The Hills. Castrocontrigo 2018.

Tremendo. Ese es el adjetivo para el recorrido de hoy. Me enteré de casualidad de la existencia de esta marcha (con dos modalidades: bici y trail -os lo digo a los corredores, por si os apetece para otro año-) y me apunté sin contar con nadie. Unos días después se apunto también el loco de Sergio, que se quería rajar la noche anterior por el viento y el frío que se preveía para el domingo, pero que se vio obligado a venir si no quería quedar como un "cobarde, gallina, capitán de las sardinas" al ver que yo iba a ir sí o sí. Tras cruzarnos con tres ciervos en la carretera, nos plantamos en Castrocontrigo a las 9 de la mañana y, sí, el viento que soplaba era gélido e invitaba a todo menos a pedalear, pero media hora después se nos había olvidado cuando empezamos a rodar primero entre escobas (en fila de a uno) y luego entre castaños cargados de erizos. Un par de subidas más o menos suaves entre árboles y comienza el espectáculo en el kilómetro 11. Poco antes de ese momento, la ruta corta se separa de la larga y Sergio (con buen criterio) me deja solo porque no está en condiciones. El caso es que nos meten un par de subidas por la parte norte (noreste) de unos 7 km. en total y con rampas del 17% al 20%. Me puse en modo tractor, a ritmo constante, y los kilómetros iban cayendo. También caían dos cosas más: la temperatura y copos de nieve. Sí amigos, ventisca, temperaturas bajo cero y nieve no parecen las mejores condiciones para subir en bici, pero como la subida era continua y larga, el cuerpo se mantenía caliente. La velocidad no pasaba de 4,5 o 5 km/h, por la pendiente y por el terreno, lleno de piedras y matorrales; no en vano, estábamos subiendo por un cortafuegos (es más, la ruta debería llamarse the firewalls, no the hills). Tras una hora subiendo tocaba resarcirse bajando, pero tampoco entonces nos lo iban a poner fácil: más cortafuegos y más piedras. No se podía dejar la bici rodar como en otras bajadas, así que frenando todo el tiempo. Llegué abajo con un dolor de manos y brazos... En esa bajada el Manolón me empezó a dar problemas (hoy solo le puedo poner un 9,5), porque uno (o más) de los abrojos que cogí en Villaralbo el miércoles se me soltó y el líquido no conseguía sellar el agujero. Tuve que parar a hinchar (nevando y con 3 bajo cero no es agradable) pero volví a quedarme sin aire (y bajando es peligrosísimo porque puedes pegarte una caída monumental). Volví a parar otra vez en la bajada y otra más un poco más adelante. De seguir así me iba a retirar. EN el km. 25 llegué al avituallamiento y metí aire por última vez. Afortunadamente a la tercera el pegamento funcionó. Seguimos por los cortafuegos, pero ya sin nieve ni viento, que se quedaron del otro lado de la montaña. Incluso salió tímidamente el sol. Después hay unos cuantos kilómetros de sube y baja y otros más cresteando. Muy bonitos y también exigentes. Después, más bajadas pedregosas, más freno, más dolor de brazos (y de culo) hasta llegar al último avituallamiento del km. 38,5. Quedaban 12 kilómetros de senderos entre bosques de pino y castaño y por supuesto, mucha piedra y mucha subida y bajada. Esos los hice con nuevo compañero, Jesús, un chico muy majo. Lo teníamos en el bolsillo, pero incluso cuando ya estábamos a las puertas del pueblo nos desviaron para hacernos sufrir un poquito más. Entramos en meta y me reuní de nuevo con Sergio para comentar la ruta que sin duda ha sido de las mejores que de los últimos meses. Bien podría decirse que es media 101 peregrinos. Faltaron, eso sí, las duchas de agua caliente (ni siquiera tenían encendidos los termos). Volveremos.