45. Geoparque de Las Loras desde Valdelucio
near Renedo de la Escalera, Castilla y León (España)
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Trail photos
Itinerary description
INDICE IBP de Dificultad de la Ruta
Para Criterios y Tabla de Interpretación, Ir a:
https://www.ibpindex.com/index.php/es/
El resultado del análisis IBP es de 56 (para Senderismo): dificultad 'Media' para una preparación física 'Media'.
El cómputo del desnivel acumulado de la ruta por parte de IBP es de 480 metros (superior al que estima Wikiloc).
Para esta ruta nos guiamos por el trazado de 'Angelbur' en Wikiloc ( https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/las-loras-desde-el-valle-de-valdelucio-33016824 ) y la información sobre ella en ‘Sendas de Burgos’. En una pequeña, pero significativa, diferencia entre ambos itinerarios, evitamos el corto pero peligroso descenso desde el llamado Otero de la Horca hasta la base del peñón denominado Castillo de los Moros, en el extremo occidental del trayecto; por precaución (véase debajo *).
El recorrido comienza en el pueblo de Renedo de la Escalera, donde los lugareños parecen contentos con los visitantes que acuden a estos parajes del Geoparque. Así nos lo manifestaron con su actitud amistosa y habladora dos paisanos que, por separado, nos preguntaron por cómo nos había ido, una vez finalizada la ruta. Y tienen motivo para su satisfacción con el propio entorno: la caminata por esos riscos y valles bien merece la pena. Incluso han puesto empeño en mejorar la señalización.
La orientación es generalmente fácil. Únicamente hay que tener cautela en algunos puntos a lo largo de la cresta hasta el Castillo de los Moros. Desde la cresta se disfruta mejor de los impresionantes paisajes de la cordillera cantábrica relativamente cercana. Pero a veces habrá que bajar unos metros y meterse entre los arbustos, aunque sea algo molesto, para evitar peligros. La cresta marca, pues, el camino de ida sin pérdida, pero cuidado después con la bajada al fondo del valle interior (ver debajo *). Desde allí, para el regreso, y una vez cruzado el arroyo con facilidad, un señalizado sendero y un camino nos elevan pausadamente hasta la cumbre del valle colgado interior. Allí hay que prestar atención (hay un poste indicativo) para encontrar el camuflado paso entre las rocas que nos permite, zigzagueando, bajar al valle de Valdelucio.
La exigencia física es moderada o baja. La subida inicial por la ladera desde Paúl tiene algunos repechos con una cierta inclinación, pero el tramo es relativamente corto. Una vez en la cresta, sólo hay pequeños desniveles. El regreso desde el fondo del valle interior entre las loras conlleva una subida prolongada (6 km), pero es tan suave que apenas se nota. El descenso final a Valdelucio está diseñado con un cierto curveo y prolongación diagonal por la falda de la barrera rocosa, de tal manera que no exige un uso fatigoso de los ‘frenos’ en las piernas.
(*) En la mitad del trayecto hubo, no obstante, un punto de claro peligro. Llegamos al Otero de la Horca, al final de la cresta que culmina en el imponente roquedo del Castillo de los Moros. Allí nos encontramos con un descenso de unos 15 metros casi en vertical, entre rocas y hierbajos, hasta la base de esa mole pétrea, caprichosa en sus formas. Realmente, bajo el fuerte contraste entre sol y sombra, parecía ceñuda y hostil; siniestra. Y, además, vimos que luego habría que abordar otro descenso muy pronunciado y con suelo inestable por las piedras sueltas, desde allí hasta el camino del valle.
(*) Lo más preocupante parecía la bajada desde el Otero hasta el Castillo: no quedaba más remedio que hacerla por el lado norte, en una zona de permanente umbría invernal, con hierba blanquecina, helada por la escarcha y resbaladiza; y no se apreciaban puntos firmes donde agarrarse. No parecía, pues, factible con un mínimo de seguridad sin disponer de unas buenas botas con pinchos o crampones y con una cuerda (y “nervios de acero”).
(*) Así que, sin rubor, nos dijimos: “no están maduras”. Esa era una buena justificación para nuestra “cobardía”; prudente y sabia, sin duda. Volvimos atrás poco más de un centenar de metros y bajamos sin sobresaltos por la ladera sur hasta el fondo del valle. Ya en el camino, retornamos dos centenas de pasos para admirar el Castillo de los Moros, cual atalaya altiva, desde 100 metros más abajo de su base. Misión cumplida, sin merma de autoestima.
(*) Hemos corrido algunos riesgos en rutas previas, pero todos fueron obligados: una vez metidos en un tramo con peligro, era imposible volver atrás sin padecer el mismo trance. Y, en caso de hacerlo, había que añadir la renuncia a la ruta completa y volver cabizbajos con la autoestima lesionada (o trasquilada, que dirían por aquí). El riesgo en la presente ruta, en cambio, no era necesario; sólo se perdía algo de emoción con la renuncia parcial. Y, además, había alternativa, aunque con un pequeño rodeo.
Lo más atractivo de esta ruta son las panorámicas de la cordillera cantábrica, ahora nevadas (aunque no tanto, si tenemos en cuenta la época del año; “ya no nieva como antiguamente…”). A lo largo de toda la cresta de la lora que recorremos, tenemos siempre a la vista los prominentes e inconfundibles Espigüete y Curavacas de la Montaña Palentina; y también, en el mismo cordal, más hacia el este, el Alto Campóo. Por detrás y a la derecha del Curavacas, emerge una cumbre más elevada y más blanca de nieve. Aunque quiero creer que pueda corresponder a alguno de los Picos de Europa, probablemente no sea así. Viejos conocidos todos, en una zona paisajista privilegiada.
Pero, aparte de esas impresionantes panorámicas en un día luminoso, también constituyen un deleite para los ojos y la mente otros aspectos en el propio entorno cercano de la ruta. Los riscos, pliegues rocosos, fallas y sinclinales, con alto interés geológico. Las perspectivas a vista de pájaro del Valle de Valdelucio desde la cresta, con sus laboriosos pueblos acurrucados y flanqueados por las loras. La calma total que se respira siempre, especialmente a lo largo del ascendente valle colgado interior. E incluso el enternecedor belén rústico al pie de la cruz sobre el murallón por encima de Renedo de la Escalera, como amparando los afanes y quehaceres de las gentes del valle.
Nada deja indiferente; todo ello cala hondo. Y eso que estamos en lo más duro del invierno, con la vegetación apagada, sin exhibición alguna, temerosa de los rigores climáticos. En la primavera, el verano o el otoño, la vegetación (las aulagas y el brezo en las laderas, los campos de cereal, y los pequeños hayedos y robledales) estará coloreada y más frondosa…. …Entonces, esto debe ser aun más bonito, si cabe.
Para Criterios y Tabla de Interpretación, Ir a:
https://www.ibpindex.com/index.php/es/
El resultado del análisis IBP es de 56 (para Senderismo): dificultad 'Media' para una preparación física 'Media'.
El cómputo del desnivel acumulado de la ruta por parte de IBP es de 480 metros (superior al que estima Wikiloc).
Para esta ruta nos guiamos por el trazado de 'Angelbur' en Wikiloc ( https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/las-loras-desde-el-valle-de-valdelucio-33016824 ) y la información sobre ella en ‘Sendas de Burgos’. En una pequeña, pero significativa, diferencia entre ambos itinerarios, evitamos el corto pero peligroso descenso desde el llamado Otero de la Horca hasta la base del peñón denominado Castillo de los Moros, en el extremo occidental del trayecto; por precaución (véase debajo *).
El recorrido comienza en el pueblo de Renedo de la Escalera, donde los lugareños parecen contentos con los visitantes que acuden a estos parajes del Geoparque. Así nos lo manifestaron con su actitud amistosa y habladora dos paisanos que, por separado, nos preguntaron por cómo nos había ido, una vez finalizada la ruta. Y tienen motivo para su satisfacción con el propio entorno: la caminata por esos riscos y valles bien merece la pena. Incluso han puesto empeño en mejorar la señalización.
La orientación es generalmente fácil. Únicamente hay que tener cautela en algunos puntos a lo largo de la cresta hasta el Castillo de los Moros. Desde la cresta se disfruta mejor de los impresionantes paisajes de la cordillera cantábrica relativamente cercana. Pero a veces habrá que bajar unos metros y meterse entre los arbustos, aunque sea algo molesto, para evitar peligros. La cresta marca, pues, el camino de ida sin pérdida, pero cuidado después con la bajada al fondo del valle interior (ver debajo *). Desde allí, para el regreso, y una vez cruzado el arroyo con facilidad, un señalizado sendero y un camino nos elevan pausadamente hasta la cumbre del valle colgado interior. Allí hay que prestar atención (hay un poste indicativo) para encontrar el camuflado paso entre las rocas que nos permite, zigzagueando, bajar al valle de Valdelucio.
La exigencia física es moderada o baja. La subida inicial por la ladera desde Paúl tiene algunos repechos con una cierta inclinación, pero el tramo es relativamente corto. Una vez en la cresta, sólo hay pequeños desniveles. El regreso desde el fondo del valle interior entre las loras conlleva una subida prolongada (6 km), pero es tan suave que apenas se nota. El descenso final a Valdelucio está diseñado con un cierto curveo y prolongación diagonal por la falda de la barrera rocosa, de tal manera que no exige un uso fatigoso de los ‘frenos’ en las piernas.
(*) En la mitad del trayecto hubo, no obstante, un punto de claro peligro. Llegamos al Otero de la Horca, al final de la cresta que culmina en el imponente roquedo del Castillo de los Moros. Allí nos encontramos con un descenso de unos 15 metros casi en vertical, entre rocas y hierbajos, hasta la base de esa mole pétrea, caprichosa en sus formas. Realmente, bajo el fuerte contraste entre sol y sombra, parecía ceñuda y hostil; siniestra. Y, además, vimos que luego habría que abordar otro descenso muy pronunciado y con suelo inestable por las piedras sueltas, desde allí hasta el camino del valle.
(*) Lo más preocupante parecía la bajada desde el Otero hasta el Castillo: no quedaba más remedio que hacerla por el lado norte, en una zona de permanente umbría invernal, con hierba blanquecina, helada por la escarcha y resbaladiza; y no se apreciaban puntos firmes donde agarrarse. No parecía, pues, factible con un mínimo de seguridad sin disponer de unas buenas botas con pinchos o crampones y con una cuerda (y “nervios de acero”).
(*) Así que, sin rubor, nos dijimos: “no están maduras”. Esa era una buena justificación para nuestra “cobardía”; prudente y sabia, sin duda. Volvimos atrás poco más de un centenar de metros y bajamos sin sobresaltos por la ladera sur hasta el fondo del valle. Ya en el camino, retornamos dos centenas de pasos para admirar el Castillo de los Moros, cual atalaya altiva, desde 100 metros más abajo de su base. Misión cumplida, sin merma de autoestima.
(*) Hemos corrido algunos riesgos en rutas previas, pero todos fueron obligados: una vez metidos en un tramo con peligro, era imposible volver atrás sin padecer el mismo trance. Y, en caso de hacerlo, había que añadir la renuncia a la ruta completa y volver cabizbajos con la autoestima lesionada (o trasquilada, que dirían por aquí). El riesgo en la presente ruta, en cambio, no era necesario; sólo se perdía algo de emoción con la renuncia parcial. Y, además, había alternativa, aunque con un pequeño rodeo.
Lo más atractivo de esta ruta son las panorámicas de la cordillera cantábrica, ahora nevadas (aunque no tanto, si tenemos en cuenta la época del año; “ya no nieva como antiguamente…”). A lo largo de toda la cresta de la lora que recorremos, tenemos siempre a la vista los prominentes e inconfundibles Espigüete y Curavacas de la Montaña Palentina; y también, en el mismo cordal, más hacia el este, el Alto Campóo. Por detrás y a la derecha del Curavacas, emerge una cumbre más elevada y más blanca de nieve. Aunque quiero creer que pueda corresponder a alguno de los Picos de Europa, probablemente no sea así. Viejos conocidos todos, en una zona paisajista privilegiada.
Pero, aparte de esas impresionantes panorámicas en un día luminoso, también constituyen un deleite para los ojos y la mente otros aspectos en el propio entorno cercano de la ruta. Los riscos, pliegues rocosos, fallas y sinclinales, con alto interés geológico. Las perspectivas a vista de pájaro del Valle de Valdelucio desde la cresta, con sus laboriosos pueblos acurrucados y flanqueados por las loras. La calma total que se respira siempre, especialmente a lo largo del ascendente valle colgado interior. E incluso el enternecedor belén rústico al pie de la cruz sobre el murallón por encima de Renedo de la Escalera, como amparando los afanes y quehaceres de las gentes del valle.
Nada deja indiferente; todo ello cala hondo. Y eso que estamos en lo más duro del invierno, con la vegetación apagada, sin exhibición alguna, temerosa de los rigores climáticos. En la primavera, el verano o el otoño, la vegetación (las aulagas y el brezo en las laderas, los campos de cereal, y los pequeños hayedos y robledales) estará coloreada y más frondosa…. …Entonces, esto debe ser aun más bonito, si cabe.
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