Ref. Corral la Espina - Ref. Brañoseda -Peña Redonda, 1.993 m - Fte. Deshondonada (Sierra del Brezo IX)
near Rebanal de las Llantas, Castilla y León (España)
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Itinerary description
Ruta vespertina desde Rebanal de las Llantas al Corral de la Espina. Nocturna entre Corral de la Espina y un caseto en el Camino de Brañoseda. Y matinal entre Brañoseda, cumbre en Peña Redonda y regreso por el hayedo del Arroyo de la Fuente Deshondonada.
Empezamos la ruta desde el pueblo de Rebanal de las Llantas, cogiendo el camino que sale a la derecha del lado del cartel con mapa de la zona, transitando unos metros por una calle del pueblo y luego girar a la izquierda para coger la pista de tierra. Transcurre con una moderada pero constante subida, entre robles y hayas al principio, solo hayas después. Al ganar altura desembocamos en un terreno más despejado y ya vemos a lo lejos Peña Redonda, La Peña, distinguiendo aún en la lejanía, la cruz de la cima.
El Corral de la Espina se encuentra en una zona privilegiada, con las vistas al frente de la cuerda que sube hasta Peña Redonda, una fuente y abrevadero cercanos y caballos pastando libremente por la zona.
Anduvimos recorriendo la zona, ya sin mochilas, explorando los alrededores. Teníamos pensado quedarnos allí a dormir pero como el chozo estaba ocupado, decidimos comer algo y por proseguir hasta otra construcción que sabíamos de su existencia en el Camino de Brañoseda.
Entonces empezamos la segunda parte de nuestra aventura, ya entrando la noche y cayendo los últimos retazos de luz. Del chozo de piedra partimos y pasamos cerca del abrevadero y proseguimos en esa dirección unos cientos de metros para, a continuación, girar a la izquierda e iniciar un descenso muy pronunciado entre una maraña de hayas en busca del camino. Ya todo era oscuridad y más aún dentro de la foresta, solo viendo lo que alcanzaban los frontales, buscando la pista que debíamos de encontrar algo más abajo y que nos llevaría a Brañoseda.
Efectivamente, y con alivio, hayamos el camino y continuamos la aventura siguiéndolo atentamente dado que, en ocasiones, todo se llenaba de brezos que lo ocultaban y avanzábamos a ciegas. La ruta nocturna fue genial, espectacular. Andar por entre los bosques sintiéndonos exploradores y montaraces y descubriendo, después de tiempo sin verlas, a brillantes luciérnagas que nos alegraron la travesía y nos regocijaron. Paramos a observarlas y admirarlas de cerca, así como para descubrir grandes arañas escondidas bajo las hojas que eran traicionadas por el reflejo de los frontales en sus ojos.
Gente grande haciendo ruido en un bosque con un halo élfico, pensaba mientras avanzaba, que pensarían las criaturas nocturnas de la foresta observándonos desde la oscuridad.
Al final llegamos al punto que buscábamos: una intersección de caminos de donde partía la pista que seguiríamos mañana y dónde remontándola escasos metros estaba el caseto donde dormiríamos hoy. Lo llamamos caseto por no tener chimenea, algo inaceptable en zona de montaña, ni ningún otro tipo de enser, salvo un camastro de madera corrido, ancho y cómodo, eso sí.
Acondicionar el caseto, preparar y disfrutar de una sopa de verduras y pinchos de carne, todo regado de una buena bota de vino, nos llevó su tiempo. Conversaciones variadas sobre que es lo normal y lo extraño para la gente; observar las estrellas y saludar a otros caballos que aparecieron de la negrura trotando por el camino, vecinos de los anteriores que conocimos en la distancia en el Corral de la Espina, quisimos pensar; recordar al animista que hacía que no veíamos y que tendría mucho q decir... Nos llevó otro tanto. Así que, cuando nos hicimos gusanos en los sacos, estaba tan avanzada la noche que a las pocas horas los pájaros y la incipiente luz arrastrándose por el bajo de la puerta, nos despertó. Aún aguantamos un par de horas más, Ojos de Elfo apenas un rato, antes de estar activos. Para cuando el montaraz salió de la crisálida, el guerrero volvía de explorar los caminos.
Al echar a andar en el nuevo día, el Sol aún no había logrado remontar los promontorios que nos encauzaban y se caminaba sin mucho esfuerzo en la suave subida entre hayas al Chozo de Brañoseda. Ojos de Elfo recogió agua en un pequeño salto y Leord aguardo a la fuente del chozo, unas ruinas inaproblechables llenas de maleza y árboles jóvenes.
A partir de éste punto el sendero se abre a una pequeña canal, sin árboles y de un verde brillante y gana altura con gran desparpajo, velozmente. Poco a poco nos acercamos a la parte derecha de la misma, no se puede llamar ni de lejos pared, y se empieza a subir por ella. Pasamos al lado de un árbol muerto, aún de pie pero sin apenas ramas. Sin corteza y sin color, todo de un gris blanco. Nos preguntamos cuántos inviernos aún le quedarán de vigilante de la senda. Seguimos subiendo sin parar, giramos más a la derecha y el terreno se hace más pedregoso a medida que ascendemos. Ya no hay sombras, pero no se hace para nada incómodo de subir, salvo por el esfuerzo contínuo que llevamos haciendo desde que echamos a andar. Nos acercamos al gran promontorio de La Peña, último esfuerzo por expugnar la cumbre. Paramos para comer algo y beber antes del último reto, creíamos ilusos, del día. Hablamos de por donde ascender, si por su cara más norte, o noroeste, o por la este. Ambas comunes y fáciles. Al final optamos por la última, yendo hacia el sur y dejando a nuestra izquierda el Pico del Burrián, para luego dejarlo a nuestra espalda y al girar a la derecha iniciar de frente la subida a La Peña. Nos lleva casi una hora sin pausas llegar a la cumbre: festival de paisajes, cruz enorme en la cima. Abrazos y golpes en la espalda. Bocadillo y agua a borbotones.
Cerca está una imagen de una Virgen y el hito geodésico que señala la cumbre. Sin más dilación iniciamos el descenso por la cuerda, por el lado oeste, el contrario que el de la subida, bajando y flanqueando por la derecha pequeños riscos para no tener que subirlos. Después de varios de esos, llegamos a una vaguada pronunciada que está toda verde, El Collado, se le conoce en los mapas, resaltando con el color de la piedra que teníamos hasta ahora. Si siguiéramos más adelante podríamos llegar y subir el Pico Rebanal, pero preferimos dejarlo para otra ocasión en la que sí que hagamos noche en el Chozo de la Espina. Ahora toca tirar para abajo, a través de un bosque de hayas tupido, secreto y podrido de vida. No sé cuanto tiene todas las hojas que pisamos, pero dudo que más que unas estaciones. El suelo come y absorve todo lo que el bosque el echa: hojas, ramas, troncos, animales. Todo se pudre y desaparece para brotar de nuevo otra primavera. Andamos y nos caemos y es complicada la bajada: mucho desnivel, muchos resbalones, y ningún camino o sendero. Es precioso el lugar, pero imposible de andar mas que a duras penas. Llegamos a un trozo de camino que anduvimos la noche anterior, pero apenas 15 metros y seguimos canal abajo. Más bosques y más hayas. Más cuadros y másl silencio solo interrumpido por nuestros pasos y palabras. A ratos hay que seguir el cauce seco del río. Imagino que en cualquier otra estación que no vuera el verano sería imposible de recorrer. Vemos un corzo o un venado... grande y rápido. Baja al arroyo seco y sube de un brinco huyendo de nuestros sonidos.
Al final salimos de la maraña de árboles, seguimos sin camino hasta llegar al puente sobre el Arroyo de la Fuente Deshondonada, y a partir de ahí hay una pista bien definida. La continuamos un par de kilómetros hasta girar a la izquieda y llegar a otro puente que, al cruzarlo, da como finalizada la ruta.
Una ruta sencilla, La Peña, que siempre nos reporta aventuras y dichas y que hicimos larga y más dura. La caminata nocturna y el regreso a través del boque de hayas de lo mejor. Eso sí, quizá no todos lo piensen así.
Recomendación: no atravesar el canal de hayas como camino de vuelta, salvo en verano. Incluso en esta estación yo lo pensaría. Es muy difícil de transitar, imagino que recién llovido mucho más. Eso sí, es precioso.
Empezamos la ruta desde el pueblo de Rebanal de las Llantas, cogiendo el camino que sale a la derecha del lado del cartel con mapa de la zona, transitando unos metros por una calle del pueblo y luego girar a la izquierda para coger la pista de tierra. Transcurre con una moderada pero constante subida, entre robles y hayas al principio, solo hayas después. Al ganar altura desembocamos en un terreno más despejado y ya vemos a lo lejos Peña Redonda, La Peña, distinguiendo aún en la lejanía, la cruz de la cima.
El Corral de la Espina se encuentra en una zona privilegiada, con las vistas al frente de la cuerda que sube hasta Peña Redonda, una fuente y abrevadero cercanos y caballos pastando libremente por la zona.
Anduvimos recorriendo la zona, ya sin mochilas, explorando los alrededores. Teníamos pensado quedarnos allí a dormir pero como el chozo estaba ocupado, decidimos comer algo y por proseguir hasta otra construcción que sabíamos de su existencia en el Camino de Brañoseda.
Entonces empezamos la segunda parte de nuestra aventura, ya entrando la noche y cayendo los últimos retazos de luz. Del chozo de piedra partimos y pasamos cerca del abrevadero y proseguimos en esa dirección unos cientos de metros para, a continuación, girar a la izquierda e iniciar un descenso muy pronunciado entre una maraña de hayas en busca del camino. Ya todo era oscuridad y más aún dentro de la foresta, solo viendo lo que alcanzaban los frontales, buscando la pista que debíamos de encontrar algo más abajo y que nos llevaría a Brañoseda.
Efectivamente, y con alivio, hayamos el camino y continuamos la aventura siguiéndolo atentamente dado que, en ocasiones, todo se llenaba de brezos que lo ocultaban y avanzábamos a ciegas. La ruta nocturna fue genial, espectacular. Andar por entre los bosques sintiéndonos exploradores y montaraces y descubriendo, después de tiempo sin verlas, a brillantes luciérnagas que nos alegraron la travesía y nos regocijaron. Paramos a observarlas y admirarlas de cerca, así como para descubrir grandes arañas escondidas bajo las hojas que eran traicionadas por el reflejo de los frontales en sus ojos.
Gente grande haciendo ruido en un bosque con un halo élfico, pensaba mientras avanzaba, que pensarían las criaturas nocturnas de la foresta observándonos desde la oscuridad.
Al final llegamos al punto que buscábamos: una intersección de caminos de donde partía la pista que seguiríamos mañana y dónde remontándola escasos metros estaba el caseto donde dormiríamos hoy. Lo llamamos caseto por no tener chimenea, algo inaceptable en zona de montaña, ni ningún otro tipo de enser, salvo un camastro de madera corrido, ancho y cómodo, eso sí.
Acondicionar el caseto, preparar y disfrutar de una sopa de verduras y pinchos de carne, todo regado de una buena bota de vino, nos llevó su tiempo. Conversaciones variadas sobre que es lo normal y lo extraño para la gente; observar las estrellas y saludar a otros caballos que aparecieron de la negrura trotando por el camino, vecinos de los anteriores que conocimos en la distancia en el Corral de la Espina, quisimos pensar; recordar al animista que hacía que no veíamos y que tendría mucho q decir... Nos llevó otro tanto. Así que, cuando nos hicimos gusanos en los sacos, estaba tan avanzada la noche que a las pocas horas los pájaros y la incipiente luz arrastrándose por el bajo de la puerta, nos despertó. Aún aguantamos un par de horas más, Ojos de Elfo apenas un rato, antes de estar activos. Para cuando el montaraz salió de la crisálida, el guerrero volvía de explorar los caminos.
Al echar a andar en el nuevo día, el Sol aún no había logrado remontar los promontorios que nos encauzaban y se caminaba sin mucho esfuerzo en la suave subida entre hayas al Chozo de Brañoseda. Ojos de Elfo recogió agua en un pequeño salto y Leord aguardo a la fuente del chozo, unas ruinas inaproblechables llenas de maleza y árboles jóvenes.
A partir de éste punto el sendero se abre a una pequeña canal, sin árboles y de un verde brillante y gana altura con gran desparpajo, velozmente. Poco a poco nos acercamos a la parte derecha de la misma, no se puede llamar ni de lejos pared, y se empieza a subir por ella. Pasamos al lado de un árbol muerto, aún de pie pero sin apenas ramas. Sin corteza y sin color, todo de un gris blanco. Nos preguntamos cuántos inviernos aún le quedarán de vigilante de la senda. Seguimos subiendo sin parar, giramos más a la derecha y el terreno se hace más pedregoso a medida que ascendemos. Ya no hay sombras, pero no se hace para nada incómodo de subir, salvo por el esfuerzo contínuo que llevamos haciendo desde que echamos a andar. Nos acercamos al gran promontorio de La Peña, último esfuerzo por expugnar la cumbre. Paramos para comer algo y beber antes del último reto, creíamos ilusos, del día. Hablamos de por donde ascender, si por su cara más norte, o noroeste, o por la este. Ambas comunes y fáciles. Al final optamos por la última, yendo hacia el sur y dejando a nuestra izquierda el Pico del Burrián, para luego dejarlo a nuestra espalda y al girar a la derecha iniciar de frente la subida a La Peña. Nos lleva casi una hora sin pausas llegar a la cumbre: festival de paisajes, cruz enorme en la cima. Abrazos y golpes en la espalda. Bocadillo y agua a borbotones.
Cerca está una imagen de una Virgen y el hito geodésico que señala la cumbre. Sin más dilación iniciamos el descenso por la cuerda, por el lado oeste, el contrario que el de la subida, bajando y flanqueando por la derecha pequeños riscos para no tener que subirlos. Después de varios de esos, llegamos a una vaguada pronunciada que está toda verde, El Collado, se le conoce en los mapas, resaltando con el color de la piedra que teníamos hasta ahora. Si siguiéramos más adelante podríamos llegar y subir el Pico Rebanal, pero preferimos dejarlo para otra ocasión en la que sí que hagamos noche en el Chozo de la Espina. Ahora toca tirar para abajo, a través de un bosque de hayas tupido, secreto y podrido de vida. No sé cuanto tiene todas las hojas que pisamos, pero dudo que más que unas estaciones. El suelo come y absorve todo lo que el bosque el echa: hojas, ramas, troncos, animales. Todo se pudre y desaparece para brotar de nuevo otra primavera. Andamos y nos caemos y es complicada la bajada: mucho desnivel, muchos resbalones, y ningún camino o sendero. Es precioso el lugar, pero imposible de andar mas que a duras penas. Llegamos a un trozo de camino que anduvimos la noche anterior, pero apenas 15 metros y seguimos canal abajo. Más bosques y más hayas. Más cuadros y másl silencio solo interrumpido por nuestros pasos y palabras. A ratos hay que seguir el cauce seco del río. Imagino que en cualquier otra estación que no vuera el verano sería imposible de recorrer. Vemos un corzo o un venado... grande y rápido. Baja al arroyo seco y sube de un brinco huyendo de nuestros sonidos.
Al final salimos de la maraña de árboles, seguimos sin camino hasta llegar al puente sobre el Arroyo de la Fuente Deshondonada, y a partir de ahí hay una pista bien definida. La continuamos un par de kilómetros hasta girar a la izquieda y llegar a otro puente que, al cruzarlo, da como finalizada la ruta.
Una ruta sencilla, La Peña, que siempre nos reporta aventuras y dichas y que hicimos larga y más dura. La caminata nocturna y el regreso a través del boque de hayas de lo mejor. Eso sí, quizá no todos lo piensen así.
Recomendación: no atravesar el canal de hayas como camino de vuelta, salvo en verano. Incluso en esta estación yo lo pensaría. Es muy difícil de transitar, imagino que recién llovido mucho más. Eso sí, es precioso.
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Comments (2)
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Information
Easy to follow
Scenery
Moderate
Redactado para ser leído en noches de campamento de verano. "que pensarían las criaturas nocturnas de la foresta observándonos desde la oscuridad".
Ruta bonita y disfrutona sin gran dificultad técnica pero exigente físicamente.
Aunque la bajada por los canales te transporta a otros mundos tiene su complicación, y a no ser con muy condiciones climatologías descartar la bajada por ahí.
Yo lo descartaría en caso de tener cualquier posibilidad de estar bien mojado, que húmedo siempre estará.
Una ruta sencilla salvo por el esfuerzo físico que se convierte en una experiencia de las que nos molan. Estuvo genial, pero hay que volver al Chozo de la Espina con el animista para cuando caigan las nieves.