Tetuán (varias puertas, con el Moralo)
near Bab Nouader, Tanger-Tetouan-Al Hoceima (Morocco)
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Itinerary description
A las 17:17 de esta tarde primaveral estaba Josito, el Moralo, ocupando terreno en Pabellones, encuentro de caminantes y reposo final.
Que si vamos por aquí, o por allí, o qué más da, el caso es que en un santiamén nos encajamos en el Centro Lerchundi, en donde un letrero nos anunciaba que estaría cerrado hasta el día nueve, «ah vale, vacaciones escolares marroquíes».
De allí a la Plaza Primo son dos segundos mal contados. Ya el gentío callejeaba y uno de los locos oficiales (barba abandonada y muleta diestra, por pierna encogida) vociferaba algo terminado en jamdulilá, y ya se sabe que le asiste la razón, como a don Quijote cuando declamaba:« La razón de la sinrazón que a mi razón se face, de tal manera que mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura» y a Sancho se le caía la baba de ver a tan valeroso caballero esgrimir razones tan ciertas.
Y razones lingüísticas e idiomáticas nos acercaron a la biblioteca del Cervantes, no sin antes saludar al Ave Fénix, ángel exterminador y futuro justiciero de pecadores irredentos, allí, una puerta chirriante levantó la cabeza de los aplicados lectores y nosotros le dijimos a Almudena que si el tres en uno, o algo así.
La primera puesta fue la Ruagh, del viento, y qué de gente que iba y venía. Como a mitad de la calle del oro nos pasó un perfume sin pañuelo y todo el mundo, venga a mirar y mirar, como si no hubiera un mañana, nosotros a lo nuestro hasta desembocar en Bab Okla y en sus salones de bodas, Al Woroud y otros. Dale que te dale hasta la siguiente puerta, Bab Saida, después Bab Jalif, y en el medio la Puerta de Ceuta. Después de unas returtubiñas por la calle Ntifi y las aledañas nos fuimos al cementerio: un entierro en la parte nueva, unas cabras desbrozando las sepulturas, un ciego pedigüeño, un rezador al que siempre veo sentado al lado de la misma tumba, un trasiego constante de atrochadores de un lado para otro, en fin lo habitual. Estos muertos no están solos.
— ¿Y si vamos al cementerio judío? —aunque me acordé de los perritos maleducados que nos recibieron a Jaime a mí de muy malas maneras.
Decidimos dejarlo, mientras, un entierro moderno llevaba a otro finado. Y en estas que a Josito lo saluda un morito que había vivido en Navalmoral, y que era un prenda, y apuntaba maneras desde los catorce años, hasta que consiguió con sus obras piadosas y caritativas que lo deportaran. Pobrecito, qué injusto es el mundo y qué crueles los hombres (y las mujeres, algunas). Entonces decidimos ascender, hasta el colegio Ahmed el Bakal, por unas escaleras que ríete tú, de las que van del instituto a la mezquita. Y allí en lo alto, con Tetuán a nuestros pies, buscábamos puntos de referencias, que si aquello es Coelma, que allí está el campo de futbol, que aquello es el puente, que por allí está Zarka, que Tamuda cae para este lado…
En la bajada por la calle Mafoud nos saludó un paisano de bigote entrecano y cara redonda.
—Ahí está el tesoro de Franco —dijo, señalando al antiguo cuartel de Regulares.
Nosotros le dijimos sí, y como vio que no le hacíamos ni puto caso se explayó:
—Francisco Franco y el espía que sí, Alfonso XIII, ahí está.
Le dimos un quiebro para bajar por otra calle, y, como vio el desprecio, empezó a despotricar y sé que dijo, por lo menos, msiek jara porque unos niños que jugaban en la calle se desternillaron de risa.
Nosotros a lo nuestro, bajar y bajar, hasta que llegamos a Bab Nuader, por allí andaba el doctor Abdeluaheb al que saludé. Para hacer más camino, nos fuimos hasta la mezquita del barrio Málaga y de desde allí enfilamos hasta nuestras respectivas casas.
Que si vamos por aquí, o por allí, o qué más da, el caso es que en un santiamén nos encajamos en el Centro Lerchundi, en donde un letrero nos anunciaba que estaría cerrado hasta el día nueve, «ah vale, vacaciones escolares marroquíes».
De allí a la Plaza Primo son dos segundos mal contados. Ya el gentío callejeaba y uno de los locos oficiales (barba abandonada y muleta diestra, por pierna encogida) vociferaba algo terminado en jamdulilá, y ya se sabe que le asiste la razón, como a don Quijote cuando declamaba:« La razón de la sinrazón que a mi razón se face, de tal manera que mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura» y a Sancho se le caía la baba de ver a tan valeroso caballero esgrimir razones tan ciertas.
Y razones lingüísticas e idiomáticas nos acercaron a la biblioteca del Cervantes, no sin antes saludar al Ave Fénix, ángel exterminador y futuro justiciero de pecadores irredentos, allí, una puerta chirriante levantó la cabeza de los aplicados lectores y nosotros le dijimos a Almudena que si el tres en uno, o algo así.
La primera puesta fue la Ruagh, del viento, y qué de gente que iba y venía. Como a mitad de la calle del oro nos pasó un perfume sin pañuelo y todo el mundo, venga a mirar y mirar, como si no hubiera un mañana, nosotros a lo nuestro hasta desembocar en Bab Okla y en sus salones de bodas, Al Woroud y otros. Dale que te dale hasta la siguiente puerta, Bab Saida, después Bab Jalif, y en el medio la Puerta de Ceuta. Después de unas returtubiñas por la calle Ntifi y las aledañas nos fuimos al cementerio: un entierro en la parte nueva, unas cabras desbrozando las sepulturas, un ciego pedigüeño, un rezador al que siempre veo sentado al lado de la misma tumba, un trasiego constante de atrochadores de un lado para otro, en fin lo habitual. Estos muertos no están solos.
— ¿Y si vamos al cementerio judío? —aunque me acordé de los perritos maleducados que nos recibieron a Jaime a mí de muy malas maneras.
Decidimos dejarlo, mientras, un entierro moderno llevaba a otro finado. Y en estas que a Josito lo saluda un morito que había vivido en Navalmoral, y que era un prenda, y apuntaba maneras desde los catorce años, hasta que consiguió con sus obras piadosas y caritativas que lo deportaran. Pobrecito, qué injusto es el mundo y qué crueles los hombres (y las mujeres, algunas). Entonces decidimos ascender, hasta el colegio Ahmed el Bakal, por unas escaleras que ríete tú, de las que van del instituto a la mezquita. Y allí en lo alto, con Tetuán a nuestros pies, buscábamos puntos de referencias, que si aquello es Coelma, que allí está el campo de futbol, que aquello es el puente, que por allí está Zarka, que Tamuda cae para este lado…
En la bajada por la calle Mafoud nos saludó un paisano de bigote entrecano y cara redonda.
—Ahí está el tesoro de Franco —dijo, señalando al antiguo cuartel de Regulares.
Nosotros le dijimos sí, y como vio que no le hacíamos ni puto caso se explayó:
—Francisco Franco y el espía que sí, Alfonso XIII, ahí está.
Le dimos un quiebro para bajar por otra calle, y, como vio el desprecio, empezó a despotricar y sé que dijo, por lo menos, msiek jara porque unos niños que jugaban en la calle se desternillaron de risa.
Nosotros a lo nuestro, bajar y bajar, hasta que llegamos a Bab Nuader, por allí andaba el doctor Abdeluaheb al que saludé. Para hacer más camino, nos fuimos hasta la mezquita del barrio Málaga y de desde allí enfilamos hasta nuestras respectivas casas.
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