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J.E. 15 Soto en Cameros - Ermita de Serrias - Treguajantes -...

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Author

Trail stats

Distance
11.68 mi
Elevation gain
2,523 ft
Technical difficulty
Moderate
Elevation loss
2,474 ft
Max elevation
4,355 ft
TrailRank 
31
Min elevation
4,355 ft
Trail type
One Way
Time
4 hours 57 minutes
Coordinates
3577
Uploaded
March 29, 2022
Recorded
August 2020
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near Soto en Cameros, La Rioja (España)

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Itinerary description

RECORRIDO 15 DEL LIBRO "CRÓNICAS CIERTAS E INCIERTAS DEL CAMERO VIEJO"
AUTOR: JESÚS MARÍA ESCARZA SOMOVILLA

00:00. SOTO EN CAMEROS. (719 metros).
Junto al edificio de las antiguas escuelas, tomamos la calle que sube hacia la iglesia de San Esteban, pasamos por la vieja panadería, atravesamos un pasaje, giramos hacia la derecha y frente a la entrada a la iglesia, cogemos una calleja en cuesta.

Entre muros de huertos y casas, dejamos a la izquierda el viejo cementerio, que se reconoce por unos pocos cipreses y una lápida que asoma, tozuda, entre los escombros.

00:03. ERMITA DE SAN ANTON.
Aguanta en pie y entera su estructura cuadrangular, con atrio, capilla y sacristía, pero el abandono y uso como corral la han estropeado sobremanera.

El pueblo queda atrás y un buen camino de herradura toma altura rápidamente trazando varias revueltas. Junto a un estrato inclinado, en el que se intuyen las huellas difusas de saurios, podemos disfrutar de una atractiva panorámica del pueblo.

Se aprecia la distribución del caserío en dos barrios, el abrupto asentamiento en ladera y la arquitectura característica de Cameros. Observando con atención, nos explicamos también cómo fue posible que la angostura del lugar pudiera dar acogida en el siglo XIX a casi tres mil personas.

Las numerosas ruinas que inundan la ladera que cae desde la ermita del Cortijo al barranco del Hoyedo atestiguan que en Soto, hace más de un siglo, debió de haber un enjambre de casas, altas y prietas, conformando calles tortuosas y empinadas.

Seguimos y, al rato, una pista asfaltada ha devorado el camino obligándonos a salir a ella. Pero en la curva inmediata, la abandonamos y seguimos al frente, hacia una construcción que se ve un poco más arriba. En una zona de praderío, se levanta la ermita de San Babiles.

00:15. ERMITA DE SAN BABILES. (820 metros).
La ermita está dando ya los últimos estertores de vida, ofreciendo ahora su espacio como corral para el ganado. Si miramos hacia el otro lado del Leza, podemos ver el corte vertical del barranco Valderraquillos, que baja desde los altos de Luezas.

El camino que viene de Soto se bifurca aquí: por la izquierda del edificio sube a Santa Marina, y por la derecha va a Treguajantes. Seguimos, por tanto, esta segunda opción, ya por senda.

Poco antes de cruzar el primer barranco transversal, una trocha abierta recientemente (no se sabe para qué), ha destrozado un tramo del camino. Continuamos por la trocha y tras cruzar el arroyuelo, retomamos enseguida por la izquierda el viejo camino.

El paisaje se va ampliando y pronto divisamos al frente, en la cabecera del valle, las cumbres de Cebollera, y abajo junto al río, aguas arriba, Terroba y San Román. Y aparece también, coronando un cerro, la ermita de Serrias. Da la sensación de estar cercana pero no hay que engañarse. Aunque en línea recta así es, en la práctica el camino se alarga mucho al tener que salvar profundas barranqueras.

La traza del camino aguanta en general bastante bien, incluso en algún tramo podemos observar todavía restos de empedrados, muros y pretiles. En otros trechos, se convierte en apenas una sendereja que lucha por franquear algún manchón de maleza.

El camino pierde altura para bajar a vadear un segundo barranco lateral. Y cuando llegamos al tercero, nos encontramos un rincón precioso adornado por una decena de chopos y viejos prados abancalados. A continuación, evitamos una espesura de broza salvándola por encima y retomamos la senda para llegar sin más a la ermita.

01:15. ERMITA DE SERRIAS (1120 metros).
Pocas ermitas tan rotundas, espaciosas y estratégicas como ésta. Con capilla, casa de santero y corral, buena factura de construcción y lugar privilegiado. Merece la pena demorarse y contemplar el paisaje que se nos ofrece.

Mirando hacia el Norte, la sierra de Cantabria cierra el horizonte, y hacia la izquierda podemos reconocer, los montes Laturce, Cuernosierra, Aldera, Somero, Serrezuela, Saida, Cerroyera, San Lorenzo, La Rasa, Mojón Alto, Horquín, Cebollera, Monte Real, Atalaya, Ferneda...

Igualmente, los pueblos que se divisan son Trevijano, Terroba, San Román, Muro y Valdeosera.

Para seguir camino, desandamos el último trecho. En el rellano inmediato tomamos una pista y por ella seguimos hacia la izquierda, en ligero ascenso. Enseguida alcanzamos otro rellano y aquí dejamos la pista y cogemos por la derecha una trocha que, a su vez, abandonamos a los pocos metros también por la derecha.

Campo a través, por terreno de praderío, faldeamos la cabecera de una vaguada. Cuando termina el arco de esta vaguada, unos pasos más y damos vista a Treguajantes. Descendemos entre antiguas fincas de cultivo, hoy baldías e invadidas de jaras.

01:35. TREGUAJANTES. (1020 metros).
Los atractivos de esta aldea de Soto son muchos y no hace falta rebuscar demasiado entre sus calles, plazuelas y casas para darse pronto cuenta que nos encontramos en uno de esos lugares que rezuma un halo encantador de población vieja, auténtica.

Bien es cierto que, al pronto, cuando se llega aquí por primera vez, la mirada queda prendida inevitablemente en la iglesia de San Martín. Y no puede dejar de sorprender el hecho de encontrar en este paraje serrano y retirado, una construcción fabulosa, desmedida a todas luces para la condición de una aldea humilde como Treguajantes.

A mediados del siglo XVIII, Francisco Javier Sánchez Cabezón, natural de Treguajantes, fue nombrado obispo de la diócesis de Astorga y costeó las obras de una iglesia nueva para su pueblo. Si el obispo volviera ahora a visitar el lugar de sus tiernas correrías, se le abrirían las carnes viendo el templo convertido en un enorme establo.

Pero hay en Treguajantes muchos rincones en los que distraer el tiempo y confortar el espíritu. Las deliciosas viejas casas son una lección de arquitectura y poesía, y en ellas los materiales más nobles, como la piedra y la madera, parecen rivalizar con el fin de embellecer de manera sencilla y sabia estos hogares cameranos.

Las puertas, de recia madera, dan acceso a los zaguanes y se adornan con clavos que confieren a las tablas la gracia de fichas de dominó. Algunos ventanales conservan todavía en sus balcones la filigrana y los arabescos de la forja.

Las fachadas se rematan en su parte alta con un entramado de innegable sabor serrano, a base de adobe y madera. Alguna casa se abre en una amplia y airosa galería, y mira hacia el Sur buscando con glotonería la caricia de un sol que, durante el largo invierno camerano, se muestra tan reacio en calentar estos pagos.

Junto a la iglesia está el viejo frontón, y junto a ambos un hermoso prado con nogales que haría las delicias de los vecinos cuando todavía vivían aquí. Treguajantes tenía un buen número de fuentes, que daban agua con generosidad, aunque ahora se hayan perdido la mayoría. No obstante, la humedad del terreno sigue propiciando la frondosidad de la dehesa y la abundancia de pastos.

Ya nada volverá a ser como a mediados del siglo XIX cuando, a pesar de depender de Soto, Treguajantes era una aldea notable de unos doscientos cincuenta habitantes, escuela de primeras letras y dos curas atendiendo la espléndida iglesia de San Martín.

Tras varias décadas de abandono y de silencio desde que se fueron, allá por los años sesenta, los últimos vecinos que quedaban aquí, la aldea se va recuperando poco a poco, no hay más que ver las casas que se han arreglado o las que se han levantado nuevas.

La pista que sube desde Terroba corta la aldea por su parte alta. Por ella, hacia el Este, a la izquierda según hemos entrado, salimos de Treguajantes. Pasamos al rato por la remozada ermita de San Blas, cruzamos el barranco de igual nombre y llegamos a una fuente.

01:50. FUENTE ABREVADERO.
Lugar estupendo para reponer la cantimplora y descansar. Seguimos al frente por la pista, convertida en trocha. Unos metros después, vadeamos un arroyo y tomamos una encantadora senda que asciende entre robles por la umbría del barranco.

02:00. CONFLUENCIA DE ARROYOS.
Tras cruzar un arroyuelo, subimos unos metros por el lomo de un serrón, pero el camino se vence al poco hacia el barranco que tenemos a la derecha. El robledal se ha quedado en el margen opuesto y ahora transitamos entre jaras que, por esta vez, respetan el camino.

Cuando alcanzamos una pequeña zona abierta de praderío, conviene alejarnos hacia la izquierda del fondo del vallecillo, para así evitar más fácilmente la maleza. Entre jaras dispersas, coronamos un pequeño cerro en el que encontramos restos de corralizas.

02:25. CHOZA Y REDILES DE PIEDRA. (1200 metros).
Seguramente estamos ante un primitivo asentamiento pastoril. Sobre los restos de ruinas, sobresale una construcción circular rodeada de hileras de piedras a modo de apriscos. Desde aquí miramos hacia el Este, a la ladera que cae del cordal de sierra Ferneda y seguimos el ascenso por una minúscula senda.

02:30. TROCHA.
En la subida encontramos esta vieja trocha en desuso que nos va a servir para alcanzar cómodamente el cordal. Continuamos por ella hacia la izquierda. Un buen tramo después, la trocha traza un giro de 180 grados hacia la derecha, remonta un breve trecho y llega a una portilla en la alambrada. Salimos a la pista que transita por el cordal y hacia la derecha, a unos cincuenta metros, una visera de rocas marca la cumbre de Peña Herrera.

02:50. PEÑA HERRERA. (1326 metros).
Como ocurre en el resto de cotas (con o sin nombre) que jalonan sierra Ferneda, Peña Herrera es apenas un resalte rocoso que mira al Oeste, en el lomo alargado y plano del cordal.
La panorámica hacia la Atalaya, Cebollera, Urbión, Demanda, Moncalvillo y buena parte del valle del Leza, es espléndida.

Volvemos a la pista y hacia la izquierda, en dirección Norte-Noroeste, continuamos camino. Desechamos alguna bifurcación que sale por la derecha y mantenemos la dirección y la pista principal. Cuando la planicie comienza a inclinarse, perdiendo altura, la vista se amplía y aparece en lontananza el peñascón del monte Laturce, la llanada del Ebro y el telón de fondo de la sierra de Cantabria. Poco más tarde llegamos a una bifurcación de pistas.

03:10. BIFURCACION DE PISTAS.
Seguimos hacia la izquierda, cruzando la alambrada por una portilla. La pista pierde altura con decisión, trazando un par de curvas muy pronunciadas y un tramo largo y recto en dirección a un grupo de corrales que divisamos al frente, en unas majadas.

03:20. CORRALES DE LA TEJADILLA. (1200 metros).
Estamos en un collado herboso y el grupo de corrales en ruinas queda a pocos metros. Sin falta de llegar a ellos, dejamos la pista, doblamos hacia la derecha, salvamos el collado y tomamos una trocha que desciende entre el pinar. Se trata de un atajo que nos permite acortar un buen tramo de pista.

03:30. PISTA Y BIFURCACION.
Otra vez en la pista principal, y en descenso, de inmediato nos presentamos en una bifurcación y giramos hacia la izquierda. Al rato, en la dirección que llevamos, divisamos en la distancia un corral solitario junto al que hay que pasar. Con este objetivo a la vista, nos permitimos acortar alguna revuelta innecesaria que traza la pista.

03:45. CORRAL DE CARMEN. (980 metros).
El ramal de pista por el que descendíamos muere aquí. Unos metros antes de este corral, el camino corta el frente rocoso para iniciar el último tramo de bajada. Una senda se abre paso en medio de un terreno áspero y pedregoso, cortando los estratos de estas abruptas laderas que caen vertiginosas al Leza.

Pronto divisamos, muy por debajo de donde estamos, una pequeña construcción reconocible. Es la ermita de San Babiles, junto a la que hemos pasado en el inicio de este recorrido. Con ella como referencia, seguimos el descenso.

04:00. ERMITA DE SAN BABILES. (820 metros). Desde aquí, no queda sino desandar los pasos ya dados para entrar en Soto por la ermita de San Antón.

04:10. SOTO EN CAMEROS. (719 metros). FINAL DEL RECORRIDO


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RELATO LITERARIO
"La vida exagerada de Ponciano Ferneda"

Tal vez usted se haya preguntado en alguna ocasión porqué un buen número de vecinos de Treguajantes tienen profundas cicatrices que les deforman cruelmente el rostro hasta el punto de parecer, en algunos casos, personajes grotescos. Pues si desea conocer el motivo, escuche con atención lo que sigue porque merece la pena.

Ponciano Ferneda, Ponci para todo el que le conoció, no tuvo suerte al nacer y a causa del complicado parto, una deformación en la base del cráneo le originó una lesión irreparable. El órgano que regula el crecimiento quedó dañado y por ello su desarrollo físico y mental se vio у sujeto al arbitrio de un código totalmente enloquecido.

Antes de su Primera Comunión ya pesaba casi cien kilos y media un metro y ochenta centímetros. Cuando le tocó entrar en Caja, tuvo que bajar a Logroño y en el Centro de Reclutas, a falta de una báscula adecuada, le enviaron al Matadero Municipal. Allí, ante la mirada atónita de los matarifes, dio un peso de ciento noventa kilos y una altura de dos metros y medio. Un prodigio así era más digno de figurar en la nómina de una atracción de feria que de ingresar en el Ejército.

Ovidia, su madre, ponía todos los domingos en misa una vela a Santa Rita, abogada de los imposibles, para que su hijo dejara de crecer, pero la salud de Ponci era inquebrantable y su apetito feroz. A Dios gracias, se conformaba con cualquier alimento y por ello Ovidia pensó que si el resto de la familia quería tener alguna posibilidad de probar bocado en la mesa, era necesario que Ponci comiera aparte. Así que determinó aumentar convenientemente la ración de berzas, ortigas, patatas y remolachas para que ni Ponci ni los gorrinos que engordaba en la cuadra pasaran hambre.

Dicen que Dios aprieta pero no ahoga y debe de ser verdad porque a los veintiséis años Ponci paró de crecer y su hambre lobuna se estabilizó. Pero no debemos pensar por todo lo dicho que Ponci era una carga insufrible para sus padres. Muy al contrario, si a Macario Ferneda, su padre, le hubieran regalado una yunta de bueyes, no se habría sentido más dichoso que con el hijo que le había caído en suerte.

Ponci era el ser más ingenuo y servicial del mundo. Pese a que su inteligencia no era superior a la de un párvulo, la fuerza descomunal que poseía resultaba una ayuda impagable en las labores cotidianas de la casa, del campo y de la aldea. Disfrutaba viéndose reclamado por los vecinos tanto para las tareas más triviales como para las más fatigosas, y correspondía con una sonrisa que desarmaba a cualquiera cuando le obsequiaban con unas nueces o un trozo de pan untado en miel.

Si en la aldea no había faenas de mayor enjundia, Ponci bajaba a Soto y recogía el correo. Invariablemente, los críos del pueblo le retenían y no le dejaban marchar sin hacer antes
gala de su portentosa fuerza. Ponci se prestaba a ello y su paciencia parecía no tener límites. Levantaba una y otra vez a los mocosos del suelo como si fueran palillos, dos, tres, cuatro y hasta cinco en cada brazo y los hacía girar en el aire hasta que chillaban como condenados, locos de alegría.

Sin pedírselo nadie, Ponci se hizo cargo de mantener y mejorar los bienes comunales de la aldea. Y así los pozos nunca dieron un agua más limpia y abundante, la nevera jamás estuvo mejor provista de las nieves de sierra Ferneda, la dehesa y los caminos tan libres de maleza у y las ermitas de Serrias y de San Blas bruñidas como una patena.

Don Nicanor, el cura, no era ajeno a los afanes de Ponci en beneficio de la comunidad y agradeció su encomiable labor desde el púlpito de la iglesia de San Martín. Alabó, también, su ciclópea fuerza diciendo que Dios había enviado a Treguajantes a un hijo de Hércules para hacer más llevadera la existencia de los vecinos.

Pero sin duda, el suceso más recordado, el que le valió a Ponci para pasar a los anales de la historia de esta aldea, fue el del huevo de Simón. Simón Regueira, el chamarilero gallego que recorría todos los veranos los pueblos del Leza a lomos de su yegua torda, portando en los serones una cantidad increíble de cachivaches, útiles e inútiles, que hacían las delicias de chicos y mayores.

Entre la barahúnda de artículos que luchaban por abrirse un resquicio hacia la luz, los dedos nerviosos de Boni Peñuela toparon con la superficie pulida de un objeto como de mármol rosado, con forma de huevo y un peso desmesurado. Lo compró sin saber muy bien para qué, admirado por su extraña singularidad, pero durante mucho tiempo reposó olvidado en un cajón de la alacena.

Cuando lo volvió a ver, una idea luminosa cruzó su mente como una culebrilla eléctrica. Se llegó con el huevo hasta la fragua de Toribio, le pidió una maza, puso el huevo en una losa de piedra y descargó un golpe salvaje. El huevo se incrustó en la piedra y cuando consiguió extraerlo comprobó emocionado que no tenía el más mínimo deterioro. Luego apoyó el huevo en el yunque, bajo la mirada perpleja de Toribio, que no entendía nada, e hizo funcionar el martillo. Un sonido metálico desconocido salió de allí, rebotando por las paredes durante un buen rato. Pero el huevo seguía intacto, hermoso y desafiante. Toribio no había conocido nada igual y solo abrió la boca para decir, "Llévate esa cosa del demonio".

La oportunidad de exhibir el huevo y dar un sentido a su compra, se le presentó a Boni poco tiempo después. Con motivo de la visita del obispo para bendecir una capilla en honor a San Pedro, se habían programado una serie de actos y de competiciones para que el mocerío de Treguajantes demostrara sus facultades. Boni incluyó en el programa una prueba que bautizó como "el huevo de Simón".

Cuando el día señalado, presente todo el pueblo en el prado junto a la iglesia de San Martín, Boni demandó si había entre los presentes algún valiente capaz de romper aquel huevo de cualquiera de las formas imaginables, sabía que Ponci era el destinatario de semejante desafío. Ante la perplejidad de los vecinos, que no entendían el mérito de romper un simple huevo, Ponci salió a escena todo ufano.

Boni apoyó el huevo con delicadeza en un enorme bloque de granito que llevaba allí, clavado en el suelo, tiempos inmemoriales. Se acercó a Ponci y le preguntó, "¿estás seguro de romper este huevo?" Los ojos de Ponci eran dos candelitas que hacían cabriolas de alegría, igual que los de un niño al que se le promete su juguete soñado. "Cagondiez!, si no lo rompo lo abollo", dijo.

La excitación le iba formando en la frente una cortina de perlitas temblorosas. Tomó aire hasta que su inmenso tórax pareció querer reventar la camisa, levantó su brazo hercúleo,
en el que las venas se marcaban como raíces, y lo descargó con un bramido de toro en el degolladero. El puño hizo trizas el huevo y salió hecho esquirlas como impulsadas por un cañón. El bloque de granito se partió en dos y se hundió medio metro en el suelo.

A consecuencia de aquel suceso, los vecinos de Treguajantes quedaron marcados para siempre. Muchos de ellos heridos por los fragmentos de un metal desconocido, y todos con la certeza de haber sido testigos de un episodio histórico excepcional, irrepetible, que bien valía la pena vivir aunque se pagara por ello con la pérdida de un ojo.

Waypoints

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Ermita de Serrias

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Huellas dinosaurios

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Peña Herrera

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Treguajantes

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