Jaraba-Hoz Seca-Calmarza-Rio Mesa
near Jaraba, Aragón (España)
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Trail photos
Itinerary description
Sábado 13 de abril de 2014. Salimos de Jaraba río Mesa arriba cerca de las 9 de la mañana siguendo el GR 24. Hacía fresquito pero el sol ya pegaba fuerte en la parte superior de los roquedales a ambos lados del desfiladero. Prometía subir la temperatura a más de veinte grados aquel día.
Seguimos la carretera un par de kilómetros hasta el desvio de la Ermita de la Virgen de Jaraba, tomando a la izquierda el Barranco de la Hoz Seca (o sendero de Campillo), un impresionante pasillo entre dos paredes de roca donde el agua y los hielos de antaño han ido esculpiendo un cañón con paredes que caen a plomo desde una cincuentena de metros. El desfiladero en forma de sucesivas hoces, que está muy bien descrito en los carteles, tiene unos ocho kilómetros y es de cómodo andar: uno va mirando y leyendo, y así se pasa el tiempo de forma más placentera. La flora es la típica de la zona, primero enebros (¿sabinas?) y luego encinas, con algún pino, y un delicioso conjunto de todas las plantas aromáticas del mediterráneo, que esta mañana tras el chaparrón del día anterior mezclaban sus olores aportando matices insospechados. Las aliagas también estaban presentes y florecidas, en su mejor ver del año.
La Hoz Seca tiene también muestras de injerencia humana, desde los apriscos y brosquiles donde resguardaban a las reses del frío y las alimañas a las pinturas rupestres de la Roca Benedí, descubiertas hace casi nada (en 2009), que enseñan las escenas domésticas y de caza comunes en la época. También hay restos de caleras. El camino está muy bien señalado (o señalizado, si se quiere hacer más larga la palabra y más esnob al que la maneja).
En la ruta, se sube a las pinturas y se va un rato por la parte alta del desfiladero. Es un placer ver desde arriba el espectáculo del cañón.
Vimos pocos animales. Los buitres siempre presentes en el borde de los acantilados o en el cielo, un pequeño corzo recien muerto, quizá despeñado, que les serviría de almuerzo y algunos pájaros menudos (los vencejos de la época, sobre todo).
Al salir de la Hoz se toma, a la derecha,el camino de Calmarza, y entre pinos y antiguos campos de almendros, hay ocasión de ver algunos de los paredones donde las piedras combinan colores entre el ocre y el rojo, cuya contemplación detrás del verde de los pinos es un espectáculo. El mayor inconviente es que esta parte del camino no tiene agua; el agua viene después.
Calmarza es un pueblo chico pero con las dos cosas que tienen que tener los pueblos que uno visita: gente amable y agua. Las dos cosas aparecen aquí en demasía. La primera está garantizada porque estamos en Aragón, no hay que decir más. Nos explicaron que la plaza con la puerta casi enterrada era una transformación del antiguo cementerio; había subido el nivel y la puerta con la cruz de piedra quedó embutida, y nos dijeron dónde estaba el bar para almorzar.
Lo del agua aquí queda garantizado por el paso del río Mesa, que en lo más bajo del pueblo tiene dos o tres parajes de muy buen ver, en especial el puentecito japonés que lo cruza y la cascada del Pozo Redondo. No se puede contar, hay que verla, aunque de las fotos puede adivinarse algo. También se puede ver y oír la fuerza del agua en el siguiente video que tendrás que copiar y pegar como dirección en tu navegador:
https://www.facebook.com/photo.php?v=10203772961033101&set=vb.1491232476&type=2&theat
El río Mesa es uno de los afluentes del río Piedra que alimenta al embalse de La Tranquera y da nombre al Monasterio. Nace a una treintena de kilómetros de aquí, en Selas (Guadalajara) y, con esas aguas tan claras y esa corriente tan decidida, no me extraña que antaño tuviera fama de cangrejero. Hoy los antiguos cangrejos autóctonos han emigrado, pero no a Zaragoza como los habitantes de esos pueblos, sino a algún otro sitio del que no se puede volver para el verano.
Desde Calmarza hasta Jaraba el río sigue la carretera (o viceversa), aunque hay desviaciones en el camino que permiten ver los huertos (muchos incultos) y los paredones de uno y otro lado de este cañón del Mesa.
Cuando llegamos a Jaraba, de vuelta, hacía ya calor primaveral. Unos lirios, de flores amarillas de tono chillón, crecían en la orilla del cauce, cabe el balneario. El pueblo respira la tranquilidad que le da saberse protegido por las altas murallas excavadas por el río, la misma paz que hace apetecibles las casas de baños y el agua de sus manantiales, ahora enjaulada en botellas y vendida por doquier como portadora de casi todo lo bueno.
¡Ah! No nos dimos cuenta del "sombrero de Napoleón", que está estampado, yo creo que sin modificar el tamaño porque el Bonaparte era un cabezón, antes de entrar en el pueblo, en una de las paredes del desfiladero junto al rio.
Seguimos la carretera un par de kilómetros hasta el desvio de la Ermita de la Virgen de Jaraba, tomando a la izquierda el Barranco de la Hoz Seca (o sendero de Campillo), un impresionante pasillo entre dos paredes de roca donde el agua y los hielos de antaño han ido esculpiendo un cañón con paredes que caen a plomo desde una cincuentena de metros. El desfiladero en forma de sucesivas hoces, que está muy bien descrito en los carteles, tiene unos ocho kilómetros y es de cómodo andar: uno va mirando y leyendo, y así se pasa el tiempo de forma más placentera. La flora es la típica de la zona, primero enebros (¿sabinas?) y luego encinas, con algún pino, y un delicioso conjunto de todas las plantas aromáticas del mediterráneo, que esta mañana tras el chaparrón del día anterior mezclaban sus olores aportando matices insospechados. Las aliagas también estaban presentes y florecidas, en su mejor ver del año.
La Hoz Seca tiene también muestras de injerencia humana, desde los apriscos y brosquiles donde resguardaban a las reses del frío y las alimañas a las pinturas rupestres de la Roca Benedí, descubiertas hace casi nada (en 2009), que enseñan las escenas domésticas y de caza comunes en la época. También hay restos de caleras. El camino está muy bien señalado (o señalizado, si se quiere hacer más larga la palabra y más esnob al que la maneja).
En la ruta, se sube a las pinturas y se va un rato por la parte alta del desfiladero. Es un placer ver desde arriba el espectáculo del cañón.
Vimos pocos animales. Los buitres siempre presentes en el borde de los acantilados o en el cielo, un pequeño corzo recien muerto, quizá despeñado, que les serviría de almuerzo y algunos pájaros menudos (los vencejos de la época, sobre todo).
Al salir de la Hoz se toma, a la derecha,el camino de Calmarza, y entre pinos y antiguos campos de almendros, hay ocasión de ver algunos de los paredones donde las piedras combinan colores entre el ocre y el rojo, cuya contemplación detrás del verde de los pinos es un espectáculo. El mayor inconviente es que esta parte del camino no tiene agua; el agua viene después.
Calmarza es un pueblo chico pero con las dos cosas que tienen que tener los pueblos que uno visita: gente amable y agua. Las dos cosas aparecen aquí en demasía. La primera está garantizada porque estamos en Aragón, no hay que decir más. Nos explicaron que la plaza con la puerta casi enterrada era una transformación del antiguo cementerio; había subido el nivel y la puerta con la cruz de piedra quedó embutida, y nos dijeron dónde estaba el bar para almorzar.
Lo del agua aquí queda garantizado por el paso del río Mesa, que en lo más bajo del pueblo tiene dos o tres parajes de muy buen ver, en especial el puentecito japonés que lo cruza y la cascada del Pozo Redondo. No se puede contar, hay que verla, aunque de las fotos puede adivinarse algo. También se puede ver y oír la fuerza del agua en el siguiente video que tendrás que copiar y pegar como dirección en tu navegador:
https://www.facebook.com/photo.php?v=10203772961033101&set=vb.1491232476&type=2&theat
El río Mesa es uno de los afluentes del río Piedra que alimenta al embalse de La Tranquera y da nombre al Monasterio. Nace a una treintena de kilómetros de aquí, en Selas (Guadalajara) y, con esas aguas tan claras y esa corriente tan decidida, no me extraña que antaño tuviera fama de cangrejero. Hoy los antiguos cangrejos autóctonos han emigrado, pero no a Zaragoza como los habitantes de esos pueblos, sino a algún otro sitio del que no se puede volver para el verano.
Desde Calmarza hasta Jaraba el río sigue la carretera (o viceversa), aunque hay desviaciones en el camino que permiten ver los huertos (muchos incultos) y los paredones de uno y otro lado de este cañón del Mesa.
Cuando llegamos a Jaraba, de vuelta, hacía ya calor primaveral. Unos lirios, de flores amarillas de tono chillón, crecían en la orilla del cauce, cabe el balneario. El pueblo respira la tranquilidad que le da saberse protegido por las altas murallas excavadas por el río, la misma paz que hace apetecibles las casas de baños y el agua de sus manantiales, ahora enjaulada en botellas y vendida por doquier como portadora de casi todo lo bueno.
¡Ah! No nos dimos cuenta del "sombrero de Napoleón", que está estampado, yo creo que sin modificar el tamaño porque el Bonaparte era un cabezón, antes de entrar en el pueblo, en una de las paredes del desfiladero junto al rio.
Waypoints
Bridge
2,750 ft
Río Mesa-Puente japones
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