Revancha, con Bicicleta Prestada, la Tierra de la Cucharita; Vereda Velandia en Saboyá Boyacá; febrero de 2014

Las revanchas requieren valentía, pero la posibilidad de aceptar lo que ha pasado y entender su mejor esencia, así sea inventada a nuestro beneficio. Ya no soy el niño con la voluntad de renunciar a lo que no le sale bien y si casi me voy a otro mundo por ser atropellado en la infancia, esta vez no iba a abandonar por haberme caído de nuevo en la bicicleta, pues esta ya es foco de agradecimiento, de mejores cotidianidades, de vida pura. Es más, fui muy afortunado porque si todo salió así, si ese ganado estaba atravesado en la mitad de la carretera para bajar la velocidad y así no caer tan fuerte y si me iba a levantar después de que mi Poderosa, quien hasta ahora me había llevado a lgares mucho más remotos, resultase rota en dos partes y quizá yo con cabeza y manos laceradas por el camino, podía continuar, pues con certeza, era la oportunidad para bailar con la obstinación y arraigarla como manera distintiva a la personalidad.

Un querido amigo me presta su costosa Cannondale para hacer que la revancha entre en la escena de la vida y dejar tanto drama de lado, viendo ya todo como una oportunidad. La excusa, es cualquiera, visitar a mi novia de ese entonces en Chiquinquirá, conocer por fin esos parajes de la cucharita en Velandia y silbar esa canción con cada pedaleo, burlarme de la circunstancia de haberme caído, nada más para levantarme y despojarme de los afectos materiales y vivir cada segundo efímero, con propiedad.

Una paradita en Saboyá en la panadería donde arduamente trabaja siempre mi amigo Pinocho Martínez, tallador de cucharas de hueso, quien es pariente de Gregorio, que cuenta la historia que da origen a la canción de Velosa y me dispongo a llegar a Chiquinquirá, donde he de ver a mi señorita, que me espera y me da un buen recibimiento, su presencia y su fuerza que me anima en el regreso a echar pa´ arriba, donde por fin, sin ser fácil la llegada, he descubierto una vereda maravillosa, con vistas distantes, donde las montañas, engreídas y azuladas rebosan de belleza a lo lejos y más cerca, en los suelos que ahora me acogen y soportan, un verdor fulgurante, y vientos que soplan con fuerza ensordecedora de alegre vitalidad. Llego a casa en toda ausencia de sol, pero con un sabor dulce de vida y victoria, porque lo que a inicios se niega, al final es pura gloria cuando por fin se topa.