Sfax-La Medina i El Port

Duro se hace el transporte hasta nuestro destino, a falta de enlaces directos, soportamos escalas, controles, colas y mas colas. Mas duro se les antoja a los enamorados, que se funden en un interminable abrazo sin fin en la sala del aeropuerto. Tras un corto trayecto nos reciben cordialmente y tras ceremoniosos saludos, nos lucimos señalándoles por el nombre. Gentes, lugares y costumbres diferentes, no son una barrera, mas si el idioma, así que gracias a los traductores, intercambiamos presentes y parabienes. Todo nos dan y recibimos con humildad, rechazando energicamente odiosas comparaciones, que ensalzando nuestro origen , menoscaban el suyo. Lo agradecen de inmediato, reconociendo semejanzas de carácter y sentido del humor. Recalcamos los similares platos que degustamos, como el arroz con pollo que tan gustoso cocinaba nuestra madre. Comida tras comida, entre risas y chanzas, se prometen los jóvenes, y aunque no asoman lágrimas entre los presentes, si la ilusión y , como no, el sentimiento de relativa pérdida de los que echarán a volar, cuando intercambian anillos. Otro banquete , entre mundiales de futbol, reafirma el compromiso y a cada plato (torta de pan, dulce ensalada, parrillada de carne y mariscada) la semejanza entre las gentes del Mediterráneo, a las que en este caso, sólo les diferencia el agua con que riegan los bocados. Poco de la ciudad hemos visitado, pero no era ese el motivo del viaje. La Medina, Los Puertos y aledaños cubren el expediente. Y para estar como en casa, nada mejor que unas compras en el Carrefour, donde marcas y productos familiares, restañan la lejanía. Toca partir de regreso a nuestra lejana patria. Abrazos, besos y alguna làgrima, ahora si, nos despiden deseando nuestro pronto regreso.