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Ruta 1 Atalaya-Ruta 2 Valverde-Túnel Atalaya-Laredo (Cantabria)

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Trail stats

Distance
4.87 mi
Elevation gain
1,020 ft
Technical difficulty
Easy
Elevation loss
1,020 ft
Max elevation
584 ft
TrailRank 
56 4
Min elevation
-353 ft
Trail type
Loop
Time
2 hours 27 minutes
Coordinates
1517
Uploaded
August 21, 2016
Recorded
August 2016
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  •   4 1 review
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near Laredo, Cantabria (España)

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Itinerary description

Ruta 1 Atalaya, Ruta 2 Valverde y Túnel Atalaya (Cantabria)
Laredo, 01 agosto de 2016.
Un día en Laredo para conocer algunos de sus lugares a pie. La Ruta 1 Atalaya es un bonito recorrido en el que encontraremos el Fuerte del Rastrillar (construcciones de los siglos XVIII y XIX) y los miradores de la Caracola y La Rosa de los Vientos desde donde se divisa el casco urbano de Laredo y su inmensa playa de Salvé. Preciosas vistas.
Terminado este estupendo y fácil recorrido continuamos un segundo tramo o Ruta 2 de Valverde que oficialmente, según la información que ofrece la Oficina de Turismo, comienza en la Puerta de la Virgen Blanca en la Puebla Vieja, en una calle estrecha se ubica el punto de partida de esta ruta que nos encaminará por El Secar hasta Valverde y Las Cárcobas, donde podremos contemplar la capilla dedicada a la Virgen Bien Aparecida, patrona de Cantabria.
Para finalizar está corta estancia en Laredo, visitamos el Túnel de la Atalaya, que nos lleva desde la ciudad al mar. Este túnel fue construido entre 1863 y 1864 con el fin de auxiliar la construcción del llamado Muelle de la soledad, un puerto de refugio al norte de la Atalaya. Pero debido a varios temporales que azotaron el puerto, éste nunca llegó a terminarse y el túnel quedó inútil. Más tarde, durante la Guerra Civil Española, el túnel sirvió de refugio a la población de la villa de Laredo.
La longitud del túnel es de 221m y al final del mismo nos encontramos con el “Mirador del Abra”, desde podemos apreciar una bella vista del litoral de Laredo y llegar andando a una zona de acantilado. Además, todo el conjunto se encuentra totalmente integrado dentro del entorno natural.
RUTA DE LA ATALAYA
El itinerario nos llevará hasta un paraje declarado Bien de Interés Cultural (BIC). La ruta da comienzo al final de la calle Menéndez Pelayo, dirección al túnel, a mano derecha, en un singular callejón. Adentrándonos en éste nos encontramos unas estrechas y empinadas escaleras que nos invitan a subir y que nos dirigirán a la calle “El Merenillo”. Esta peculiar calle, durante siglos fue el acceso habitual por el que los pescadores de la villa llegaban al puerto, situado por aquel entonces en la actual calle Menéndez Pelayo. En ella, nos percatamos del original pavimento con que cuenta en su primer tramo, cantos de la cercana playa rocosa de la Soledad, más conocida como “El Túnel”.
Después de un corto tramo, llegamos a una desviación a la izquierda señalizada, que constituye una de las fachadas de la denominada “Casa del Merino”, cuyo origen se sitúa en el siglo XVI. El nombre de la casa hace clara alusión a la residencia de este cargo municipal, vigente durante la Edad Media. Ascendemos por un estrecho y corto tramo que desemboca en las antiguas murallas (s. XIII) que durante el Medievo y la Edad Moderna defendieron a la villa. A la derecha el “Arco de San Marcial”, que, en aquella época, constituía una de las puertas de entrada a Laredo. Bordeando la muralla, comenzamos la ascensión hasta el entorno de La Atalaya.
Al final de las escaleras, la parada es obligada en la pequeña explanada que encontramos a pocos metros a la derecha. En este mirador natural contemplamos el paisaje costero, en el que se funde el azul del mar con el verde intenso de los prados, y que presenta una singular variedad de formas. Los escarpados acantilados de La Atalaya, El Secar y El Aila, suponen un brusco final a los ondulantes prados que, desde Valverde y Las Cárcobas, descienden en suave pendiente hacia el mar. Situados al borde de los acantilados de La Atalaya, de acusado relieve, y cuyo origen se encuentra en la acción conjunta del mar y el viento sobre las rocas de carácter volcánico, ofitas de gran dureza, observamos que la vegetación crece con profusión y que además de un tapiz de plantas herbáceas, estos empinados taludes aparecen poblados con arbustos como laureles, saúcos, sauces y encinas. También la genista abunda en los cantiles, siendo más llamativa su presencia en primavera cuando se llena de amarillas flores que imprimen un contrapunto colorista a los habituales tonos ocres y verdes.
Las repisas y prominencias rocosas que jalonan este abrupto relieve son aprovechadas por cernícalos, gaviotas y cormoranes que las utilizan como lugares de descanso y nidificación. Al pie de estos acantilados se extiende la playa de La Soledad, singular cala rocosa donde se hacen evidentes los restos del antiguo puerto (siglo XIX), de su mismo nombre, al cual se accedía cruzando el túnel situado al final de la calle Menéndez Pelayo. Sin cambiar de ubicación y con sólo girar la vista hacia el sur, se puede disfrutar de un paisaje predominantemente rural, aunque salpicado de elementos urbanos.
Desde los montes de Valverde, la Sierra de la Vida, el barrio de Las Cárcobas, el Pico del Hacha y el Barrio de Villante descienden aterciopeladas praderas salpicadas por bosquetes de árboles caducifolios y encinares entre los que aparecen dispersas algunas viviendas, más abundantes a medida que se desciende por la ladera. Estos montes constituyeron una barrera natural que rodea la villa pejina, en cuyo casco antiguo resaltan la majestuosidad de la iglesia y convento de San Francisco (siglos XVI y XVII) y la iglesia de Santa María de la Asunción (siglo XIII). Menos prominente, aunque también notable, podemos ver a nuestra izquierda la ermita de San Martín, cuya cronología se sitúa entre los siglos XIII y XV. En ella, destaca ante nuestra mirada su singular espadaña, la cual, con siete vanos, todos ellos diferentes, es la más monumental de esta época en Cantabria.
Retrocedemos el camino hacia el final de las escaleras, y subimos hacia el interior de La Atalaya, singular promontorio sobre el mar que alberga tres miradores naturales y un conjunto arquitectónico de defensa militar, fortificado con baterías y pabellones de acuartelamiento que aún hoy se pueden contemplar, construidos con el objeto de impedir la entrada de embarcaciones enemigas a la bahía (mediante fuego cruzado con las baterías de Santoña) y, proteger la villa de Laredo, dada su importancia política, social y económica basada en la pesca y el comercio, con la fachada atlántica europea, en el s. XVI. En sus inicios esta fortificación de pequeñas dimensiones se denominó Fuerte de La Rochela (1.582), ampliándose posteriormente sus instalaciones defensivas y pasando a denominarse Fuerte del Rastrillar o de los franceses.
Una vez traspasada la gran cancela de forja, que da acceso al Parque Brigadier Diego del Barco, nos encontramos un panel que nos sitúa en el contexto del fuerte. Desviándonos a la izquierda, encontramos el “Mirador de la Caracola”, constituye un espléndido observatorio desde el que se domina toda la playa La Salvé, buena parte del casco urbano de Laredo, las montañas que lo circundan, la desembocadura del río Asón y una amplia porción de la bahía pejina en la cual se adentra el espigón del puerto pesquero, y las obras del nuevo puerto pesquero – deportivo.
Dejando atrás el mirador, seguimos el sendero marcado a partir de este punto sin abandonarle, dada la peligrosidad de los cantiles que bordean este entorno, y nos adentramos en el fuerte. Siguiendo el camino, rebasamos las primeras construcciones restauradas: Cuartel del Rastrillar; Pabellón del Comandante Militar; Pabellón del Jefe de Destacamento; y el Cuerpo de Guardia de los Oficiales. A medida que avanzamos por este tramo, en el que la visión sobre la bahía se hace cada vez más amplia, probablemente podremos disfrutar del sereno majestuoso vuelo de las gaviotas patiamarillas.
Unas decenas de metros más adelante nos encontramos, con el “Mirador Rosa de los Vientos”. Un balcón al mar cantábrico, desde donde observar los acantilados de El Secar, Irío y Valverde, que se desploman verticales desde los prados, y que dejan al descubierto, durante las grandes bajamares, pequeñas calas de difícil acceso como la del Aila. Al fondo, destaca por su altura y peculiar geología caliza, el Monte Candina, y en días despejados se puede llegar a ver la el Cabo Cebollero, conocido como “la ballena”, por su silueta semejante a la de este cetáceo.
Volvemos al camino de lajas que nos llevará hasta los restos de dos de las baterías de costa con que contaba este importante enclave militar. En primer lugar, encontramos, en una desviación a la izquierda del camino, la entrada de la Batería de Santo Tomás, cuyo emplazamiento sobre un terreno excavado de unos 56 metros, queda patente en sus muros, que no sobresalen del perfil original del terreno, que se repartía entre el repuesto de pólvora al fondo y el cuerpo de guardia. Contaba con 9 cañones, y aunque estaba enlosada no tenía cubierto para las cureñas.
Retrocedemos al acceso de la batería, y retomamos el camino principal siguiendo la ruta hacia la Batería de San Carlos. A medida que avanzamos por el camino pasaremos junto a las ruinas de otras construcciones de este valioso conjunto histórico, aún sin rehabilitar. Alcanzaremos el extremo norte de La Atalaya, a la izquierda de la senda el “Mirador del Pozo”, donde es posible observar el trasiego de los cormoranes que, volando a ras de agua, se dirigen hacia su posadero favorito en la Peña del Buey, majestuosa roca que emerge junto a la Atalaya en su punto más septentrional. Al frente, la Batería de San Carlos, antes conocida como de San Gil, compuesta por: una explanada de losas para albergar 6 cañones; un edificio para la guardia y almacén de pertrechos (mirador); y, como novedad, un repuesto para la pólvora de unos 13 m cuadrados (a mano izquierda), separado de la estructura anterior, perfectamente camuflado en el terreno y estratégicamente situado para protegerse de fuego enemigo. Junto al muro de la batería, desciende encajada entre las paredes de sillería, una estrecha y empinada escalera de piedra, que va a dar al mismo borde del acantilado, cuyo acceso está prohibido.
Reposando de nuestro itinerario en el Mirador del Pozo, deberemos volver sobre nuestros pasos hasta el “Mirador Rosa de los Vientos”, punto en el cual decidir una de las dos opciones que les proponemos para llegar a la entrada del Rastrillar: regresar por la misma ruta o ascender por la senda de tierra que parte desde este mirador y que atravesará un campo de vistosas flores, como las olorosas clavelinas, las coloristas viboreas o las grandes margaritas, además de descubrir más restos de la fortificación.
Una vez recorrido el Fuerte, tan sólo queda descender por el mismo camino que llegamos a él, que nos llevará a la Puebla Vieja (Conjunto Histórico Artístico, 1970). Les recomendamos que, aprovechando el descanso de bajada, contemplen la excepcional panorámica general de la villa pejina a medida que nos acercamos a ella”. (Fuente Laredo Turismo)
RUTA DEL VALVERDE
Saliendo de la Puebla Vieja a través de la Puerta de la Virgen Blanca (Siglo XIII), encontramos a la izquierda una estrecha calleja en cuya entrada se encuentra la señal que indica el comienzo del itinerario. Ascendiendo por este angosto camino, que discurre junto a las murallas medievales que sirvieron de cierre al casco urbano pejino, nos dirigimos hacia la Atalaya. Estos antiguos muros, colonizados por una variada vegetación rupícola se ven coronados, a tramos, por densas acumulaciones de hiedra que le confiere un aspecto abovedado. Desde el sendero por el que subimos nacen encajonadas callejuelas que dan acceso a las “Viñas”, pequeños huertos familiares que, hasta principios del siglo pasado, fueron cultivados con cepas para la producción de uvas destinadas a la elaboración de chacolí (vino blanco producido a partir de uvas verdes, lo que provoca una cierta acidez).
Bordeando el cementerio, continuamos el camino dejando a la espalda la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción (siglo XIII) ascendiendo hasta llegar al cruce con el camino que, desde el Secar, sube a la Atalaya. Un punto desde el que podemos disfrutar del incomparable paisaje que allí se describe.
Tras la inevitable parada en esta pequeña explanada para recuperar el aliento y contemplar la panorámica de 360º que nos brinda, podemos seguir el recorrido atendiendo la indicación de la señal de la ruta que allí se encuentra. De esta manera, continuaremos hacia la derecha por la senda de adoquines, que discurre junto a los prados que se extienden entre los acantilados y los muros de piedra de las huertas. Estos muros, bajos y discontinuos, conectan con los de las ruinas del Castillo y Ermita de San Nicolás, histórico edificio donde hasta finales del siglo XVIII estuvo ubicado un beaterio de monjas recoletas. Esta construcción quedó definitivamente destruida en los combates de asalto contra los franceses que tuvieron lugar a principios del siglo XIX, conservándose en la actualidad tan sólo unos derruidos paredones. Estas ruinas se sitúan en una inflexión del camino que, tras girar 90º a la derecha, desciende ahora por una corta pendiente que junto a antiguas paredes de mampostería nos conduce hasta El Secar, a través del cual nos dirigiremos a Valverde.
El Secar constituye uno de los tradicionales barrios agro ganaderos que se mantienen en los alrededores del núcleo urbano pejino. Prados, huertas y casas dispersas bordean un camino asfaltado que llega, casi sin desniveles, hasta el empinado sendero que sube a Valverde. Esta senda cruza extensos y ondulantes prados de los que se separa por tapias de piedra y setos naturales poblados con una interesante vegetación arbustiva. Laureles, saúcos, aladiernos, avellanos, sauces, espinos y endrinos sirven de soporte a llamativas rosas silvestres y olorosas madreselvas formando un singular cortejo vegetal que nos acompañará durante toda la ascensión.
A medida que nos acercamos al alto, la vegetación se hace más espesa y de mayor porte, creciendo robles, castaños y fresnos, cuyas cúpulas se unen dando un aspecto abovedado al camino. Casi al final del mismo nos encontramos, a la derecha, una interesante edificación. Se trata de la casa de veraneo de don Diego Cacho Sierra, acaudalado laredano del siglo XVIII, quien, además de construir esta soberbia casa de recreo y la ermita contigua, mandó empedrar el camino por el que acabamos de ascender.
Acabando la ascensión encontraremos la recompensa al esfuerzo de la subida. Desde aquí se divisa una incomparable panorámica en la que todo Laredo, la playa La Salvé, la bahía, el estuario del Asón y los montes que los circundan, adquieren una espectacular perspectiva de conjunto que solo la altura nos puede brindar.
Una vez en Valverde la ruta continúa hacia la derecha, en dirección a las Cárcobas. De nuevo aquí el camino vuelve a ser asfaltado y la comodidad de su tránsito nos permite disfrutar aún más, si cabe, de las bellezas naturales de la zona. Las magníficas vistas que nos acompañan en este tramo ponen de manifiesto la alta calidad ambiental del entorno. En los prados, que desde aquí se dirigen al mar, aparecen interesantes manchas de bosque atlántico caducifolio, las cuales confieren al paisaje un cromatismo cambiante con las estaciones del año. También se desarrollan en estos prados otras formas arboladas de color y características más constantes. Se trata de los encinares cantábricos, auténticas joyas de la botánica regional, poblados por vegetación perennifolia, como la encina, el laurel o el aladierno, que aprovechan los afloramientos calizos para su crecimiento.
Tanto unos como otros bosquetes albergan, asimismo, una rica fauna de vertebrados e invertebrados. Entre los primeros podemos destacar mamíferos como zorros, tejones, erizos, comadrejas y jinetas, o aves como las palomas torcaces, mirlos, urracas, arrendajos, pitos reales, agateadores norteños y abubillas. Respecto a los invertebrados son los insectos el grupo predominante destacando la presencia de escarabajos y mariposas.
Los prados, que nos acompañan durante todo el recorrido a las Cárcobas, están separados del camino por densos matorrales de zarzas, espinos blancos, endrinos, avellanos sauces, saúcos, rosales silvestres y cornejos. Junto a ellos destaca el porte de algunos ejemplares arbóreos dispersos que aparecen junto al camino. Robles, castaños, nogales, fresnos, chopos y cerezos, sirven de posadero a cientos de jilgueros, verdecillos, pardillos, chochines, currucas, verderones y petirrojos, pequeños pajarillos cuyos trinos constituyen la banda sonora que nos acompañará durante todo el camino, tan sólo alterada por el tintineo de los campanos que mueven las vacas mientras pastan en las praderas contiguas.

Con este acompañamiento natural de vida y paisaje llegamos al núcleo principal del barrio de Las Cárcobas. Allí encontraremos, al borde del camino, una pequeña capilla dedicada a la Virgen Bien Aparecida, patrona de Cantabria cuya fiesta se celebra el 15 de septiembre. Junto a la capilla encontramos dos boleras en las que se practica de diferente forma el deporte autóctono de los bolos. Ambas modalidades tienen una amplia tradición en Cantabria y su práctica es habitual en decenas de pueblos de nuestra región. Una de ellas, el bolo-palma, es la especialidad bolística más extendida en toda Cantabria, mientras que la otra, el pasabolo-tablón, está más arraigada en la zona oriental de la región, así como en la vecina Vizcaya y en el norte de Burgos.

Tras la parada en la ermita y las boleras, continuamos ruta ya en descenso constante hacia Laredo. Durante la bajada, podemos contemplar una nueva panorámica de la villa. Continuando el descenso llegamos al barrio de La Llana, donde podemos abandonar la carretera asfaltada, que continúa hacia la izquierda, para coger un sendero hormigonado, que viene de frente, por el que seguiremos la ruta. Bajando una corta pero empinada cuesta, llegamos a la carretera general de acceso a Laredo, que hemos de cruzar extremando la precaución ya que el paso se encuentra en una curva con escasa visibilidad. Así llegaremos a las “escalerillas”, nombre popular por el que se conoce en Laredo a una larga y tendida escalinata que, nos llevará hasta la Puerta de San Lorenzo o de Bilbao (edificación sobre arco rebajado del siglo XVI). A través de este arco llegamos a la calle San Francisco, importante rúa del Arrabal pejino que, ya en pleno casco urbano, podemos considerar el final de nuestro recorrido. Aquí, al pie de las escalerillas encontramos la cabecera de la medieval Iglesia del Espíritu Santo, cuyos canecillos bien merecen una mirada antes de abandonar definitivamente la ruta. (Fuente Laredo Turismo)

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Asociación Cultural 'El Palenque': Centro Temático Cultural Carlos V

Asociación Cultural "El Palenque": Centro Temático Cultural Carlos V 39770, Laredo, Cantabria, ESP

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Calle de Merenillo

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Fuerte El Rastrillar

Fuerte El Rastrillar Laredo, Cantabria, ESP

Iglesia de Santa María de la Asunción

Iglesia de Santa María de la Asunción 39770, Laredo, Cantabria, ESP

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Las Cárcobas

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Museo/Histórico

Museo/Histórico Laredo, Cantabria, ESP

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Parque/Jardín

Parque/Jardín 39770, Laredo, Cantabria, ESP

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Plaza de la Constitución

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Túnel de Atalaya

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Túnel de la Atalaya

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Vistas Cantábrico

Comments  (4)

  • Photo of queenbarbe
    queenbarbe Dec 20, 2020

    El túnel estaba cerrado, imagino que por el covid, pero ruta fácil y com bonitas vistas

  • Photo of arraiano12
    arraiano12 Dec 20, 2020

    Muy fácil. También cerrado por temporal

  • Photo of ajicas
    ajicas Aug 21, 2022

    I have followed this trail  verified  View more

    Bonita ruta panoramica

  • Photo of arraiano12
    arraiano12 Aug 21, 2022

    Un lugar de ensueño la costa de Laredo. Felices camiñatas ... desde Galicia!!

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