Regresar a Donde Jamás he Estado. El Rodadero, Cerros de Santa Marta, Playa Inca Inca, La Picúa. Marzo de 2024

Carpe Diem. No dejaré que se acabe este último día en el mar, sin crecer y creer un poco y sin ser feliz, sin atizar los sueños, resistiendo con fuerza a la incredulidad y al desgano. Nadie, a pesar de las negativas me impedirá lo que deseo para hoy y con apoyo o sin él, lo haré y ni siquiera importa el poco tiempo; lo lograré.

Creo que esta creencia poética de regresar a donde jamás se ha estado, existe y se hará realidad, mejorando un poco más, mi ya apacible y feliz mundo, amando mi presente y estar corriendo con pasión, sin importar el fuerte camino y sol. Alcanzaré por el árido sendero los oasis y los sueños, que me darán la libertad. Me gusta el silencio, pero hoy lo rompo mientras corro y luego escribo estas líneas y nunca volveré a emprender o progresar en el ridículo arte de la resignación, mas sí en la aceptación.

Creo en mí y en la vida que tengo por delante, sin importar que sean segundos o décadas; aprendí de los mejores maestros, los dolores y en lo posible, no permitiré reprobar esas lecciones otra vez, aunque por si acaso, la humildad estará en mi defensa cual escudo, cuando caiga de nuevo. Aprovecho este último día junto al mar y viviré.

El señor del tercer restaurante en el que lo intento, acepta venderme el almuerzo, guardar mi equipaje y esperar mientras regreso de esta última ruta bajo el medio día canicular de Santa Marta. Corro, esquivando turistas en la playa del Rodadero, pero poco después, un camino muy pendiente y agreste, ya fuera de la ciudad, me enseña a bajar el ritmo y a guardar fuerzas, aunque en la cima de esa primera cumbre, tengo el gran Caribe turquesa como el primero de los premios de hoy.

Inca Inca me sorprende para bien, aunque ni toco la tentadora agua por el escaso tiempo y una chica de ojos azules me sonríe al levantarle la cadena de acceso; ella entra y yo ese lugar dejo, para así volver entre espinas y arena al camino viejo, casi extinto. Esta, casi realidad metafísica, me hace ver como tengo que irme de un lugar paradisiaco, con el agua refrescante del mar, una bella mujer por conocer y buen resguardo del ardiente e implacable sol, que convertía mi paladar, en todo un Atacama y mi garganta un Karakum, solo para seguir por ese camino espinoso en fuerte pendiente, rocas sueltas y abismos, pero había un propósito más fuerte que las distracciones y todo se quedaba en esta metáfora de dicho inhóspito sendero, cual vida. Aquel segundo mirador me deja asombrado y por fin, a donde jamás he estado, llegaré; regresaré. (...)

Atravieso la montaña ya muerto mi correr por la inclemencia del cielo y caminando, desciendo por detrás del acuario, bordeo la playa y la Punta La Picúa y allí Playa Blanca aparece; me esperaba. Buscaba una casa donde mis padres habían vivido y fueron felices y era mi primera vez en aquel lugar, aunque al tiempo siento que ahí yo ya había estado y había sido feliz, como en un pasado, que nunca ha pasado por mí. Esas situaciones extrañas, aunque nunca en mala forma, donde no sé si por las fotos del viejo álbum familiar, que hace años no desempolvo y admiro, o por las historias de mi tía o mis padres allí, se había formado la imagen y el llamado de esta playa, donde imagino ver a mis hermanos mayores, mis padres y a mi hermosa tía Diva con su hijo en este mismo paisaje.

Tiene que ser aquí, veo las ventanas donde ellos alguna vez para una cámara posaron, felices, sonrientes y amados. La arena, se tiñe un poco de la llovizna breve de lágrimas, que me hace sentir más vida, amarles, recordarles, verles mientras todo bañista se esfuma y ellos reaparecen sonriendo en esta pintura y evocación, caminando entre el mar y la arena. Era esa la casa, donde un extraño instinto o llamado, me hizo encontrarla y allí hablar con su dueña y contarle la historia mientras me brindaba una helada cerveza. Mientras mis padres me observaban sonrientes desde la ventana, frente a mí, se rompía el hechizo al escuchar los altavoces del bote de la marina nacional, que pedía a los bañistas salir de la playa y embarcar hacia el puerto de la ciudad. Queda poco tiempo, según la hora impresa en mi tiquete de regreso. Miro alegre al lanchero y le digo, que hace más de cuarenta años, mi padre hacía lo mismo, traía y sacaba en lancha a la gente, de este paraíso.

Carpe Diem, aprovecho mi día, navegando de nuevo en la alegría de estar donde ellos estuvieron y yo, regreso a casa, maravillado y justo a tiempo.

Basado en el poema de presunta autoría de Walt Whitman.