Hermanos Mayores de Kotokocha, Amazonas, Río Puyo, Pastaza, Ecuador. Octubre de 2022

Carmen me ha dado una manilla como bienvenida, que llevaría muchas lunas en mi muñeca izquierda, como recordatorio de un viaje memorable a la selva amazónica, en bicicleta y me ha presentado a su padre, el cacique de la comunidad de Kotokocha, Don Reynaldo. Él suelta su machete para darme la mano, dentro de una fresca maloka y con un buenas tardes en Quichua amazónico, me invita a quedarme no sin antes hacer el recorrido río arriba por el Puyo, en la canoa de uno de sus muchos hijos.

El río Puyo es de un azul claro hermoso, rivalizando con el celeste sobre nuestras cabezas. Todo corta con las márgenes verdes de la selva amazónica, que en ocasiones se salpica de chozas y animales que de rama en rama, atestiguan nuestro navegar, que se delata por la irrupción del hipnótico ritmo de cada remo en las aguas del Puyo.

La chicha morada es tan dulce como este navegar, que luego deshice a píe por la carretera principal, para regresar a la comunidad y ver como ellos con la caída del sol, estaban sonrientes, mirándose a los ojos y con una tranquilidad que un monje tibetano envidiaría. No es gente postrando su vida a una pantalla casi todo el día o dedicada a hablar mal de los demás, sino que se miran a los ojos para entenderse y ello revela más que cualquier palabra. Ya conocía yo esta forma de comunicarse, perdida entre la supuesta gente civilizada y en la Sierra Nevada de Santa Marta en el norte de mi país, los Arwakos me han dejado entrar a Nabusímake, solo por la mirada con la que se revelaban mis intenciones de conocerles, porque ellos, los hermanos mayores que me encontraba en el duro camino, me habían enseñado esta forma de hablar sin las palabras, poco antes de llegar a su ciudad sagrada. Gracias a que pude quedarme allí con la gran familia de Don Reynaldo, su esposa e hijos, me levanté muy temprano, con el ritmo de sus tambores que le dan paso a un nuevo día y así logré ver con mis propios ojos, el porqué del significado de Puyo, que es neblina en quichua. Temprano en la mañana, antes que Inti le devuelva sus tonos claros a todas las cosas, el río y todo su margen se visten de una blanca y fresca seda, como un manto de vida y pureza.

Aquí en Pastaza, provincia incrustada en el amazonas ecuatoriano, he logrado estar allí con ellos, escuchar un quichua diferente y pasar mi última noche antes de poner fin a este largo viaje y descansar unos días en las playas del Pacífico Ecuatoriano y Peruano. Sentirse bienvenido es el mejor recordatorio de un viaje. Yupaichany mashi. Gracias amigos de Kotokocha, a quienes nunca olvidaré y prometo volver a verles.