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Infraestructuras del agua en el entorno de la ciudad de Almería

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Trail stats

Distance
5.14 mi
Elevation gain
712 ft
Technical difficulty
Moderate
Elevation loss
712 ft
Max elevation
572 ft
TrailRank 
21
Min elevation
156 ft
Trail type
Loop
Coordinates
352
Uploaded
February 18, 2020
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near El Barranco de Amatisteros, Andalucía (España)

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Itinerary description

Ruta: "Infraestructuras del agua en la periferia urbana de Almería"

Ruta por el límite norte de la ciudad de Almería, con las infraestructuras para el dominio del agua como hilo conductor. Acequias, canales, partidores, galerías, balsas, presas, diques de contención... vimos todo lo que hace falta para domesticar al agua pero lo que sabíamos que no íbamos a ver era, paradójicamente, ni una gota de agua.

La mañana estaba fresca y nublada, como viene siendo normal en un invierno anormal, sin viento, con unas rociadas que llaman los meteorólogos "precipitación oculta" no sin razón, porque llover no llueve, pero la humedad es tal, que la hierba de las umbrías y de las ramblas, ha alcanzado porte arbustivo. A las 09:00 nos concentramos a las puertas del colegio Goya y desde allí comenzamos un suave ascenso por lo que queda del Cordel de La Campita hoy transformado en sendero para peatones y ciclistas pero que se interrumpe abruptamente por la enorme cicatriz de la autovía, que no deja de ser otro cordel pero para otras manadas.

Desde uno de los miradores ya se puede apreciar el trazado del Canal de San Indalecio, esa obra decimonónica que con sus nueve kilómetros de longitud, conecta los municipios de Benahadux (desde su fuente), Huércal y Almería (hasta la Alcazaba) y que dio agua y por tanto vida, a 15.000 tahullas de parrales, cítricos y hortalizas. El andar del tiempo fue cambiando las prioridades y unas veces por la dura competencia por el agua, otras por la urbanización y otras también por la falta de previsión, convirtió al canal, a sus acueductos y galerías, en un fósil.

Desde el Cordel, bajamos por senderos de pura lastra y vaguadas de pinos aislados, buscando La Molineta, ese entorno protegido por laderas abancaladas y que estuvo bendecido por el agua del Canal de San Indalecio. Hoy, sus balates y bancales solo tienen vinagreras, malvas y cenizos, a la sombra de algarrobos y grandes pinos, pero el verdor del entorno y la laboriosidad que se adivina, evoca sin lugar a dudas lo que debió ser un paraiso a ojos de cualquier almeriense capitalino. La balsa de los 100 escalones está allí, imponente, con su aspecto de pirámide truncada, fosilizada también. Fue obra, a finales del s. XIX, del arquitecto Enrique López Rull y las dimensiones de sus muros, su profundo vaso vacío y seco, tienen el encanto del acantilado, esa atracción peligrosa que une miedo y respeto al caminar por un borde que es balcón de La Molineta.

La ruta continuó por lo que antaño fueron las fincas de la élite social y económica de Almería y de las que ya solo quedan los huertos y jardines llenos de salados y, eso sí, las casonas que les sirvieron de distinción social y de recreo. La casa de Góngora, el Cortijo Fischer o del Gobernador y otros, algunos en estado ruinoso, tapiados para evitar desmanes, son testigos mudos del paso del tiempo.

Después de un reparador y frugal desayuno, continuamos nuestra ruta en busca de más obras hidráulicas pero cambiando de tercio, y si hasta ahora habíamos visto la parte amable del uso del agua, ahora tocaba visitar las defensas que la ingeniería ha diseñado para protegernos de la arroyada, de la avenida torrencial tan carácterística del sureste y que tantos destrozos ha causado. Uno de esos episodios ocurrió en 1891, llevándose por delante viviendas, enseres y hasta vidas humanas, lo que hizo urgente la actuación correctora con diferentes obras. Nosotros ahora nos situamos sobre el barrio del Quemadero, junto al puente del Camino de Enix, y desde aquí divisamos la trinchera que se excavó para unir la Rambla Alfareros con la de Belén y el muro de contención que conduciría el agua de una a otra. Cuesta trabajo pensar las penalidades de semejantes obras con los medios de aquella época, pero ahí están, útiles después de más de un siglo.

Nuestra siguiente parada ya sería sobre las modernas presas que en la década de 1990 se construyeron para poder encauzar la Rambla. Aquí ya no debió escatimarse ni maquinaria ni materiales y el resultado son paredones de gris hormigón que frenan la crecida y dosifican el caudal, pero que permanecen secos la mayor parte del tiempo. Nunca hasta ahora han acumulado más de unos pocos metros de agua y mejor que siga siendo así por mucho tiempo. Lo contrario sería catastrófico donde no hay presas de este calibre.

Y para terminar, ascendimos un poco, camino de Pecho Colorao, y bajamos luego para regresar al parque del Cordel de La Campita atravesando la autovía por un paso subterráneo que también ¿como no? sirve para evacuar la escorrentía de un barranquillo. Una vez más hoy, el gran ausente, el agua y sus misterios, servía para cerrar una ruta que quisimos que fuera circular porque si en todo momento hablamos de una temática hídrica, ¿qué menos que empezar y terminar en el mismo lugar, como ocurre en la vida con el ciclo del agua?

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