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J.E. 7: Laguna de Cameros (desde Ermita Sta. Apolonia)

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Author

Trail stats

Distance
10.37 mi
Elevation gain
2,313 ft
Technical difficulty
Moderate
Elevation loss
2,313 ft
Max elevation
5,267 ft
TrailRank 
34
Min elevation
5,267 ft
Trail type
Loop
Time
4 hours 57 minutes
Coordinates
3144
Uploaded
March 29, 2022
Recorded
August 2020
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near Laguna de Cameros, La Rioja (España)

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Itinerary description

RECORRIDO 7 DEL LIBRO "CRÓNICAS CIERTAS E INCIERTAS DEL CAMERO VIEJO"
AUTOR JESÚS MARÍA ESCARZA SOMOVILLA

00:00. LAGUNA DE CAMEROS. (1061 metros).
Iniciamos la marcha desde la salida del pueblo, en la carretera que va al puerto de Sancho Leza y pasa luego al valle del Iregua.

00:15. DESVIO A LA ERMITA DE SANTA APOLONIA.
En este punto dejamos la carretera, y por la izquierda tomamos una pista de tierra que desciende hacia la ermita. Se trata de un pequeño edificio muy remozado y
con un área recreativa en su entorno. Seguimos por la pista hasta alcanzar un puentecillo.

00:20. PUENTE. (1040 metros).
Por este puente cruzamos un barranco que baja por la derecha, y de inmediato dejamos la pista para, por la derecha, coger una senda de ganado que asciende un talud y gana una ladera herbosa.

00:40. BOSQUETE.
La loma por la que vamos subiendo, abierta y con buenos pastos, se va cubriendo poco a poco de arbolado, roble sobre todo. Por momentos, la vegetación (jaras, enebros, espinos) parece cortarnos el paso, pero no faltan las sendas por donde atravesarla. A ratos, una trocha nos hace más fácil la subida. Caminamos a lomos de un serrón, entre dos barrancos.

01:15. PINAR.
El roble va dando paso al pino en el último tramo de subida, y la trocha se convierte en un humilde cortafuegos que llega hasta el cordal de cumbre.

01:35. CORDAL Y PISTA. (1460 metros).
Hemos alcanzado el cordal junto al Alto de Altazarre. Si fuéramos por esta pista hacia la izquierda (Este), llegaríamos a Cerro Castillo y a Monte Real.
Pero debemos tomar en dirección contraria (Oeste). Desde estas alturas divisamos los bosques y cumbres del alto Iregua, entre las que destacan el Cabezo de Piqueras
y la Mesa de Cebollera. Después, en la dirección que llevamos, serán las cumbres de las Viniegras y de la Demanda las que perfilen el horizonte.
Con tramos en ascenso y otros en descenso, avanzamos por esta pista, amplia y de buen piso, hasta alcanzar el puerto.

01:55. COLLADO DE SANCHO LEZA. (1390 metros).
La carretera que corta el collado marcha por la derecha al valle del Leza, y por la izquierda baja al valle del Iregua. Atravesamos el asfalto y tomamos la pista
que sale al frente y que, con leves subibajas, nos va acercando al Horquín. Buena parte de esta aproximación vamos flanqueados de bosque: pinos por la izquierda y robles por la derecha.

02:25. REFUGIO DE CAZADORES.
Está abierto y dentro tiene chimenea, mesa y sillas. Si hiciera falta, es un buen cobijo.

02:30. BIFURCACION DE PISTAS.
Seguimos por la derecha, atravesamos un trecho de robledal, salimos a un pequeño rellano e iniciamos el ascenso final hacia el Horquín.
Al poco, ante otra bifurcación, seguimos por el ramal de la izquierda.

02:40. ALAMBRADA.
La atravesamos por la portilla. Unos cientos de metros después podemos ver ya próximo el Horquín, con el refugio forestal que corona la cumbre. Las tormentas han descarnado la pista y las piedras incordian nuestro caminar. El último trecho tiene una fuerte pendiente, tras el cual salimos a un cortafuegos, que nos conduce sin más a la cima.

03:20. HORQUIN. (1585 metros).
Espléndido mirador desde donde divisamos lo más granado de la montaña riojana. Si hacemos la rosa de los vientos mirando al Norte, vamos girando hacia la derecha y reconocemos:
Atalaya, Nido Cuervo, Monte Real, Cerro Castillo, Cabezo de Piqueras, Mesa de Cebollera, Santosonario, Castillo de Vinuesa, Peña Negra, Cebosa, Urbión, Mojón Alto, Cabezo del Santo, Alto de Gomare, Pancrudos, San Lorenzo, Cabeza Parda, San Cristóbal, Agenzana, Butrones, Serradero y Moncalvillo.

Y los pueblos que se divisan desde aquí son: Lumbreras, Villanueva, Peñaloscintos, Ortigosa, El Rasillo, Torrecilla, Nestares y Almarza.
Para continuar, desandamos el último trecho de cortafuegos por el que hemos subido, hasta llegar a la bifurcación con la pista.

03:25. BIFURCACION.
La pista se va por la derecha, pero debemos seguir al frente, por el cortafuegos.

03:30. ALAMBRADA.
La cruzamos por una portilla que existe bajando un tramo hacia la derecha. Tras una primera parte enmarañada de vegetación, el cortafuegos se aclara y nos permite descender con cierta comodidad.

03:40. COLLADO DEL HORQUÍN. (1460 metros).
Aquí tomamos el sendero de gran recorrido G.R. 93, que viene por la izquierda desde Gallinero (en el valle del Iregua) y hacia la derecha baja a Laguna. Giramos, por tanto, a la derecha.
Después de un primer tramo muy pendiente, cruzamos una portilla en la alambrada, a continuación una pista y llegamos a una zona abierta de pastos.

03:45. ABREVADERO.
Este abrevadero nos permite reponer la cantimplora. Pasando junto a la primera caseta de toma del agua, nos metemos en el robledal, compañero durante el resto de bajada.

04:05. SEGUNDA CASETA DE TOMA DEL AGUA.
El camino baja plácidamente al abrigo del bosque, atravesando algunos rincones de gran belleza. Sin embargo, los últimos cientos de metros están en mal estado porque las torrenteras han destrozado el suelo, que en este tramo pierde altura rápidamente.

04:20. ARROYO. (1100 metros).
Lo cruzamos, remontamos un trecho de ladera y enseguida salimos a una pista.

04:30. PISTA.
Siguiendo hacia la derecha, entramos poco después en Laguna junto a la ermita de Santo Domingo de Silos.

04:45. LAGUNA DE CAMEROS. (1061 metros).
Se puede decir sin pecar de pretencioso, que Laguna es el pueblo aristocrático del valle. El aire que destilan sus calles y plazas empedradas y las casas de excelente factura
así lo atestiguan. Pero es que además, la historia no deja la menor duda sobre ello.

El siglo XVIII fue una centuria de gran desarrollo y esplendor para Laguna, que le permitió comprar su independencia como villa con jurisdicción propia.
De los telares, batanes y tintes se obtenían unos paños de excelente calidad y posibilitaban, por añadidura, muchos puestos de trabajo. La ganadería era tan numerosa que daba para tener miles de cabezas de ganado trashumante y otras tantas de forma estante. Su cuidado requería de la dedicación de un número tan alto de pastores que hoy día parece increíble.
La prosperidad de Laguna se manifestaba también en la religiosidad. Aparte de la parroquia de la Asunción, nada menos que trece ermitas se contabilizaban por entonces.
Y para rematar este siglo, en 1798 nació José de la Cámara y Moreno, llamado el Bienhechor, que sufragó la construcción de las escuelas y a quien el pueblo honra con una efigie en una de sus plazas.

Vino luego el siglo XIX y ya nada fue lo mismo, porque la caída de la economía basada en la lana provocó una considerable emigración a los países de ultramar.
El siglo XX trajo también su hatillo de penuria con el cierre de la fábrica de embutidos, que agravó aún más el abandono de la sierra y la huida hacia la ciudad. Ahora, los que quedan viven fundamentalmente de la ganadería que, pese a todo, sigue siendo importante.
Laguna sobrelleva su situación con resignada dignidad y aún saca fuerzas para celebrar cada año las fiestas de Santo Domingo de Silos, en Mayo, y las de Santiago, en Julio, y para mantener un caserío aseado y atractivo, que provoca en el foráneo una satisfacción plena.

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RELATO LITERARIO
"El abuelo Vito ventea la lluvia"

Todos los días, si el tiempo lo permite, el abuelo Vito pasa unas cuantas horas sentado en la banca de nogal que hizo su padre, allá a comienzos de siglo, y que le ha servido tanto de lugar de juegos cuando era un crío como de alivio ahora para sus huesos doloridos.

La primera labor, según se acomoda bien de mañana en la banca, es poner en marcha los sentidos, menos la vista, claro. Dice el abuelo Vito que la vista es el más vago de los sentidos, y en su caso tan vago que nunca quiso trabajar. Por eso no lo echa en falta. Se apaña de sobra con los otros cuatro y alguno más que dice tener y no quiere desvelar.

Las señales que continuamente emite la naturaleza le llegan con una evidencia inimaginable para cualquier otra persona. Y es que el abuelo Vito oye, huele, degusta y palpa con verdadera fruición, y dentro de sí es capaz de asimilar, de interpretar toda esa información.
Una brisa fresca, bañada de fragancias otoñales, le inunda y la aspira con placer,
casi con glotonería. Se siente orgulloso de su nariz, grande y aguileña, dicen que como la de su padre y su abuelo, y tan fina de vientos que puede atrapar al vuelo el aroma más insignificante.

Mora se le acerca zalamera, reclamando su ración de caricias, y se enreda entre las piernas frotándose con la pana de los pantalones. El abuelo Vito la deja hacer, impacientarse, hasta que decide que ya es suficiente y entonces atrapa entre los dedos la suavidad de su pelo sedoso, que se desgrana como lluvia cuando lo suelta. Le coge el hocico y le provoca hasta que el animal muerde, pero sin afán, y siente en su mano la agradable calidez de la saliva y la tierna aspereza de su lengua.

Alza la cabeza al sentir la algarabía de los gorriones persiguiéndose por árboles y tejados en su frenética lucha por conseguir alimento. Si aguza el oído puede reconocer también
el canto de jilgueros, verderones y pardillos compitiendo con sus melodiosos gorjeos. Incluso, cuando el viento es favorable, alcanza a oír el trino de la calandria y la llamada de la perdiz, apeonada en las solanas del monte Ribacinto.

De repente, como una cálida marea, le llega el aroma del pan en el horno. Pocos olores le agradan como ése, y la boca se le hace agua pensando en una rebanada de pan tierno con miel. El abuelo Vito come poco, en realidad su comida es muy frugal, pero no oculta que es goloso y que algo tan simple como un trozo de pan recién horneado y rebañado de cualquier cosa le parece un placer reservado a los dioses.

Mora sigue jugando, ahora con un cordón de la bota campera que ha conseguido soltar y del que tira y tira, codiciosa, tratando de poner en movimiento a su dueño, que está como en trance. El abuelo Vito, al fin, se da por aludido y se levanta, coge la vara de avellano que le acompaña siempre y echa a andar. Desde la parte del cementerio, atraviesa todo el pueblo camino de la ermita de Santa Apolonia, y por los ruidos, los olores y el empedrado de las calles, sabe sin lugar a dudas por dónde pasa en cada momento.

A veces demora el paseo tomando un vino en la taberna de Antolín, pero últimamente no entra. Le parece que el tinto que sirve estos días tiene un regusto como a vino picado,
y no quiere molestar al tabernero, a quien, por lo demás, le tiene afecto. El abuelo Vito bebe con moderación pero es de paladar fino y disfruta con un vinito joven, afrutado,
que le permite apreciar mejor la comida y le ayuda con la digestión

De la tienda de ultramarinos de la señora Gracia sale una mezcla indefinible de olores y resulta imposible discernir de qué está compuesta. Pero si entra, y en ocasiones lo hace,
pasa un buen rato husmeando entre los sacos, cajas, botes, cestas, frascos y demás envases, adivinando por el olor, forma y textura de qué se trata. Cuando no lo consigue,
le pregunta a la señora Gracia, y ella, que siente un cariño maternal por Vito, le contesta con agrado y hasta con un punto de orgullo si ese día, entre tantos productos, hay alguno nuevo.

Por la ermita de Santo Domingo de Silos sale del pueblo y enfila hacia el Sur. Desde Laguna hasta la ermita de Santa Apolonia hay casi media hora para el paso precavido del abuelo Vito. Tiempo en el que suele entregarse a reflexiones metafísicas, como dice. Hoy le ha dado por pensar en cómo es el paisaje que le rodea, sus luces, colores, las formas esquivas a sus manos. A veces se tortura tratando de imaginar el verdor de los pastos en primavera, o la dorada luz de los atardeceres otoñales, o las caprichosas formas de las nubes barridas por el viento. Cuestiones en las que sus vecinos no reparan porque las tienen a la vista, pero cuyo significado escapa al entendimiento del abuelo Vito.

Llega a la ermita embargado por estos pensamientos que le ponen tristón y sacude la cabeza como espantándolos. No quiere añorar aquello que nunca ha de conocer.
Busca la solana de la ermita y se recuesta en la pared. El tibio sol de Octubre le invade amorosamente y se adormece con una sonrisa dulce en los labios.

Pero la atmósfera tiene hoy algo diferente que no pasa inadvertido a la nariz del abuelo Vito y que le pone alerta. Se despereza, levanta la cabeza y ventea el aire con insistencia,
con la codicia del mejor perdiguero rastreando la presa. Sonríe convencido de que, al fin, la lluvia tan esperada no va a tardar en caer.

Desde que tiene memoria, siempre ha gozado de este don natural y presentir el tiempo le ha resultado tan simple como hacer una o con un vaso. Hoy, la pituitaria, aguzada tras más de ochenta años de ventear los aires, le dice que van a llegar las lluvias. Es una sensación tan nítida, tan plena, que le resultaría imposible equivocarse.

No puede ver las nubes pero siente que están llegando, cubriendo el sol a intervalos, poco a poco más prietas y oscuras, cargadas de agua. El aire, electrizado, vibra tenuemente y eriza su vello con un leve escalofrío. La tierra, pese a la pertinaz sequía que viene sufriendo desde la primavera pasada, parece prepararse para la bendición de la lluvia y exhala un aroma dulzón.

Los chopos que acompañan el curso del río Mayor se llenan habitualmente con el canto de las aves que se cobijan en ellos, y su melodía arrulla las siestas y modera los pensamientos del abuelo Vito. Pero ahora no se les oye, todo lo domina el graznido lúgubre y monocorde de los cuervos, que intuyen la cercanía de la tormenta.

Se levanta y echa a andar hacia el pueblo. Desea estar allí, con los vecinos, cuando empiecen a caer las primeras gotas, gruesas, turgentes, sentirlas sobre su rostro
y oírlas romperse en la tierra reseca, notar cómo el polvo se diluye con la lluvia hasta formar un barro líquido y rojizo que corre encabritado por los caminos buscando cualquier barranco. Y luego pisar los prados anegados, chapotear en ellos gozando bajo el prodigio del agua, capaz de transformar en apenas unos minutos la hierba abrasada, dura como el alambre, en un manjar fresco y tierno, apetecible para el ganado.

Sí, no le cabe duda alguna, la lluvia esta vez va a ser generosa y fecunda.

Waypoints

PictographWaypoint Altitude 4,713 ft
Photo ofAbrevadero. Dejarlo a la izda y seguir bajando

Abrevadero. Dejarlo a la izda y seguir bajando

PictographWaypoint Altitude 4,584 ft
Photo ofBifurcación. Ir a la izquierda

Bifurcación. Ir a la izquierda

PictographWaypoint Altitude 5,239 ft
Photo ofCima del Horquín. Vista Oeste

Cima del Horquín. Vista Oeste

PictographWaypoint Altitude 4,672 ft
Photo ofCruzar carretera y seguir la pista

Cruzar carretera y seguir la pista

PictographWaypoint Altitude 4,867 ft
Photo ofCumbre del cordal (alto de Atazarre). Girar hacia el oeste (...

Cumbre del cordal (alto de Atazarre). Girar hacia el oeste (...

PictographWaypoint Altitude 3,352 ft
Photo ofErmita de Santa Apolonia

Ermita de Santa Apolonia

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