Los Escullos-Sendero Caldera de Majada Redonda-Peñones-Sendero Requena-La Isleta
near Los Escullos, Andalucía (España)
Viewed 64 times, downloaded 3 times
Trail photos
Itinerary description
Espectacular ruta por el Parque Natural marítimo-terrestre Cabo de Gata-Níjar (primero declarado en Andalucía, en 1987); eso sí, para realizarla en esta época del año, cuando luce sus mejores galas la sufrida vegetación de esta zona semiárida. No la recomiendo en absoluto en verano, ni aún saliendo muy temprano, dada su longitud y la práctica ausencia de sombra; por otra parte, la he calificado como difícil por la subida a Peñones y por algunos tramos de piedra suelta, por lo que es imprescindible un buen calzado (preferentemente bota de media caña, por riesgo de torcedura de tobillo) y muy aconsejable bastón/es.
Viniendo desde Almería, antes de llegar a San José, hay que tomar la A-4200, hacia Los Escullos, aparcando, tras casi recorrer cinco kilómetros de esta carretera, al lado del hotel, junto a la playa del Arco. Del poblado de Los Escullos escribió Juan Goytisolo en 1959 (reflejando la pobreza de esta comarca en aquellos años ), en “Campos de Níjar”: "Es un poblado mísero, asolado por los vendavales, cuyas casas crecen sin orden ni concierto, lo mismo que hongos. No hay calles, ni siquiera veredas que merezcan tal nombre”.
Desde aquí sigo el sendero Los Escullos-Pozo de los Frailes, con vistas hacia el Cerro del Fraile, dos domos volcánicos (el Fraile Chico -411 msnm- y el Fraile Grande, el punto más alto de la Sierra del Cabo de Gata con 493 metros de altitud), que son restos de una antigua caldera volcánica. El Cabo de Gata es el principal territorio volcánico peninsular, con una actividad eruptiva generada sobre todo en un ambiente submarino hace, aproximadamente, entre 16 y 7.5 millones de años, en el Mioceno, principalmente en dos ciclos (ya lo comenté más extensamente en una ruta anterior por el Parque). Algo más adelante dejo el sendero para continuar por Rambla Redonda en dirección a la carretera (procurando siempre que se pueda caminar por los márgenes de la rambla, que quedan muchos kilómetros por delante); dejo el Camping Los Escullos a mi izquierda y luego salgo de la rambla por una veredita para llegar a la A-4200. Tras cruzarla, sigo aproximadamente 1 kilómetro por asfalto hasta la pedanía nijareña de Presillas Bajas; sigo la indicación hacia el inicio del Sendero Caldera de Majada Redonda (SL-A 101), que comienza pasado el pueblito en la rambla de Majada Redonda, junto a un abrevadero y un pozo cubierto con una bóveda circular. El sendero está bien balizado, discurriendo por el lecho de la rambla o por veredas junto a ella, con el Cerro del Garbanzal a la izquierda y a la derecha las laderas de la Rellana de Majada Redonda. En esta época del año, en el inicio de la primavera, debido a la floración temprana gracias a la calidez del invierno, el paisaje muestra un colorido que sería difícil de imaginar por estas tierras: al verde intenso de los palmitales se añade sobre todo el amarillo de la albaida y de las aulagas, también el violeta o el blanco de las jaras y jaguarzos, el lila de los matagallos… además de la vegetación esteparia (que subsiste gracias a la precipitación oculta -la condensación de la humedad ambiental- y aprovechando como fuente de hidratación también el rocío o la niebla), se encuentran algunos -pocos- árboles como algarrobos, almendros o higueras. Se pueden apreciar además afloraciones de cenizas volcánicas con bentonita (arcilla de color blanco) y en las laderas la erosión alveolar (huecos en las rocas, llamados cocones, donde queda recogida el agua de las escasísimas precipitaciones, sirviendo de abrevaderos para animales), así como observar líquenes, simbiosis de alga y hongo, sobre las rocas. También se nota la huella humana en los viejos muros de piedra seca -los balates-, que se usaban para evitar la erosión del suelo y aprovechar al máximo el agua para los cultivos de cereal, de secano.
Dejo a la izquierda la boca de un antiguo pozo de piedra (bien señalizado y protegido), en la desembocadura de un afluente de la rambla, junto las ruinas de un cortijo; al poco, sale un carril por la izquierda que sube al cortijo del Collado y a Las Presillas Altas. Hay que seguir por el lecho de la rambla hasta llegar al interior de la caldera por su lado oeste (donde las sucesivas erupciones abrieron una brecha que sirvió de aliviadero para las lavas). Es la más representativa del Parque (estamos de hecho en el Área de Reserva de Majada Redonda) y una de las geoformaciones más características del vulcanismo de la zona: las calderas se forman al producirse un hundimiento de la cavidad magmática, generalmente al quedarse vacía, resultando en una depresión del terreno rodeada por una pared en forma circular, que justifica su nombre. Actúa como un cono que concentra el agua de las pocas lluvias, permitiendo los cultivos en su interior.
Finalizado el SL-A 101, continúo un trecho por la rambla, que luego dejo dirigiéndome hacia las paredes de la caldera para afrontar la subida a la cuerda; ésta la hago monte a través, eligiendo un tramo con balates en su inicio, para continuar luego por donde buenamente se puede, entre el espartal, evitando las partes con más piedra suelta. Ya arriba en la cuerda hay una veredita que la recorre (aunque se puede perder fácilmente) y cresteando llego a la cima del Cerro de Peñones, que corona con sus 488 metros de altitud la caldera. Aquí hay
un radar meteorológico con una antena en forma de gran esfera blanca. En estas alturas se puede disfrutar de magníficas vistas, no sólo de la caldera volcánica, sino del litoral desde Carboneras hasta la propia ciudad de Almería, de las Sierras de los Filabres, de Gádor y Alhamilla e incluso de las cumbres de Sierra Nevada.
Desde este punto, el más alto de la ruta, bajo hasta una pista y la continúo a la derecha unos cuantos metros, divisando el Barranco de Requena y la llanura más allá (donde se encuentra el Cortijo del Fraile), con el Cerro del Cinto a la derecha (horadado por la actividad minera, que se remonta a la época de los íberos, y se mantuvo con la extracción de oro hasta 1963). Salgo del camino hacia la cabecera del barranco, encontrando pronto el Sendero Requena, por el que desciendo hacia el valle. El Barranco de Requena es uno de los grandes atractivos del recorrido, con densas formaciones vegetales (predominando el palmito, que alcanza un gran tamaño, aunque también hay lentisco, coscoja, rusco, acebuche…), regalándonos una explosión de color nuevamente; esta exuberancia se debe a que goza de un microclima por su orientación norte, con un ambiente umbrío y fresco en su tramo más encajonado entre las paredes de los montes. Una parte del sendero está reforzada con muros de piedra, salvando en zigzag un fuerte salto del barranco, antes de cruzar su lecho y proseguir por su otra vertiente. Ya abajo, el sendero se ensancha y lleva hasta el Cortijo de Requena, casi en ruinas (usado para guardar ganado); no llego hasta él, sino que me dirijo, cruzando la rambla, hasta un aljibe, junto a una mesa interpretativa explicando los tipos de aljibes que aún se pueden encontrar en el Parque, de bóveda de cañón (tanques o estanques) y de cúpula: los de menor tamaño para uso doméstico o familiar y los mayores para abrevar el ganado. Estas construcciones tradicionales, de muros de piedra y cal con paredes interiores revestidas de almagre para evitar la filtración del agua, permitían aprovechar la escasa pluviometría de la comarca (menos de 200 litros anuales), por lo general en forma de lluvias torrenciales; para ello se situaban en suelos impermeables encauzando mediante conducciones las aguas de las escorrentías hacia una pequeña balsa, donde se decantaba el lodo y la arena antes de entrar el líquido elemento, más limpio, en el interior del aljibe.
Desde aquí vuelvo hacia la pista pero siguiendo una casi perdida vereda que rodea el Cerro Cuchillo (los mojones de piedra facilitan el seguirla); de nuevo en el carril, lo sigo hasta lo que queda del Cortijo de la Rellana, una construcción típica de la comarca con su techo plano para retener el agua y su porche para aportar frescor al interior de la vivienda. Su situación sobre una gran meseta (a la que se llama rellana) sobre la cabecera del Barranco del Negro es privilegiada por las vistas que desde aquí se tienen del Parque, componiendo a su vez una bonita estampa con el solitario pino carrasco junto a la casa. Lástima que en las cercanías queden en pie unas construcciones más modernas, cuyas obras fueron paralizadas.
Ahora toca continuar por una estrecha y pedregosa senda que baja al barranco, llegando hasta un pequeño pinar relicto, vestigio de bosques más extensos, de los que quedan pequeñas manchas (ya escribió Estrabón, el geógrafo e historiador griego, que las montañas del sureste de la Península Ibérica estaban “cubiertas de densos bosques y árboles gigantescos”); este bosquecillo de pino carrasco aprovecha la orientación norte de la ladera para reducir las horas de exposición solar y disminuir la evapotranspiración. Dada la aridez de la zona, constituye toda una rareza en el Cabo.
El sendero continúa serpenteando junto al barranco, a veces cruzando su lecho, siguiendo una antigua vereda usada en su día por pastores y agricultores, hasta llegar a la carretera; al otro lado hay un pequeño ensanche junto al cartel que anuncia la Cala de los Toros, a la que se llega continuando la rambla, pasando por otra bonita mancha de pino carrasco (con alguna palmera) antes de abrirse a una pequeña ensenada, de bolos y grava. Aprovecho para refrescar los pies y tobillos, ya algo machacados por las piedras del sendero, mientras relajo la vista contemplando el paisaje, que cierra a mi izquierda la Punta de la Polacra (con el Cerro de los Lobos coronado por la silueta del Faro de la Polacra -o Torre de los Lobos- que, situado a 280 msnm, es el más alto de España).
Tras el corto descanso, dejo el bosquete del Barranco del Negro a mi derecha, para continuar por un sendero entre matas de esparto camino de La Isleta del Moro. El esparto ha sido tradicionalmente una planta usada por la población rural como materia prima para fabricar todo tipo de utensilios: cuerdas, crinejas para cabezales de mulo, moldes para quesos, esteras, capachos, albardas, espuertas, serones, sillas, alpargatas… Pero con el trabajo diario del esparto además se producía una afección oftalmólogica (por el polvo en suspensión de la planta), apareciendo las típicas legañas en el lacrimal del ojo, a la que contribuían el clima seco, un alto índice de salinidad por la proximidad al mar y la escasez de agua (que hacía difícil mantener una adecuada higiene ocular), todo lo cual predisponía a sufrir una infección bacteriana, el tracoma, dolencia contagiosa común entre muchos esparteros y agricultores, que, sin tratamiento, podía llevar a la ceguera (se decía que Almería era la tierra de las tres cosechas: esparto, lagartos y legañas). A entonces se remonta el apodo de legañoso que tenemos los almerienses, dado por las clases pudientes a las medias-bajas con una clara connotación despectiva y que hoy solemos llevar a mucha honra.
Pasado el espartizal (o atochar), entro en un barranquillo con eucaliptos y palmeras de buen porte: el Barranco del Paraíso (o Palmeral de la Loma), que añade una nota de exotismo al paisaje, evocando un oasis africano. Después llego sobre la playa del Peñón Blanco, con una bella vista de La Isleta del Moro Arráez, nombre que algunos creen que se debe a un pirata berberisco, Mohamed Arráez (pudiera haber sido, en algún momento histórico, refugio de piratas); quizás proviene de un vocablo árabe que significaría patrón o capitán de barco o haga referencia a quien detentaba los derechos de explotación de la moruna (arte de pesca tradicional aún usado por los pescadores locales al paso de bancos de peces durante sus migraciones estivales). Otra versión relaciona el nombre de Isleta del Moro con el perfil del islote contiguo a la punta, que recuerda a la figura de un turbante o un casco árabe. También se llama al lugar simplemente La Isleta.
Antiguo poblado de pescadores, hoy vive sobre todo del turismo, aunque conserva su pasado encanto en sus estrechas calles blancas de casas cúbicas. Cruzo la población pasando por su plaza, con un antiguo lavadero y el pequeño santuario dedicado a la Virgen del Carmen, patrona de las gentes del mar; a la izquierda queda unos metros más abajo el fondeadero (desde el que se tiene una hermosa estampa marinera). En la parte alta de La Isleta, antes de llegar al mirador, sigo un sendero bajo el mismo, disfrutando igualmente de una magnífica panorámica de Los Escullos bajo la mole de Los Frailes (conocidos por los locales como Las Hermanicas). Luego me dirijo al sendero (señalizado con marcas blancas y azules) que une La Isleta con Los Escullos, atravesando un barranquillo antes de afrontar la última cuesta, continuando cerca de unos pequeños acantilados después y volviendo a dirigirme hacia el interior para rodear la casa de don Adelchi, propiedad particular, antes de terminar en la playa del Arco.
Al final de la misma, sigo sobre los acantilados de arenisca, que crea caprichosas formas, rodeando el Chamán, local con más de cincuenta años de existencia donde oír música en directo, comer o tomar una copa junto al mar. A continuación, desde hace casi tres centurias, se levanta el castillo de San Felipe, en realidad una batería costera construida sobre una enorme duna fósil durante el reinado de Carlos III, según el proyecto del ingeniero militar Felipe Crame, de 1733; éste recibió del Duque de Montemar (ante el temor a una represalia berberisca por la ocupación el año anterior de la plaza de Orán) la orden de organizar la defensa del litoral del Cabo de Gata, para lo que proyectó la construcción de nueve fortificaciones (reducidas a seis en la revisión de 1735), aunque sólo se llevó a cabo la del Fuerte Nuevo o de San José y la de San Francisco de Paula (sobre el Arrecife de las Sirenas). El castillo de San Felipe se construyó años después, organizado en torno a un patio rectangular central al que se accedía a través de un puente levadizo que salvaba un foso; contaba con estancias comunes, capilla y cuarteles y, como elemento básico, una batería de cuatro cañones de 24 libras. Esta batería fue desartillada por los franceses durante la Guerra de la Independencia; luego, mediado el siglo XIX, el castillo fue ocupado por fuerzas policiales encargadas de la vigilancia del litoral, hasta que fue abandonado el siglo pasado. Por fortuna se ha procedido a restaurarlo, embelleciendo aún más, si cabe, con su presencia, los amaneceres en el Cabo de Gata.
Viniendo desde Almería, antes de llegar a San José, hay que tomar la A-4200, hacia Los Escullos, aparcando, tras casi recorrer cinco kilómetros de esta carretera, al lado del hotel, junto a la playa del Arco. Del poblado de Los Escullos escribió Juan Goytisolo en 1959 (reflejando la pobreza de esta comarca en aquellos años ), en “Campos de Níjar”: "Es un poblado mísero, asolado por los vendavales, cuyas casas crecen sin orden ni concierto, lo mismo que hongos. No hay calles, ni siquiera veredas que merezcan tal nombre”.
Desde aquí sigo el sendero Los Escullos-Pozo de los Frailes, con vistas hacia el Cerro del Fraile, dos domos volcánicos (el Fraile Chico -411 msnm- y el Fraile Grande, el punto más alto de la Sierra del Cabo de Gata con 493 metros de altitud), que son restos de una antigua caldera volcánica. El Cabo de Gata es el principal territorio volcánico peninsular, con una actividad eruptiva generada sobre todo en un ambiente submarino hace, aproximadamente, entre 16 y 7.5 millones de años, en el Mioceno, principalmente en dos ciclos (ya lo comenté más extensamente en una ruta anterior por el Parque). Algo más adelante dejo el sendero para continuar por Rambla Redonda en dirección a la carretera (procurando siempre que se pueda caminar por los márgenes de la rambla, que quedan muchos kilómetros por delante); dejo el Camping Los Escullos a mi izquierda y luego salgo de la rambla por una veredita para llegar a la A-4200. Tras cruzarla, sigo aproximadamente 1 kilómetro por asfalto hasta la pedanía nijareña de Presillas Bajas; sigo la indicación hacia el inicio del Sendero Caldera de Majada Redonda (SL-A 101), que comienza pasado el pueblito en la rambla de Majada Redonda, junto a un abrevadero y un pozo cubierto con una bóveda circular. El sendero está bien balizado, discurriendo por el lecho de la rambla o por veredas junto a ella, con el Cerro del Garbanzal a la izquierda y a la derecha las laderas de la Rellana de Majada Redonda. En esta época del año, en el inicio de la primavera, debido a la floración temprana gracias a la calidez del invierno, el paisaje muestra un colorido que sería difícil de imaginar por estas tierras: al verde intenso de los palmitales se añade sobre todo el amarillo de la albaida y de las aulagas, también el violeta o el blanco de las jaras y jaguarzos, el lila de los matagallos… además de la vegetación esteparia (que subsiste gracias a la precipitación oculta -la condensación de la humedad ambiental- y aprovechando como fuente de hidratación también el rocío o la niebla), se encuentran algunos -pocos- árboles como algarrobos, almendros o higueras. Se pueden apreciar además afloraciones de cenizas volcánicas con bentonita (arcilla de color blanco) y en las laderas la erosión alveolar (huecos en las rocas, llamados cocones, donde queda recogida el agua de las escasísimas precipitaciones, sirviendo de abrevaderos para animales), así como observar líquenes, simbiosis de alga y hongo, sobre las rocas. También se nota la huella humana en los viejos muros de piedra seca -los balates-, que se usaban para evitar la erosión del suelo y aprovechar al máximo el agua para los cultivos de cereal, de secano.
Dejo a la izquierda la boca de un antiguo pozo de piedra (bien señalizado y protegido), en la desembocadura de un afluente de la rambla, junto las ruinas de un cortijo; al poco, sale un carril por la izquierda que sube al cortijo del Collado y a Las Presillas Altas. Hay que seguir por el lecho de la rambla hasta llegar al interior de la caldera por su lado oeste (donde las sucesivas erupciones abrieron una brecha que sirvió de aliviadero para las lavas). Es la más representativa del Parque (estamos de hecho en el Área de Reserva de Majada Redonda) y una de las geoformaciones más características del vulcanismo de la zona: las calderas se forman al producirse un hundimiento de la cavidad magmática, generalmente al quedarse vacía, resultando en una depresión del terreno rodeada por una pared en forma circular, que justifica su nombre. Actúa como un cono que concentra el agua de las pocas lluvias, permitiendo los cultivos en su interior.
Finalizado el SL-A 101, continúo un trecho por la rambla, que luego dejo dirigiéndome hacia las paredes de la caldera para afrontar la subida a la cuerda; ésta la hago monte a través, eligiendo un tramo con balates en su inicio, para continuar luego por donde buenamente se puede, entre el espartal, evitando las partes con más piedra suelta. Ya arriba en la cuerda hay una veredita que la recorre (aunque se puede perder fácilmente) y cresteando llego a la cima del Cerro de Peñones, que corona con sus 488 metros de altitud la caldera. Aquí hay
un radar meteorológico con una antena en forma de gran esfera blanca. En estas alturas se puede disfrutar de magníficas vistas, no sólo de la caldera volcánica, sino del litoral desde Carboneras hasta la propia ciudad de Almería, de las Sierras de los Filabres, de Gádor y Alhamilla e incluso de las cumbres de Sierra Nevada.
Desde este punto, el más alto de la ruta, bajo hasta una pista y la continúo a la derecha unos cuantos metros, divisando el Barranco de Requena y la llanura más allá (donde se encuentra el Cortijo del Fraile), con el Cerro del Cinto a la derecha (horadado por la actividad minera, que se remonta a la época de los íberos, y se mantuvo con la extracción de oro hasta 1963). Salgo del camino hacia la cabecera del barranco, encontrando pronto el Sendero Requena, por el que desciendo hacia el valle. El Barranco de Requena es uno de los grandes atractivos del recorrido, con densas formaciones vegetales (predominando el palmito, que alcanza un gran tamaño, aunque también hay lentisco, coscoja, rusco, acebuche…), regalándonos una explosión de color nuevamente; esta exuberancia se debe a que goza de un microclima por su orientación norte, con un ambiente umbrío y fresco en su tramo más encajonado entre las paredes de los montes. Una parte del sendero está reforzada con muros de piedra, salvando en zigzag un fuerte salto del barranco, antes de cruzar su lecho y proseguir por su otra vertiente. Ya abajo, el sendero se ensancha y lleva hasta el Cortijo de Requena, casi en ruinas (usado para guardar ganado); no llego hasta él, sino que me dirijo, cruzando la rambla, hasta un aljibe, junto a una mesa interpretativa explicando los tipos de aljibes que aún se pueden encontrar en el Parque, de bóveda de cañón (tanques o estanques) y de cúpula: los de menor tamaño para uso doméstico o familiar y los mayores para abrevar el ganado. Estas construcciones tradicionales, de muros de piedra y cal con paredes interiores revestidas de almagre para evitar la filtración del agua, permitían aprovechar la escasa pluviometría de la comarca (menos de 200 litros anuales), por lo general en forma de lluvias torrenciales; para ello se situaban en suelos impermeables encauzando mediante conducciones las aguas de las escorrentías hacia una pequeña balsa, donde se decantaba el lodo y la arena antes de entrar el líquido elemento, más limpio, en el interior del aljibe.
Desde aquí vuelvo hacia la pista pero siguiendo una casi perdida vereda que rodea el Cerro Cuchillo (los mojones de piedra facilitan el seguirla); de nuevo en el carril, lo sigo hasta lo que queda del Cortijo de la Rellana, una construcción típica de la comarca con su techo plano para retener el agua y su porche para aportar frescor al interior de la vivienda. Su situación sobre una gran meseta (a la que se llama rellana) sobre la cabecera del Barranco del Negro es privilegiada por las vistas que desde aquí se tienen del Parque, componiendo a su vez una bonita estampa con el solitario pino carrasco junto a la casa. Lástima que en las cercanías queden en pie unas construcciones más modernas, cuyas obras fueron paralizadas.
Ahora toca continuar por una estrecha y pedregosa senda que baja al barranco, llegando hasta un pequeño pinar relicto, vestigio de bosques más extensos, de los que quedan pequeñas manchas (ya escribió Estrabón, el geógrafo e historiador griego, que las montañas del sureste de la Península Ibérica estaban “cubiertas de densos bosques y árboles gigantescos”); este bosquecillo de pino carrasco aprovecha la orientación norte de la ladera para reducir las horas de exposición solar y disminuir la evapotranspiración. Dada la aridez de la zona, constituye toda una rareza en el Cabo.
El sendero continúa serpenteando junto al barranco, a veces cruzando su lecho, siguiendo una antigua vereda usada en su día por pastores y agricultores, hasta llegar a la carretera; al otro lado hay un pequeño ensanche junto al cartel que anuncia la Cala de los Toros, a la que se llega continuando la rambla, pasando por otra bonita mancha de pino carrasco (con alguna palmera) antes de abrirse a una pequeña ensenada, de bolos y grava. Aprovecho para refrescar los pies y tobillos, ya algo machacados por las piedras del sendero, mientras relajo la vista contemplando el paisaje, que cierra a mi izquierda la Punta de la Polacra (con el Cerro de los Lobos coronado por la silueta del Faro de la Polacra -o Torre de los Lobos- que, situado a 280 msnm, es el más alto de España).
Tras el corto descanso, dejo el bosquete del Barranco del Negro a mi derecha, para continuar por un sendero entre matas de esparto camino de La Isleta del Moro. El esparto ha sido tradicionalmente una planta usada por la población rural como materia prima para fabricar todo tipo de utensilios: cuerdas, crinejas para cabezales de mulo, moldes para quesos, esteras, capachos, albardas, espuertas, serones, sillas, alpargatas… Pero con el trabajo diario del esparto además se producía una afección oftalmólogica (por el polvo en suspensión de la planta), apareciendo las típicas legañas en el lacrimal del ojo, a la que contribuían el clima seco, un alto índice de salinidad por la proximidad al mar y la escasez de agua (que hacía difícil mantener una adecuada higiene ocular), todo lo cual predisponía a sufrir una infección bacteriana, el tracoma, dolencia contagiosa común entre muchos esparteros y agricultores, que, sin tratamiento, podía llevar a la ceguera (se decía que Almería era la tierra de las tres cosechas: esparto, lagartos y legañas). A entonces se remonta el apodo de legañoso que tenemos los almerienses, dado por las clases pudientes a las medias-bajas con una clara connotación despectiva y que hoy solemos llevar a mucha honra.
Pasado el espartizal (o atochar), entro en un barranquillo con eucaliptos y palmeras de buen porte: el Barranco del Paraíso (o Palmeral de la Loma), que añade una nota de exotismo al paisaje, evocando un oasis africano. Después llego sobre la playa del Peñón Blanco, con una bella vista de La Isleta del Moro Arráez, nombre que algunos creen que se debe a un pirata berberisco, Mohamed Arráez (pudiera haber sido, en algún momento histórico, refugio de piratas); quizás proviene de un vocablo árabe que significaría patrón o capitán de barco o haga referencia a quien detentaba los derechos de explotación de la moruna (arte de pesca tradicional aún usado por los pescadores locales al paso de bancos de peces durante sus migraciones estivales). Otra versión relaciona el nombre de Isleta del Moro con el perfil del islote contiguo a la punta, que recuerda a la figura de un turbante o un casco árabe. También se llama al lugar simplemente La Isleta.
Antiguo poblado de pescadores, hoy vive sobre todo del turismo, aunque conserva su pasado encanto en sus estrechas calles blancas de casas cúbicas. Cruzo la población pasando por su plaza, con un antiguo lavadero y el pequeño santuario dedicado a la Virgen del Carmen, patrona de las gentes del mar; a la izquierda queda unos metros más abajo el fondeadero (desde el que se tiene una hermosa estampa marinera). En la parte alta de La Isleta, antes de llegar al mirador, sigo un sendero bajo el mismo, disfrutando igualmente de una magnífica panorámica de Los Escullos bajo la mole de Los Frailes (conocidos por los locales como Las Hermanicas). Luego me dirijo al sendero (señalizado con marcas blancas y azules) que une La Isleta con Los Escullos, atravesando un barranquillo antes de afrontar la última cuesta, continuando cerca de unos pequeños acantilados después y volviendo a dirigirme hacia el interior para rodear la casa de don Adelchi, propiedad particular, antes de terminar en la playa del Arco.
Al final de la misma, sigo sobre los acantilados de arenisca, que crea caprichosas formas, rodeando el Chamán, local con más de cincuenta años de existencia donde oír música en directo, comer o tomar una copa junto al mar. A continuación, desde hace casi tres centurias, se levanta el castillo de San Felipe, en realidad una batería costera construida sobre una enorme duna fósil durante el reinado de Carlos III, según el proyecto del ingeniero militar Felipe Crame, de 1733; éste recibió del Duque de Montemar (ante el temor a una represalia berberisca por la ocupación el año anterior de la plaza de Orán) la orden de organizar la defensa del litoral del Cabo de Gata, para lo que proyectó la construcción de nueve fortificaciones (reducidas a seis en la revisión de 1735), aunque sólo se llevó a cabo la del Fuerte Nuevo o de San José y la de San Francisco de Paula (sobre el Arrecife de las Sirenas). El castillo de San Felipe se construyó años después, organizado en torno a un patio rectangular central al que se accedía a través de un puente levadizo que salvaba un foso; contaba con estancias comunes, capilla y cuarteles y, como elemento básico, una batería de cuatro cañones de 24 libras. Esta batería fue desartillada por los franceses durante la Guerra de la Independencia; luego, mediado el siglo XIX, el castillo fue ocupado por fuerzas policiales encargadas de la vigilancia del litoral, hasta que fue abandonado el siglo pasado. Por fortuna se ha procedido a restaurarlo, embelleciendo aún más, si cabe, con su presencia, los amaneceres en el Cabo de Gata.
Waypoints
Waypoint
348 ft
Liquen en el Sendero Caldera de Majada Redonda
Un liquen es una simbiosis entre un alga (que proporciona alimento mediante fotosíntesis) y un hongo (que ofrece protección frente a la desecación y la radiación solar); otras ventajas de esta asociación son la de sintetizar sustancias especiales que hacen más eficientes el aprovechamiento del agua y la luz y la eliminación de sustancias perjudiciales, resultando en un organismo vivo muy resistente y, por ello, pionero en la colonización de terrenos
You can add a comment or review this trail
Comments