punto destacado de entonces, y también de ahora. La plaza Basilio Paraíso, la cual era muy distinta a como la vemos ahora. Por entonces había menos tráfico y más jardines, así que aprovechando uno de los parterres centrales se levantó un pedestal pétreo y se colocó encima al emperador. Bien visible desde cualquier punto.
Allí permaneció una década. Pero la reforma de la plaza, hizo que se le bajara del pedestal y se decidiera llevarla hasta las murallas. Pero no al lugar donde está ahora. Sino más cerca de la Torre de la Zuda y mirando hacia San Juan de los Panetes. Además se hizo toda una escenografía en su honor, con un nuevo pedestal flanqueado por columnas de aires clásicos.
No obstante, hubo un momento que se decidió volver a moverla y se trasladó hasta la plaza del Pilar, al zaguán del propio Ayuntamiento. Fue algo temporal, como ya imagináis. A cambio, hoy en el interior de la Casa Consistorial hay otra réplica a menor tamaño que realizó en 1976, el escultor Paco Rallo. El mismo de obras que todos conocemos como los Leones del Puente de Piedra o las esculturas de las Musas que coronan la fachada del Teatro Principal.
Pero no nos despistemos y sigamos el periplo del emperador por el callejero zaragozano. Tras ese tiempo a cubierto en el Ayuntamiento, se le devolvió a su emplazamiento original. Es decir, a la Plaza Paraíso, dominada entonces por una gran fuente central. Así que en uno de los lados más próximos al Paraninfo, volvió a erguirse la escultura.
Allí estuvo hasta finales de los 80, cuando se instaló de nuevo junto a las Murallas. Ahora ya en su ubicación actual. Solo se ha movido de ahí en dos ocasiones. Una para hacer unos moldes de la misma. Y también se protegió temporalmente durante las obras del tranvía que cambiaron por completo el entorno de la escultura. Desaparecieron los grandes arcos que simulaban cobijar la figura y también se quitó el pequeño estanque de agua que la rodeaba. Pero de momento parece que el gran César Augusto, alzado sobre un pedestal de piedra de Calatorao, ha encontrado por fin su sitio en su bimilenaria colonia a orillas del Ebro.
Aunque nunca se sabe qué reforma urbanística afectará al mismísimo emperador y le obligará, una vez más, a cambiar de residencia.
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