Descubriendo Viejos Enigmas, Loma de la Vieja, Vda Urumal Puente Nacional, con mi Hermano. Junio 2021

Mucho tiempo atrás, en los años de adolescencia, le preguntaba a mi padre, a Don Antonio, el esposo de mi querida Carmen o a mi hermano, cómo se llamaba esa ola tan curiosa, que hacía ver a ese horizonte del sur oriente, como la silueta de un mar no muy bien dibujado. La loma de la vieja, fue la respuesta de Don Antonio, quien me explicó que hasta ahí llegaba Puente y más allá, en lo que ya no alcanzaba la vista, era Boyacá.

Siempre quise ir a conocer y con intentos pasados, en donde tal vez llegué cerca con mi bicicleta, me preguntaba como fuese ese gran prado verde delante de esa loma u ola; cómo se vería el pueblo desde allí, o si en el lomo de ella, esas manchas de un verde más profundo, serían de cerca un gran bosque.

En esas salidas que no se planean, movidos por la mezcla entre nostalgia y curiosidad, pues desde tiempos en los que mi padre hacía sus fiestas en el campo, mi hermano no hacía presencia, en aquellos parajes, emprendimos camino hacia la vieja Providencia, en donde en nuestra niñez, nuestra amada Carmen envolvía a mi hermano en una ruana para amamantarlo y años después, ella misma caminaba conmigo, para huir de los resabios de la iracunda adolescencia, curándome con la magia de la naturaleza y sus caminos.

Nos adentramos a un bello pozo, con una pequeña cascada que hace la antesala a aquel oasis en medio de la omnipresente arborescencia y poco después mi hermano llevaría a su esposa e hijas a disfrutar del bonito pozo de la Golondrina. Seguimos hacia el caserío mientras Jarantivá nos deleitaba con viejas imágenes de nuestra anhelada Carmen, quien nos cuidó como nuestra propia madre y así, pasando por las ruinas que dejó el último tren, ascendíamos a Quebrada Negra para recordar la última vez que mi hermano estuvo aquí en fiestas de acordeón con nuestro taita.

Poco a poco emprendimos entre recuerdos y disfrutes del paisaje, ascenso hasta La Muralla, pasando por el famoso Volador, donde no es fácil mantenerse en la bicicleta, por aquella inclinación y así girábamos al oriente para tomar un camino inédito que atravesaría por lo más alto, aquella loma de La Vieja, cuyos bosques y praderas intermitentes, nos regalaba vistas de inmensa lejanía y verdor. Los pueblos, incluyendo el nuestro, que por lo cercano, era el más grande, en evidente y engañosa apariencia, manchaban el inmenso azul y verde del vestido de las montañas. Ya el obelisco se veía mucho más abajo en la distancia y aquel lugar siempre fue sinónimo de una cima por alcanzar, pero La Vieja, mucho más cerca al cielo, nos daba otra perspectiva y nos permitía bajar poco a poco, por un camino de herradura muy agreste, pendiente y rocoso, para ir llegando por su frente hasta hallar por fin, el camino principal de vuelta a casa.

Saciada la sed de una curiosidad de décadas, el lugar no decepciona, entre un bosque andino y hermosas vistas, se recorren caminos nuevos y se desbarata el enigma poco a poco de un lugar, que no decepciona por su belleza y que superaba a lo imaginado en aquellos tiempos lejanos ya. No podría haber ido en mejor compañía. Gracias a mi hermano por los cuentos y por compartir las remembranzas de familia.

Quiero ir al sur, quiero salir a correr...