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J.E. 1: Leza de Río Leza - Monte Laturce

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Trail stats

Distance
4.25 mi
Elevation gain
1,982 ft
Technical difficulty
Moderate
Elevation loss
453 ft
Max elevation
3,395 ft
TrailRank 
38
Min elevation
1,622 ft
Trail type
One Way
Time
2 hours
Coordinates
1207
Uploaded
March 21, 2022
Recorded
August 2020
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near Leza de Río Leza, La Rioja (España)

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Itinerary description

LEZA DE RIO LEZA - PUENTE LAIDIER - MONASTERIO SAN PRUDENCIO - MONTE LATURCE
RECORRIDO 1 DEL LIBRO "CRÓNICAS CIERTAS E INCIERTAS DEL CAMERO VIEJO"
AUTOR: JESÚS MARÍA ESCARZA SOMOVILLA

00:00. LEZA DE RIO LEZA (571 metros).
Ya decía Govantes, a mediados del siglo XIX en su Diccionario Geográfico, que Leza es población muy antigua, que se veían aún restos de la calzada romana bien conservados y que tiene canteras de yeso.
Respecto a lo primero, la documentación existente no deja lugar a dudas; sobre lo segundo, si todavía queda algo, hay que buscarlo con paciencia; y en relación a lo tercero, no hay más que abrir los ojos.
Leza es, en su paisaje, un pueblo marcado por la horrible dentellada de la cantera que, poco a poco, se va comiendo la colina sobre la que los primitivos pobladores decidieron levantar sus cabañas.
No sé si, como dicen, rinde poco beneficio al pueblo, pero lo que resulta innegable es que toda la naturaleza que circunda la cantera, está teñida de una pátina blanquecina que mitiga de forma evidente sus colores peculiares. Amén de que el trasiego incesante de camiones y el laboreo propio de la cantera produce un continuo ruido de fondo, como si el río, en lugar de llevar su habitual caudalillo de agua, se hubiera desmadrado y arrastrara consigo todas las piedras de Cameros.
Leza se sitúa justo en el punto en que el río, después de varios kilómetros de sinuoso y profundo cañón, consigue abrirse paso hacia la llanura del Ebro y serenar su agitado discurrir.
La tierra también cambia y los cultivos toman mayor importancia que la ganadería, ayudados por una orografía menos montaraz y un clima más suave. Además de los huertos situados en la vega del Leza, en las suaves terrazas que se extienden entre las peñas y el río, los almendros y las viñas ponen una nota amable en esta adusta naturaleza. En la otra margen del río, de terreno más áspero, son los olivos quienes dominan el paisaje.
Los farallones de la muralla de Zenzano, de inexpugnable apariencia, sirven de magnífico telón de fondo a este pueblo, que encierra muchos más elementos atractivos de lo que puede parecer en principio.
Como la iglesia de Santa María La Blanca (del siglo XV), el puente medieval sobre el Leza (de dos ojos y rompeaguas) y la ermita románica de la Virgen del Plano situada en el camino a Ribafrecha. Otra ermita románica es la de San Martín, a orillas del río y a los pies del pueblo, que mantiene erguidas las paredes y la espadaña de cuencas vacías, mostrando bien a las claras que esta ermita tuvo que ser, en sus tiempos de esplendor, realmente hermosa.
Por el lado derecho de la iglesia, un cartel indica la dirección a la ermita de Nuestra Señora del Plano. A los pocos metros, cualquier callejuela hacia la izquierda, nos saca a una pista de tierra, ancha y de buen piso, que marcha en dirección a Ribafrecha. En ligero descenso llegamos a unas ruinas.

00:05. RUINAS DE LA ERMITA DEL CRISTO.
Obra de factura y estilo humilde, en estado de ruina total. Desde aquí, mirando hacia la izquierda (Oeste), disfrutamos de una panorámica del objetivo de hoy: el monte Laturce y la ermita de Santiago. Se divisan también los bancales de olivos y los mordiscos de las canteras, que dejan al descubierto los yesos que guardan las entrañas de estas tierras austeras.
La pista se bifurca poco después y, tomando el ramal de la derecha, llegamos a otra ermita.

00:15. ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DEL PLANO.
Ermita románica del siglo XIII, muy remozada, que conserva en su puerta Sur los sobrios arcos de medio punto y en el alero unos canecillos de candidez primitiva.
Cabe suponer que por aquí transitaría la calzada romana entre el puente de La Idier y el puente de Leza de río Leza. Y que a partir de este pueblo, buscaría paso tomando altura por donde circula ahora, aproximadamente, la carretera, para salvar a continuación el cañón del río y conseguir llegar a los pueblos que se encontraban aguas arriba.
La pista discurre apacible entre viñas, almendros y olivos, sin apenas desnivel y llega a una bifurcación.

00:25. BIFURCACION DE LA PISTA:
Doblamos a la izquierda, por este ramal que desciende descarnado y vertiginoso hacia el río.

00:30. PUENTE LA IDIER. (500 metros).
Impresionante y bellísimo puente medieval sobre el Leza, aunque seguramente se edificó sobre los restos de uno anterior de origen romano si, como dice Govantes, por esta zona subía desde el valle del Ebro una calzada romana siguiendo el curso del Leza.
Tiene dos arcos, rompeaguas y pretiles construidos con piedra porosa bien trabajada, realizado para perdurar, para que el tránsito de carros no dañara su hermosa estampa.
La estructura se mantiene casi completa, aunque algunas piedras de los pretiles descansan ya bajo las aguas del río.
Cruzamos el puente y en el cruce de cuatro direcciones seguimos de frente. La trocha sube entre olivos llevando a la izquierda el barranco de la Barriguilla.
Superadas a la derecha las ruinas de varias casas, aparece en el suelo el resto empedrado de lo que con certeza tuvo que ser una calzada que bajaba al puente y seguía luego hacia Leza.
La trocha pasa a ser, de pronto, una camino que sube dando revueltas por entre los olivos y que parece guardar por momentos los viejos muretes de piedra que lo defendían у delimitaban.

00:40. DOS BIFURCACIONES CONSECUTIVAS.
Seguimos hacia la derecha en la primera y, de inmediato, al frente en la segunda. En esta segunda, la senda se convierte en pista.

00:45. BIFURCACION Y CARRETERA. (560 metros).
Unos metros antes de una casita de labor pintada de blanco, tomamos un ramal de pista que marcha hacia la izquierda y sale, a los pocos metros, a la carretera. Por ella, caminamos hacia la izquierda. En la curva que llega enseguida (km. 15), ya vemos los próximos objetivos: el monasterio de San Prudencio, la ermita de Santiago y el Monte Laturce.

00:50. DESVIO AL MONASTERIO.
Una placa así lo indica: "Monasterio de San Prudencio. Siglo XIV. 1,2 kilómetros". Unos metros por el asfalto de la carretera vieja, pasamos el puente sobre el barranco de la Barriguilla y tomamos hacia la derecha el sendero, que sube recio por la umbría y alcanza una acequia.

00:55. ACEQUIA.
Una humilde conducción de agua, pero que emociona en medio de un paraje muy seco la mayor parte del año. Caminamos por el pretil que defiende el canalillo y al poco rato llegamos a una presa que embalsa el agua.
La acequia está tallada en la ladera rocosa que cae, en algún tramo, a pico y apenas deja espacio para el agua y para el camino. Un paraje agreste y encantador.
Poco después se llega a una zona en que la senda parece perderse entre juncales. Aquí ya no hay acequia, es el mismo cauce del arroyo. Mirando con atención, vemos que la senda cruza al lado contrario y remonta, ya más evidente, por la solana.

01:20. TROCHA.
La seguimos tan solo un breve tramo. Cuando llegamos a un pequeño rellano, tomamos por la izquierda una sendita que baja a una barranquera, la cruza y sube por el otro lado con un desnivel diabólico, buscando el lomo del serrón sobre el que se asienta el monasterio.
Si volvemos la cabeza, vemos el camino recorrido desde la carretera y se nos hace difícil creer que hayamos andado solo 1200 metros.
Pero en absoluto ha resultado fatigoso, aunque este último trecho se hace duro.
En la misma dirección que miramos, como telón de fondo, la mole impresionante de la muralla de Zenzano (o Peñas del Leza) y los espolones yesíferos que bajan al río Leza.

01:35. MONASTERIO SAN PRUDENCIO. (700 metros).
Lo primero que uno piensa al llegar aquí es que parece una locura que en un lugar tan tortuoso, de difícil acceso, áspero y seco, levantaran los monjes una construcción de unas dimensiones y riqueza artística tan increíbles que, pese a su gran deterioro, asombra todavía por su magnificencia.

Dado que la ladera de Peña Aguda cae muy abrupta, no tuvieron más remedio que edificar a lo largo, aprovechando las estrechas terrazas y la piedra rojiza que concedía el terreno. Pese a todo, consiguieron ganarle tres o cuatro largas fajas y ello fue más que suficiente para crear un monasterio como seguramente no ha habido otro en La Rioja.
Durante siglos, esta zona fue frontera entre los dominios árabes y cristianos; ello explica seguramente que el emplazamiento elegido sea tan escabroso. En definitiva, se trataba de una forma racional de defensa por parte de sus moradores frente a un posible enemigo.
El suministro de provisiones lo traían bien bajando desde la parte de Clavijo, o subiendo desde el valle del Leza. Y el aprovisionamiento de agua, con certeza, lo conseguían desviando el caudal que, desde Cuerno Sierra, baja por el barranco de la Barriguilla.
San Prudencio nació a mediados del siglo VII en un pueblecito alavés, fue nombrado obispo en Tarazona y murió, a comienzos del siglo VIII, en Soria.
Cuenta la leyenda que San Prudencio llegó a estos parajes del Camero Viejo ya difunto, cargado su cuerpo a lomos de una mula que desde tierras sorianas vino haciendo el camino a su libre albedrío. El animal decidió detenerse aquí y no continuar. Esa era la señal para darle sepultura.
Lo que al principio fuera, probablemente, un pequeño y mísero cenobio, se convirtió, con el transcurrir del tiempo y beneficiado por donaciones de reyes, señores y del pueblo llano, en un centro de poder Y que regía la vida de buena parte de lo que hoy conocemos como La Rioja y otras tierras limítrofes.
Pero toda la riqueza y esplendor que había llegado a acumular este santuario, no le sirvió de nada frente a los cambios políticos y sociales que trajo consigo el siglo XIX.
A mediados de esta centuria, el monasterio se había abandonado y todos sus bienes subastados.
No se puede entender la historia del Camero Viejo sin reflexionar sobre el dominio tan enorme que el monasterio de San Prudencio del Monte Laturce ejerció durante siglos sobre los ámbitos económico, social y religioso de esta comarca.
Desde el lugar en que hemos llegado al monasterio, ascendemos por la arista de la ladera siguiendo una especie de canal entre un lienzo de muralla y las paredes de un ala del recinto. En la parte alta de esta canal y por la derecha de la arista, sale la senda que va a Clavijo.
Caminamos por la umbría de esta valleja, entre Peña Aguda y Monte Laturce. La mayor frescura de este lado del barranco ha propiciado una abundante vegetación arbustiva: bojes, enebros, aulagas, brotes de encinas...

02:05. CARRETERA.
Una vez en el asfalto, y hacia la derecha, llegamos a la ermita de Santiago. Si fuéramos carretera abajo, alcanzaríamos en pocos minutos el pueblo de Clavijo y su famoso castillo.

02:15. ERMITA DE SANTIAGO: (920 metros).
Enorme y sólida construcción del siglo XVIII que se levanta en un pequeño rellano ganado en la ladera que cae, vertiginosa, desde el Monte Laturce.
Por la izquierda de la ermita, sale un camino bien marcado que trepa abriéndose paso entre los risqueros que coronan la cumbre.

02:30. MONTE LATURCE. (1040 metros)
Majestuoso mirador hacia todos los puntos cardinales. Si el tiempo acompaña, es un placer impagable sentarse aquí y deleitarse con el espectáculo que se nos ofrece a la vista.
La sierra de Cantabria, valle del Ebro, sierra La Hez, muralla de Zenzano, valle del Leza, muga de Cameros, Moncalvillo, y las primorosas tierras de labor (reticuladas por infinitos lindes) que bajan desde Clavijo y La Unión hacia la llanada del Ebro.
En la cumbre encontramos una cruz, un altar y una lápida en recuerdo de una fecha histórica: 23 de Mayo del año 844, día en que tuvo lugar la batalla de Clavijo entre los ejércitos cristiano y árabe.
Cuenta la leyenda que la víspera por la noche se había aparecido el apóstol Santiago al rey Ramiro para infundirle valor ante una confrontación de tamaña trascendencia.


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RELATO LITERARIO
"Esta tierra es mi tierra"

En invierno el sol se oculta vencido hacia el Sur y sus suaves tonos crepusculares convierten los muros del Monasterio en un lienzo ambarino. La luz incide más diáfana, más oblicua, y dibuja con precisión el trabajo de la piedra, la textura de su materia.

Bibiano contempla el atardecer desde la galería abierta, sorprendido, maravillado, como si fuera la primera vez que lo disfruta. El sol le envuelve y lo recibe como un bálsamo purificador. El contraluz crea un delicado juego de planos y de líneas que va diluyéndose hacia el horizonte. Aguas abajo, la nieve no cubre ya los campos y el cereal recién nacido parece temblar mecido por una suave brisa. El río discurre perfilado por una hilera de chopos que ahora, libres de ropaje, tienen un aire místico. El ganado vuelve a los corrales y el sonido de las esquilas llega nítido, cristalino, creando una sensación de paz infinita.

"Sí, esta tierra es mi tierra", piensa Bibiano, todo lo que le rodea lo siente como suyo y nunca le pareció tan hermoso. Cierra los ojos porque le duele tanta belleza. Su cuerpo se estremece en un profundo escalofrío liberador y se arrebuja con la manta. Permanece recogido en sí mismo, mientras el aire se va tornando más fino, más puro. Cuando los abre de nuevo, el cielo ha tomado un color azul intenso y los guiños de las estrellas anuncian una noche de helada. Por el Oeste la luz se escapa a través del resquicio crepuscular.

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Las primeras luces del alba le ofrecieron un paisaje que no dudó en calificar de mísero. Acostumbrado como estaba al deleite de las tierras de Leyre y la exuberancia fértil de la vega del río Aragón, los montes agrestes y descarnados que vislumbraba desde el Monasterio de San Prudencio le produjeron un desánimo infinito. Bibiano pasó las primeras noches en una de las terrazas del Monasterio, sin más abrigo que una manta camerana, bajo un cielo límpido y cuajado de estrellas que parecían reírse de su suerte.
El Abad Cristóforo dispuso el grado más duro de disciplina a fin de recuperar su espíritu débil y disoluto, una fe perdida entre las tentaciones mundanas.

Los meses que siguieron fueron de continua penalidad, realizando las faenas más ingratas de la comunidad. Incluso el último de los novicios ingresado en el Monasterio
parecía llevar una vida plácida comparada con la suya. Una jornada se iba limpiando perolas en la cocina y la siguiente acarreando porquería de las cuadras, en donde engordaban los lechones. Todavía resultaba más penoso picar piedra en las ásperas laderas de peña Aguda para levantar muros y paredes, en unas obras que se prolongaban en el tiempo y parecían no acabar nunca.

Al observar el edificio faraónico en donde había sido confinado, Bibiano se hacía cruces imaginando la mente disparatada de quien dispuso levantar un Monasterio en lugar tan inhóspito, un nido de águilas colgado de los riscos, en una tierra seca y escabrosa como no había conocido jamás. Sin embargo, la comunidad era próspera porque los diezmos que cobraba, las tierras que poseía por doquier y las generosas donaciones que recibía
habían proporcionado al Monasterio unas condiciones de vida verdaderamente envidiables.

Esa realidad no significaba un alivio para Bibiano, y pasaba las noches en vela reflexionando sobre la razón última de su permanencia en el Monasterio, sin ninguna convicción en lo que hacía ni fe en lo que rezaba cinco veces al día. Llegó a desear fervientemente huir de allí, pero la razón le sujetaba mostrándole de manera obstinada que lejos de esos muros que le proveían el sustento, no tenía nada ni a nadie.

El sentido de su vida comenzó a cambiar cuando Fray Jerónimo decidió llevarle consigo a visitar las propiedades que el Monasterio poseía dispersas por las tierras de Cameros.
Recorriendo los caminos, visitando pueblos y aldeas, conversando con las gentes, conociendo la realidad de su dura existencia, disfrutando del encanto de las estaciones
y la mudanza de la naturaleza, Bibiano fue serenando poco a poco su espíritu y tornando la desesperanza en alegría.

*******

Al amanecer, Bibiano abandona el Monasterio de San Felices. La nevada caída el día anterior cubre las laderas de la Atalaya con un espeso manto blanco y hace fatigoso el paso del caballo, que se hunde hasta el vientre y debe brincar con ímpetu para abrirse camino entre la nieve, dejando tras de sí un ancho y profundo rastro.

Pese a que la noche no ha sido inclemente, siente en los huesos el relente del amanecer y se arrebuja en la manta pastora de cuadros. Su respiración y la del caballo se condensan en espesas fumarolas. Cuando alcanza el cordal de sierra Ferneda detiene el animal para admirar el hermoso espectáculo que se ofrece ante sus ojos. La naturaleza parece haberse cubierto con un inmenso sudario blanco, fraccionado por oscuras hileras de arbustos que delimitan las tierras. En el barranco de Treguajantes, los chopos se cimbrean perezosos, mecidos por una ligera brisa y dibujan el curso del arroyo oculto bajo la nieve. El cielo hacia el Oeste es de una pureza intensa, mientras que por el Este el sol inminente diluye el azul entre fuegos rojos y naranjas. Unas nubes encendidas gravitan indecisas en el firmamento.

Un raposo aparece de improviso entre las estepas y sale a campo abierto, ufano y confiado. Su hermoso pelaje, entre rojizo y pardo, destaca vivamente en el paisaje nevado. De pronto se detiene, alza el hocico, ventea el aire y huye buscando la protección de la maleza. Bibiano sonríe lamentando no llevar consigo la honda, le habría gustado poner a prueba su destreza.

Cerca de las casas de Ferneda vive Fray Orosio, en un minúsculo eremitorio de lajas de piedra seca, entregado a la vida de oración y penitencia. Bibiano le saluda desde la distancia y respeta su voluntad de vivir en silencio, pero queda sobrecogido ante su cuerpo seco como un sarmiento y ese rostro arrebatado por un aura alucinada.

Bibiano desciende hacia el valle por Treguajantes, pasa por la ermita de Serrias, después por la de San Babilés y llega a Soto con el sol en su cenit. Sin pararse más que para abrevar el caballo, sigue camino. La nieve, acariciada por el tibio sol de Enero, se vuelve más tierna y hace cansino el paso del caballo. Deja atrás el cañón del Leza y el pueblo que recibe su nombre, se detiene un instante en la ermita de Nuestra Señora del Plano y cruza el río por el puente la Idier.

La senda carretil que asciende por el barranco de la Barriguilla la encuentra sin hollar, pero ya la nieve es menos profunda y el caballo puede mantener un paso más ágil y regular. Desde los prados, al pie del edificio, el Monasterio aparece sumido en el frío letargo invernal. Si no fuera por el humear de alguna chimenea, Bibiano creería que allí no habita nadie. Amarra el caballo en las cuadras y sube a la galería para disfrutar, una vez más, del prodigio que se anuncia por el Oeste.

Waypoints

PictographMonument Altitude 1,778 ft
Photo ofErmita de Nuestra Señora del Plano

Ermita de Nuestra Señora del Plano

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PictographWaypoint Altitude 1,624 ft
Photo ofPuente Laidiez Photo ofPuente Laidiez

Puente Laidiez

PictographWaypoint Altitude 1,775 ft
Photo ofBifurcación. Coger hacia la izquierda

Bifurcación. Coger hacia la izquierda

PictographWaypoint Altitude 2,378 ft
Photo ofMonasterio de San Prudencio

Monasterio de San Prudencio

PictographWaypoint Altitude 2,467 ft
Photo ofMonasterio desde arriba

Monasterio desde arriba

PictographWaypoint Altitude 3,158 ft
Photo ofErmita de Santiago

Ermita de Santiago

PictographWaypoint Altitude 3,384 ft
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Monte Laturce

PictographWaypoint Altitude 1,757 ft
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Ruinas Ermita del Cristo

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