51. Los Rublacedos y la Ruta del Agua

INDICE IBP de Dificultad de la Ruta

Para Criterios y Tabla de Interpretación, Ir a:
https://www.ibpindex.com/index.php/es/

El resultado del análisis IBP es de 66 (para Senderismo): dificultad 'Fácil' para una preparación física 'Media'.

El cómputo del desnivel acumulado de la ruta por parte de IBP es de 330 metros (superior al que estima Wikiloc).


Hicimos la conocida como ‘Ruta del Agua’, tal como está etiquetada en el cartel ubicado a las afueras de Rublacedo de Arriba, en su inicio. La versión más documentada que conocemos de ella es la que ofrece ‘Angelbur’ en Sendas de Burgos (http://sendasdeburgos.blogspot.com/2018/10/paramo-de-los-rublacedos.html). Realizamos una versión libre, aunque ajustada al trazado típico. En realidad, la ruta tiene un itinerario muy definido y es muy fácil de seguir. No hay más que acomodarse al marcado camino, de principio a fin. Incluso si se desvía uno a los miradores en el borde del páramo, es muy sencillo retomar la senda.

Desde Rublacedo de Arriba subimos al páramo, nos acercamos a varias balconadas sobre el valle del río Zorita y los horizontes en toda esa zona occidental, con vistas que abarcan de sur a norte. Recorrimos con deleite la planicie, más verde que gris. En la parte final de ese enorme cerro, ensanchamos perspectivas hacia el este, con las prominentes siluetas de los picos de la Sierra de la Demanda. A lo largo de todo ese trayecto, tendremos panorámicas de las montañas del norte, donde destaca la Mesa de Oña. Luego, en un prolongado y suave descenso hacia Rublacedo de Abajo, dejaremos la meseta cruzando un pequeño bosque, y seguidamente nos acompañará la gran cárcava de Fuenterrebiel a la derecha. Llegados a las inmediaciones del pueblo, haremos un giro de 90 grados y recorreremos el último trecho, llano, que nos devuelve al origen de la ruta.

Cabe plantearse el porqué de esa liberal y pródiga denominación: ‘Ruta del Agua’. Desconociendo otras razones, se nos ocurren tres motivos. Por un lado, en el recorrido hay dos pilones o abrevaderos: al comienzo del ascenso al páramo, el primero; y próximo al final del descenso, el segundo. Por otro, hay un molino situado en las cercanías de Rublacedo de Arriba, finalizando la ruta. Así ubicados, conforman una especie de triángulo estratégico. Podemos añadir un elemento argumental más para ese sugerente nombre: el propio río Zorita, que fluye sonoro, rápido, casi diríase que furioso, y con un caudal considerable, dada la estrechez de su cauce, desde el Rublacedo de Arriba al de Abajo. A lo largo del resto de la travesía, no hay agua; como no sea la que acumula la tierra arcillosa, barrosa, del descenso.

Para describir con más detalle la ruta, podemos utilizar la lupa (metafóricamente hablando) sobre los distintos segmentos que la componen. Ciertamente, y en general, lo mejor son las vistas panorámicas que proporciona durante gran parte del trayecto. En un día luminoso y con un azul del cielo diáfano, había mucha visibilidad. Expongamos los enclaves de más interés, según el orden de su aparición al caminante, de acuerdo con la secuencia del itinerario:

Primero, en el inicio, a partir del cartel de la ruta, hay dispuesta una hilera de piedras de colores a lo largo de más de 25 metros; como una señal festiva. La piedra cabecera, precisamente, lleva escritas en su parte frontal las palabras “agua”, “eau”, en francés, y “water”, inglés (y quizá el símbolo químico H2O, difícilmente legible). Era todo lo que cabía en la superficie frontal de la piedra; de refilón, se entrevé también “wasser”, en alemán. Sin fronteras, como corresponde a las tierras y gentes castellanas. El bonito detalle de las piedras nos comienza alegrando el día. El resto del camino de subida es bastante más sobrio. Sólo llaman la atención algunos regatos congelados; en grumos de hielo, como si una repentina helada les hubiera pillado desprevenidos y el agua no hubiera tenido tiempo para ocultarse bajo tierra.

Segundo, en la parte alta de la subida empiezan a hacerse visibles las llamativas panorámicas del valle del río Zorita o de Santa Casilda, hacia el oeste, que se amplifican desde el páramo. Con independencia de las vistas exteriores que proporciona, la meseta es atractiva por sí misma. Está pelada y es frondosa, a la vez; sin arbolado, salvo algunos arbustos de tamaño mediano esparcidos aquí y allá, y un pequeño bosque al final. Pero está todo cubierto de hierba y plantas arbustivas aferradas a la árida tierra, como protegiéndose de los vientos y el frío. Soledad en estado puro para encontrarse a uno mismo. Desolación aparente acompañada de horizontes que le hacen a uno elevar la frente y la mirada, y expandir la mente.

Tercero, precisamente, desde el páramo y sus miradores, las panorámicas se estiran y engrandecen el alma del observador. Por un lado, está la propia hondonada de los Rublacedos a nuestros pies, en el lado occidental, que se prolonga desde el Valle de las Navas hasta Poza de la Sal, con franjas de colores en el terreno, desde el blanco al ocre, pasando por el gris y el pardo. Más al fondo, hacia poniente, aparecen las elevaciones de la Montaña Palentina, como el destacado e inconfundible Curavacas, y también el Alto Campóo; y detrás de aquellas, posiblemente, algunas partes de los Picos de Europa; todos nevados en esta época del año.

Cuarto, avanzando por el páramo hacia el norte y el este, nos aparecen a la derecha los perfiles del cordal de toda la Sierra de la Demanda en su parte septentrional. Es una lástima que el sol, que nos daba casi de cara a esa hora temprana, cegase a la cámara fotográfica y no permitiera obtener instantáneas de calidad de sus recortadas y altivas siluetas. Allí se exhibían, en su imagen de montañas macizas, todas sus más altas cimas: el pico Trigaza, el San Millán, el Cabeza Aguílez, etc., y hasta muy probablemente el San Lorenzo, el más elevado, pero más oriental de todos, ya en tierras riojanas. Parecía no faltar ninguno.

Quinto, ya hacia el final de la planicie, a la imponente Mesa de Oña, visible desde mucho antes, se unen las crestas más occidentales de los Montes Obarenes (a la derecha de la Mesa), y también se hacen visibles (a la izquierda y más difuminadas), las elevaciones de la Sierra de la Tesla. Estas excelencias orográficas nos siguen acompañando, aún más cercanas, durante el descenso. Ahí están el pico Cuchillos (más apacible, a lado de la Mesa de Oña) y los picos Ventanas (más pendenciero y difícil de domeñar) y Pan Perdido (más elevado, pero más amigable para montarlo), así como las fabulosas Peñas de San Juan. Gusta recordarlos (si se conocen), o se deseará ir hasta ellos (si no).

Y, sexto, no podían faltar los “fuegos artificiales” al final. Durante el descenso, se nos aparece, ostentosa, la gran cárcava, así como las innumerables ramificaciones que convergen sobre ella. Se la denomina de Fuenterrebiel por el nombre del arroyo; seco, excepto con lluvias fuertes, que erosionan su blando cauce arenoso. Destacan sus profundos surcos y el colorido del terreno estratificado. A trechos, si uno deja volar la fantasía, la imagen resulta incluso sobrecogedora: como si fuera un gran alacrán, donde la cabeza se sitúa en los barrancos que conforman la parte alta, las patas son esas decenas (más bien, centenas) de quebrados barrancos afluentes, y la larga cola retorciéndose en dirección noroeste.

Hay, no obstante, un aspecto de la ruta con menos alicientes, aunque esto dependerá de la época del año y la climatología: el barro del camino durante la segunda mitad del descenso (sobre todo) y en el camino de retorno de un Rublacedo al otro (menos). Este barro es especial: es una tierra arcillosa blancuzca o grisácea que se pegaba a las botas como el cemento, y que costó despegar. Es invisible hasta que has hundido tus botas en él. Parece como si el terreno estuviera seco, pero la tierra mantiene la humedad por debajo de la superficie. Eso hace divertido el caminar al principio, con el suelo como almohadillado. Pero se vuelve molesto después, si no inseguro; y termina pesando (sí, peso real, no metafórico).

A pesar de esa menos grata impresión final, fue una estupenda excursión en su conjunto, y con nota sobresaliente en muchos aspectos, como los mencionados. Además, la exigencia física es baja (como no sea por el barro..., cuando lo hay), y se encuentra relativamente cerca (de la ciudad de Burgos).

En esta jornada no hubo anécdota propiamente dicha. Quizá lo más parecido, como curiosidad sorpresiva, fueron los carteles con frases sentenciosas de juicioso contenido universal (caben opiniones…), con que nos topamos de pronto al regresar a Rublacedo de Arriba. Algunas, anónimas; otras, de autoría conocida. Aparecían escritas en letras grandes de imprenta, en enormes carteles sobre el cercado de una casa (se muestra una foto). A pesar de la curiosidad y la sorpresa en ese contexto, el hecho no tuvo un carácter dinámico ni interactivo, algo que sí suele caracterizar a las anécdotas. Pero resulta inusual y, a la vez, estimulante en tales circunstancias.