Deja Vu, en la Hermosa y Rara Villa de Dambovicioara, Brasov, Transilvania Rumania, Noviembre de 2006

Este es un lugar al que anhelo volver por siempre; sería redundante describir la razón, pero sí podría hacer saber, el anhelo de saturar los sentidos con el aroma a vayas, a manzanas silvestres, a caminar con esa luz tenue, característica de Transilvania, con la agradable curiosidad y amor de sus habitantes, que de alguna forma contrasta con una lúgubre bruma, que se posa en tenebrosa arquitectura de las montañas, bosques y las casonas de madera, que reinan en un horizonte, sin par. La tierra, más allá de un grandioso bosque. Me paré frente a una casa muy vieja y oscura y en frente de ella un árbol con unos frutos que no distinguía. Recargándome en el cercado viejo de madera, ha salido una dama de octogenaria presencia, pero juvenil carisma y hospitalidad, la misma que se halla en los campos de cualquier lugar del mundo.

" Ce fel de fructe sunt acelea?" pregunté ¿Qué frutas son esas? la señora me responde con su característica sorpresa y preguntándose si nunca había visto un árbol de esta fruta, ¡Mere!, manzanas, mientras luego de un portazo, entra a su casa y a los dos minutos sale con una bolsa llena de ellas y una sonrisa, que hablaba de viejas historias de una tierra donde el tiempo no pasa igual, más que en los surcos de su piel. Yo le he dado lo único que encuentro y tengo en mi bolsillo, una bolsita de maní que mi madre en Colombia me había dejado en mi maleta.

Ella no sabía que era, por que el maní no se conoce mucho en los campos de Rumania ni sabía dónde estaba América del Sur en su mundo; me enojo de hombros, pero le explico con la misma paciencia de su lento caminar, tratando de explicarle de dónde veníamos el maní y yo. La leve brisa me estrella en la cara la persignación y bendiciones desde su lado de la vieja cerca, cual si fuese mi María; entró contenta a su casa de maderas oscuras, para nunca más volverla a ver, mientras me dejaba dibujada en la memoria, una pintura imborrable en tonos de otoños y ocres, para el resto de mi andar. Todo se enmarcó indeleble, un deja vu extraño y memorable.