Los Chorros del río Mundo y sus alrededores

6 de diciembre de 2016 Una excursión corta, de unas cuatro horas, pero bonita y aprovechada.

Se preveían problemas en los Chorros del Río Mundo. Las lluvias tardías del otoño habían henchido de agua el terreno, y los Chorros habían "reventado", lo que quiere decir que se convertirían en un espectáculo de cascadas y ruido. Como no suele pasar muchas veces, y estamos en el puente de diciembre, lo lógico es que acudiese todo el mundo a verlo, aunque esto supusiera que el acceso al paraje fuera difícil porque está controlado y cuando pasan el número de coches tasado hay que esperar a que vayan saliendo.

Así que aparcamos a primera hora en La Casa de la Noguera, un pueblo a solo un km de Riópar, que nos permitiría hacer una travesía de tamaño medio, autorizada para todos los públicos.

Bajamos al río, que venía desaforado, y tras cruzar el puente comenzamos a subir por el camino de la margen derecha. La vegetación de ribera, exhuberante todavía a estas alturas del otoño. Algunos lugareños andaban buscando "guiscanos", que seguramente se les resistirían por lo avanzado de la estación.

El camino transcurre a la vera del río y es muy suave: chopos, pinos, quejigos y todas las matas de estas tierras, desde los helechos hasta la retama, pasando por el omnipresente romero. De pronto, al subir un promontorio, se nos ofreció el espectáculo maravilloso de la cascada manando de la cueva, llenando todo el espacio posible y despeñando una cortina de agua blanca que contrasta con el color gris oscuro de la roca que forma el circo de Los Chorros.

Como no se podía cruzar el río, que en la cabecera discurre por múltiples brazos de agua de un tono ligeramente verdoso, como si disolviese sales de cobre, tuvimos que subir hasta la primera pasarela, atestada de fotógrafos que deseaban inmortalizar el momento. He cargado algunas fotografías como prueba.

Después de la primera pasarela subimos a la segunda, por encima del primer vaso donde se derrama la catarata. El agua saltaba más allá de los maderos de la pasarela y nos salpicaba un sirimiri de abajo arriba.

Por último ascendimos las escaleras que lleva al segundo mirador, bajo la manta de agua. Como es difícil describirlo, he cargado un vídeo de poco más de medio minuto en youtube. Puedes verlo entre las fotos.

No obstante, ese es el camino marcado, no el único. Si te interesa, caminante, puedes perderte por el paraje para ver el agua desde cualquiera de los rincones. Desde muchos de ellos el espectáculo es inimitable: una sinfonía de chorros de agua cantarines, que se desparraman por el llano. Muy a menudo, las nubes se mezclan con la roca, o le sirven de fondo a las piedras que suben hasta lo más alto, hasta que se confunden con el cielo.

Para ser justo con el paisaje, deberías pasar un par de horas apropiándote de todos los colores, de los ruidos, de los olores, de los cantos de los pájaros. Aunque el agua sea poca y caiga cansada desde la cueva, aunque los regatos estén casi secos, aunque los árboles hoy inundados estén sedientos por el estío, merece la pena invertir un rato recorriendo este imponente paraje de la Sierra del Segura.

La vuelta fue por la margen izquierda del río. Primero ganamos, por la antigua carretera de acceso, la entrada donde muchos coches esperaban su turno. Luego seguimos una pista que bajaba deprisa hasta el valle. Ahora la vegetación eran solo pinos, pero altos y con mucha sombra.

Regresamos a La Casa de la Noguera con tiempo para volver a comer, sobre las 13:30. En casa, en Benatae, nos habían preparado una corvina, de la que dimos buena cuenta, así como del "ajo atao" (patatas, aceite y huevo) que la acompañaba.