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Marruecos en moto: día 7

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Trail stats

Distance
222.79 mi
Elevation gain
12,205 ft
Technical difficulty
Experts only
Elevation loss
6,204 ft
Max elevation
9,698 ft
TrailRank 
29
Min elevation
2,513 ft
Trail type
One Way
Time
13 hours 6 minutes
Coordinates
18150
Uploaded
April 1, 2018
Recorded
March 2018
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near Adrwine, Drâa-Tafilalet (Morocco)

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Itinerary description

De ver amanecer en las dunas del desierto a las noche en el Atlas.

Uno no sabe como va a acabar un día hasta que verdaderamente ese día llega a su fin. Debido a la tardía llegada a Merzouga la noche anterior, Sergio y yo decidimos ir a ver amanecer desde las dunas del Erg Chebbi , el conjunto dunar más grande de la región y razón de todas las visitas a este pequeño enclave del Sahara.Tras levantarnos a las 6:30, salimos del hotel dirección a las dunas sorteando a nuestros hospedadores que estaban durmiendo en la calle, a las puertas del Riad en el suelo tapados con una manta. Los bereber son así de duros. Tras llegar a la arena, la salida del Sol resulta todo lo impresionante que uno imagina. Solo hay arena y cielo, y de pronto el Sol.

La jornada se planteaba larga, 372 kilómetros saliendo del desierto para, atravesando la garganta del Dades, llegar al pequeño pueblo de Agoudal en el alto Atlas. Google nos daba más de 7 horas, que con las paradas de rigor para tomar té, se alargarían bastante. Pero al fin y al cabo, en Agoudal no había nada que hacer, así que salíamos con calma, tanta, que al pasar por Rissani decidimos ponernos en manos de uno de los múltiples guías que se ofrecen para enseñarte la ciudad, a sabiendas de que acabaríamos en alguna tienda. Al fin y al cabo, aun quedaban regalos que comprar, así que aprovechamos. La visita resultó muy interesante, no tanto por los puestos de especias que ya habíamos visto en varias ocasiones, como por los de ganado. Los corrales de compraventa de ovejas, cabras, vacas y demás animales vivos no dejan indiferentes, lo mismo que el parking de burros de los vendedores. Todo caótico y sucio. Después, la tienda, el regateo, el té con hierbabuena y vuelta a las motos. Pagamos a nuestro guía y a nuestro vigilante y seguimos.

Para no repetir por la N12, tomamos rumbo a Tinejdad lo que nos llevaría por la N10 a buscar el desvío de la R704 en el que se encuentra la garganta del Dades. Y aquí empezó el problema. No recordábamos si las gargantas a visitar, Dades y Todra estaban en la misma carretera, así que optamos por las primeras para ver las famosas Z's que hace la vía en su ascenso. Pero los navegadores se empeñaban a devolvernos a la R703 para llevarnos a Agoudal, así que forzamos la ruta marcando Iznaguen como punto intermedio. Ahora sí, la carretera transcurría por el río Dades y nos llevaba a nuestro destino sin desandar kilómetros. Primer error.

Llegamos a Boumalne Dades donde comimos el consabido tajine de cordero, un par de raciones de kefta y un cus-cus de pollo, no fueron los mejores, pero estaban buenos. En este pueblo debíamos cambiar de carretera para seguir el curso del río. Empezamos a subir por la garganta, llegamos a la zona de las Z's, nos hacemos la foto de rigor desde la cima y seguimos rumbo a Agoudal. La carretera iba perdiendo asfalto hasta terminar siendo una pista en bastante buen estado. No se en que momento exacto ya se había convertido en camino, pero desde Iznaguen seguro. Quedaban solo 50 kilómetros, y aunque los navegadores daban más de hora y media, nos parecía asequible. Serían las cinco de la tarde, por mal que se nos diera, teniendo en cuenta la experiencia en pista de unos días atrás, no se nos haría de noche, algo que queríamos evitar a toda costa. Segundo error.

Al salir de Iznaguen, vimos bajar unos todoterreno por la ruta que debíamos seguir. Eran unos portugueses que hacían la ruta inversa y a los que preguntamos por el estado de la pista. Nos dijeron que era transitable, sobre todo para motos como las nuestras, y aunque había algo de barro y nieve y riesgo de pinchazo (ellos pincharon dos veces) se podía cruzar perfectamente. Confiando en sus palabras y ante la posibilidad de hacer 200 kilómetros extra si dábamos la vuelta. Seguimos hacia arriba. Tercer error.

El tramo de subida era complicado pero factible. Mucha piedra suelta, que para las GS no eran problema, pero para la 1200 R de Sergio si. La poca altura de su chasis, la ausencia de cubrecárter y las gomas de carretera le hacían mas complicado avanzar. Así, aunque con algún que otro susto, subimos perfectamente. En el lado negativo, tardamos más de dos horas en hacerlo y dado que nos quedaban 25 kilómetros y ya eran las siete de la tarde, que se nos echara la noche encima parecía inevitable. Aun así, pensando en que ya solo quedaba bajar, creímos que llegaríamos en un par de horas máximo. Cuarto error.

Al empezar a bajar vino la primera caída. Quique deslizó la rueda delantera en las piedras sueltas y dio con la Adventure en el suelo. Antes de que nos dieramos cuenta la había levantado y seguiamos hacia adelante. Vimos a unos Scout alemanes que se preparaban para pasar la noche en una especie de corral situado en la cima, muy cercana a los 3.000 metros de altitud. Charlamos un momento con ellos justo antes de que apareciera el barro. La cima estaba llena de neveros que se deshelaban dejando tramos de camino muy embarrados. Los 4x4 de los portugueses que pasaron usa horas antes dejaron unas roderas muy marcadas que hacían muy complicado pasar sin tacos y con las motos cargadas. Nos hundíamos y se embozaban las ruedas. La falta de luz lo complicaba. Y llegó el rosario de caídas. Quique, Sergio y yo dábamos con la moto en el suelo, primero de forma contable y luego incontable. Pero las motos, sin daños aparentes, aguantaban, y nosotros no podíamos rendirnos. Los kilómetros pasaban de uno en uno y las horas también. En las siguientes tres horas y media solo hicimos 10 kilómetros.

La noche se hizo evidente, y aunque la luna llena nos facilitaba algo la visión y las GS alumbran mucho, la falta de luz ponía las cosas muy difíciles. Los tramos embarrados cada vez eran mas largos, levantar las motos cada vez costaba más y la desesperación hizo presa en alguno de nosotros. A partir de cierto momento, los regueros seguían el camino por lo que ya no eran tramos de barro a atravesar, sino un camino de barro por el que avanzar. Pero como todo es susceptible de empeorar, y aunque no llovió (en algún momento pareció que lo iba a hacer), llegamos a un paso verdaderamente difícil. Un nevero ocupaba una gran parte del camino, aunque por suerte el día anterior habían despejado lo justo para pasar (obviamente, esto lo supimos luego). El caso es que debíamos atravesar un largo tramo flanqueado dos metros de nieve, formado por grandes roderas de hielo y barro. En un principio pensamos que era imposible, pero no nos quedaba mas remedio que avanzar. Eran las diez de la noche, en medio del Atlas a 2.800 m de altitud. Solos en la nada. Aun así, con más pena que gloria pasamos ese tramo y los que vinieron detrás, cuando de repente, aconteció la sorpresa de la noche.

De repente, vimos aparecer dos luces pequeñas que avanzaban hacia nosotros. No eran coches, ni motos, sino dos pastores que venían con dos pequeñas linternas a ofrecernos ayuda: Hatou y Said. Estos dos cabreros bereber, nos ofrecieron dormir en su maison, vamos, en su cabaña y nos guiaron hacia ella. En principio les seguimos por el camino. Nos indicaban por donde había menos barro, incluso sacándonos de la pista por un atajo evitando un trozo muy embarrado. Probablemente fue una insensatez salirnos del camino, lo único que teníamos seguro, para seguir a un par de tipos que aparecen en medio de la noche, por mucho menos nos reímos de los protagonistas de las películas de miedo, pero lo hicimos, suponiendo el primer acierto de la noche. Tras seguirlos un rato llegamos a donde tenían la cabaña, a escasos 50 metros del camino. Sergio se acercó a ver de que se trataba intuyendo en la oscuridad absoluta, que no era más que el corral de las cabras. Tras una deliberación, decidimos seguir camino, al asegurarnos que había un auberge a 5 kilómetros. En ese momento aún nos faltaban casi 20, por lo que teníamos que decidir entre la maison de Hatou y Said, llegar a Agoudal o buscar el auberge que nos decían los pastores. Optamos por esto último, que, por fin, resultó ser la decisión correcta. Nos despedimos de nuestros amigos con un abrazo y un poco de dinero y seguimos ruta.

A partir de aquí había menos barro, y empezamos a rodar de continuo, sin caídas ni paradas, pero la noche y el cansancio habían hecho mella. Visto y no visto, la moto de Quique acabó metido en una zanja profunda y éste volando por los aires. No vio una grieta que atravesaba el camino y se metió de lleno en ella. Quique estaba bien, pero la moto, de más de 300 kilos cargada, estaba dentro de una grieta aunque con la rueda trasera por fuera. Imposible sacarla entre los tres. Las 11 de la noche, después de 13 horas de ruta y agotados parecía imposible. De pronto, otro pastor del que no recuerdo el nombre, apareció de la nada para ayudarnos. Entre cuatro, sacar la moto no parecía imposible, aunque si una proeza. Después de quitar las maletas para aligerar peso, y no sin esfuerzo, conseguimos sacar la moto. Milagrosamente, no tenía daños de importancia y funcionaba perfectamente. Tras agradecer a nuestro a nuevo amigo la ayuda y confirmar la existencia del auberge, seguimos adelante. De repente, en lo alto, vimos otra linterna en la oscuridad. Era Basou, el dueño del buscado alberge, haciéndonos señales. La alegría fue indescriptible. Por fin algo bueno. Bassou nos guió hasta la entrada y tras subir un pequeño tramo por fin teníamos un sitio donde pasar la noche. Eran las 11 y media de la noche y había 4ºC. El techo era imprescindible.

Se trataba de un pequeño hotel, sin electricidad, como no podía ser de otra forma, con tres o cuatro habitaciones y una sala de estar. Bassou nos estuvo contando cosas sobre el camino. La dificultad por el barro, la limpieza de los neveros solo dos días antes y lo que nos esperaba hasta Agoudal. De haber seguido, debíamos haber atravesado cuatro veces el río que se formaba en la cumbre. Como vimos al día siguiente, no se trataba de pasos difíciles, pero si los tenemos que hacer por la noche no se como habríamos terminado.

En la seguridad del hotel y con un té caliente en la mano empezamos a valorar el día. Con final feliz, posiblemente será la aventura de nuestras vidas, pero podía haber sido una pesadilla.

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