230518
near Eslida, Valencia (España)
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Trail photos
Itinerary description
Gatos (continuación)
...Yves preparó la cámara y la colocó sobre la cómoda tras apartar la foto de Caroline. Después, haciendo mucho ruido, se sentó al lado de Agnès. A Agnès se le paró la respiración. Cuando las manos de ambos se tocaron se oyó el disparo.
–Tengo en casa uno de esos trastos para imprimir. Ya sabe, a los hijos siempre les sobra el dinero y nunca saben qué regalarme en Navidad. Se las traeré ahora mismo.
En el tiempo que tardó en volver Yves, Agnès metió un pastel al horno y en una cartulina que imitaba las vetas del papiro, escribió:
Se regalan cuatro adorables gatitos:
Dos blancos de pelo corto y otros dos grises atigrados.
Nacieron el 17 de septiembre. Para no perjudicar el destete los guardaré hasta al menos el 14 de noviembre.
Si desean reservar alguno, pueden contactarme en este número de teléfono: 0559202133
Solo le faltaba pegar la foto, hacer fotocopias y colocar los carteles en el supermercado, en la consulta del veterinario, en la panadería y en la estación de trenes.
Yves le trajo un buen número de copias, entre ellas una en la que aparecían los dos.
–De recuerdo, ya sabe.
La puso al lado de la foto de Caroline, en un marco que antiguamente contenía una foto suya cuando era joven.
Los repartió todos en menos de un mes. Pero nada más dar el último de los gatitos (a una pareja de Lesaka que a cambio le regaló una caja de Ferrero Rocher), Lili desapareció. Utilizó una de las fotos tomadas por Yves para hacer otro cartel y pegarlo en el barrio, pero pasaron semanas sin recibir ninguna llamada. El médico le aconsejó que para poder dormir, en vez de media, tomase la pastilla entera, y que para cansarse, no dejase de ir a la piscina.
Mañana y tarde, todos los días, Agnès daba una vuelta por el barrio. Revisaba los bajos de los coches, destapaba los cubos de basura, vigilaba los jardines. Cada vez que llamaba a la gata lo hacía con ilusión renovada.
Una tarde, Yves llamó a su puerta.
–Buenas tardes, señora Duhalde.
–Buenas tardes.
Agnès abrió la verja, pero el hombre no hizo amago de entrar.
–Es acerca de Lili. Aún no ha aparecido, ¿verdad?
–¿La ha visto? ¿Está bien?
Con el carraspeo de Yves Agnès se hundió.
–Creo que está en el sótano de mi casa. Debe de haber muerto hace tiempo, pero con este frío aún no ha comenzado a oler demasiado.
–¿Está seguro?
–Venga.
Agnès sintió la humedad de la hierba introduciéndose en sus zapatos. El hombre le tendió la mano para hacer el camino embarrado que llevaba hasta aquel lugar. Después apareció con dos copas de coñac y eran como los últimos invitados de una fiesta, cuando ya no queda ni la música.
–¿Está preparada?
–Sí, he tenido tiempo de prepararme para lo peor.
Antes de abrir la puerta del sótano, Yves tomó de la mano de Agnès la copa vacía.
–No tiene buen aspecto, pero es ella, créame, la conocía muy bien. ¿Está segura de querer verla?
Bajo la luz de una bombilla desnuda, Lili más parecía una alfombra de baño que una diosa felina. Había un cerco viscoso alrededor de ella, y a pesar de que las ventanas se hallaban abiertas, respirar aquella peste hacía daño. Agnès salió tosiendo.
–¿Está bien?
Agnès deseaba abrazarlo, pero en vez de eso, se sacó de la manga un pañuelo y se sonó los mocos.
–Quisiera enterrarla en casa –dijo Agnès al salir de aquel lugar.
–Yo me encargaré de todo, señora Duhalde –dijo Yves agarrando el mango de una pala.
–Lo haremos entre los dos.
Agnès trajo de su casa amoniaco, lejía, guantes, trapos, un balde y bolsas de basura. Se tuvieron que cubrir los pies con bolsas de plástico para limpiar el suelo.
–Es extraño, porque yo no utilizo matarratas… No entiendo qué ha podido suceder… –le dijo Yves.
–Qué andaría buscando…
Agnès abrió una bolsa de basura e Yves recogió con una pala los restos de Lili.
–¡Pesa lo mismo que un cachorro! –dijo Agnès.
Aitatxi los miró con dureza.
–Le traeré el pienso y las latas de sardina que me quedan, él sabrá agradecerlas.
–Señora Duhalde, quizá…
–No, este ha sido el último, no voy a tener más gatos.
El señor Dubois cavó un agujero bajo la higuera de Agnès mientras esta lo observaba. No hablaron, únicamente murmuraron un rápido rezo. Enterraron a Lili sin sacarla de la bolsa.
–Muchas gracias, señor Dubois, le agradezco mucho todo lo que ha hecho por mí.
–No faltaba más, señora Duhalde.
–La vida continúa, ¡qué le vamos a hacer!
–Así es como tiene que ser, sí.
–Que pase usted una buena noche, señor Dubois.
–Lo mismo digo, señora Duhalde.
Cada uno volvió a su casa, a su horario, a su terreno y a su marca de café. Al cabo de unos días, creyeron haber vuelto a la vida de antes de que nada sucediese, pero pasaron semanas sin poderse quitar de encima aquel olor.
Eslida
Mielmi
Mermelada de calabaza
La Cartuja (Altura)
PD. També vaig comprar de figa negra
I 🍯 mel de lavanda
Batalla (974)
IBP 157 (RNG) o 68 (HKG)
...Yves preparó la cámara y la colocó sobre la cómoda tras apartar la foto de Caroline. Después, haciendo mucho ruido, se sentó al lado de Agnès. A Agnès se le paró la respiración. Cuando las manos de ambos se tocaron se oyó el disparo.
–Tengo en casa uno de esos trastos para imprimir. Ya sabe, a los hijos siempre les sobra el dinero y nunca saben qué regalarme en Navidad. Se las traeré ahora mismo.
En el tiempo que tardó en volver Yves, Agnès metió un pastel al horno y en una cartulina que imitaba las vetas del papiro, escribió:
Se regalan cuatro adorables gatitos:
Dos blancos de pelo corto y otros dos grises atigrados.
Nacieron el 17 de septiembre. Para no perjudicar el destete los guardaré hasta al menos el 14 de noviembre.
Si desean reservar alguno, pueden contactarme en este número de teléfono: 0559202133
Solo le faltaba pegar la foto, hacer fotocopias y colocar los carteles en el supermercado, en la consulta del veterinario, en la panadería y en la estación de trenes.
Yves le trajo un buen número de copias, entre ellas una en la que aparecían los dos.
–De recuerdo, ya sabe.
La puso al lado de la foto de Caroline, en un marco que antiguamente contenía una foto suya cuando era joven.
Los repartió todos en menos de un mes. Pero nada más dar el último de los gatitos (a una pareja de Lesaka que a cambio le regaló una caja de Ferrero Rocher), Lili desapareció. Utilizó una de las fotos tomadas por Yves para hacer otro cartel y pegarlo en el barrio, pero pasaron semanas sin recibir ninguna llamada. El médico le aconsejó que para poder dormir, en vez de media, tomase la pastilla entera, y que para cansarse, no dejase de ir a la piscina.
Mañana y tarde, todos los días, Agnès daba una vuelta por el barrio. Revisaba los bajos de los coches, destapaba los cubos de basura, vigilaba los jardines. Cada vez que llamaba a la gata lo hacía con ilusión renovada.
Una tarde, Yves llamó a su puerta.
–Buenas tardes, señora Duhalde.
–Buenas tardes.
Agnès abrió la verja, pero el hombre no hizo amago de entrar.
–Es acerca de Lili. Aún no ha aparecido, ¿verdad?
–¿La ha visto? ¿Está bien?
Con el carraspeo de Yves Agnès se hundió.
–Creo que está en el sótano de mi casa. Debe de haber muerto hace tiempo, pero con este frío aún no ha comenzado a oler demasiado.
–¿Está seguro?
–Venga.
Agnès sintió la humedad de la hierba introduciéndose en sus zapatos. El hombre le tendió la mano para hacer el camino embarrado que llevaba hasta aquel lugar. Después apareció con dos copas de coñac y eran como los últimos invitados de una fiesta, cuando ya no queda ni la música.
–¿Está preparada?
–Sí, he tenido tiempo de prepararme para lo peor.
Antes de abrir la puerta del sótano, Yves tomó de la mano de Agnès la copa vacía.
–No tiene buen aspecto, pero es ella, créame, la conocía muy bien. ¿Está segura de querer verla?
Bajo la luz de una bombilla desnuda, Lili más parecía una alfombra de baño que una diosa felina. Había un cerco viscoso alrededor de ella, y a pesar de que las ventanas se hallaban abiertas, respirar aquella peste hacía daño. Agnès salió tosiendo.
–¿Está bien?
Agnès deseaba abrazarlo, pero en vez de eso, se sacó de la manga un pañuelo y se sonó los mocos.
–Quisiera enterrarla en casa –dijo Agnès al salir de aquel lugar.
–Yo me encargaré de todo, señora Duhalde –dijo Yves agarrando el mango de una pala.
–Lo haremos entre los dos.
Agnès trajo de su casa amoniaco, lejía, guantes, trapos, un balde y bolsas de basura. Se tuvieron que cubrir los pies con bolsas de plástico para limpiar el suelo.
–Es extraño, porque yo no utilizo matarratas… No entiendo qué ha podido suceder… –le dijo Yves.
–Qué andaría buscando…
Agnès abrió una bolsa de basura e Yves recogió con una pala los restos de Lili.
–¡Pesa lo mismo que un cachorro! –dijo Agnès.
Aitatxi los miró con dureza.
–Le traeré el pienso y las latas de sardina que me quedan, él sabrá agradecerlas.
–Señora Duhalde, quizá…
–No, este ha sido el último, no voy a tener más gatos.
El señor Dubois cavó un agujero bajo la higuera de Agnès mientras esta lo observaba. No hablaron, únicamente murmuraron un rápido rezo. Enterraron a Lili sin sacarla de la bolsa.
–Muchas gracias, señor Dubois, le agradezco mucho todo lo que ha hecho por mí.
–No faltaba más, señora Duhalde.
–La vida continúa, ¡qué le vamos a hacer!
–Así es como tiene que ser, sí.
–Que pase usted una buena noche, señor Dubois.
–Lo mismo digo, señora Duhalde.
Cada uno volvió a su casa, a su horario, a su terreno y a su marca de café. Al cabo de unos días, creyeron haber vuelto a la vida de antes de que nada sucediese, pero pasaron semanas sin poderse quitar de encima aquel olor.
Eslida
Mielmi
Mermelada de calabaza
La Cartuja (Altura)
PD. També vaig comprar de figa negra
I 🍯 mel de lavanda
Batalla (974)
IBP 157 (RNG) o 68 (HKG)
Waypoints
Summit
3,199 ft
Pico Batalla (974 msnm) Patrocinado por Don Simón
Vino tinto Zapatillas de montaña (trail running 🤮) La Sportiva Jarrillo lata (acero inoxidable, en realidad)
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