Málaga-Paseando por sus calles del Castillo a la Alcazaba

Luminosa, mediterránea y cosmopolita, Málaga nos acoge con los brazos abiertos, aunque con mucho calor, bullicio humano y rumor de tráfico. Elegimos subir al Castillo de Gibralfaro por la Coracha, a primera hora de la mañana para acometer la única subida de la ruta con menor temperatura, y menos colas y apreturas en la visita. No desmerece a otras pendientes que hemos afrontado en nuestros paseos por la montaña, pero al ser gradual y el camino enlosetado, avanzamos sin apenas pausa, salvo aquellas obligadas para disfrutar de las vistas y llevarnos de recuerdo las imprescindibles autofotos. Nos agrada ver las murallas de la Alcazaba, del Castillo, de la Catedral y las panorámicas de Málaga y su puerto, desde el Mirador de Gibralfaro. En la taquilla de entrada, unos señores se ofenden porque la encargada les recuerda que deben justificar que son jubilados para obtener descuento, entendemos que sin ánimo de menosprecio aunque con poco don de gentes, dado que a nosotros no se nos exige ni nadie lo comprueba, y se marchan , después de semejante subida, lanzando improperios y con mucho resquemor. Olvidado el incidente, nos detenemos en el Centro de interpretación mirando maquetas, armas y soldados de diferentes épocas disfrazados. Recorremos el recinto, jugando como niños a asomarnos a las almenas gritando "Que viene el enemigo" , quien quiera que fuese. Disfrutando de la refrescante brisa y de las vistas, ponemos colofón saliendo por donde entramos, y descendemos hasta la Alcazaba, hervidero de grupos de turistas, que por su estrechez, obliga a ceder el paso en cada puerta que hay que franquear. Asombrosas estancias, jardines, fuentes y patios, que aunque sin los surtidores en marcha, nada envidian a la Alhambra. Ojeamos los restos del Teatro Romano, sin ser capaces de resolver donde iba cada piedra, admiramos el Museo de Málaga o Palacio de la Aduana por todos sus frentes, y quedamos empequeñecidos ante la Catedral de la Encarnación, rodeando su celestial contorno, para dedicarnos a prosaicas tareas de hidratación y nutrición. No en vano la zona del Mercado bulle de vida dentro y fuera, las mesas ocupadas por foráneos y autóctonos, que ociosos pero interesados, son espéctaculo los unos de los otros. El Paseo del Parque y sus majestuosos edificios, nos encaminan hacia el puerto, el Centre Pompidou, y aunque no figuraba en la ruta, el Muelle Uno. Centro comercial con amplia oferta lúdica, donde parece que muchos visitantes buscan los cubos llenos de heladas cervezas que allí ofrecen, mientras miran hacia el mar, el faro, los barcos, y el animado paseo. No nos queda sino echar un rápido vistazo a todo lo recorrido, recordar todo lo acontecido, y lamentando no disponer de tiempo, emprender el regreso.