Congosto: San Andrés, La Toba, Congostrina

INTERESES PRINCIPALES. Esta marcha tenía dos objetivos: (1) comprobar la existencia del camino mostrado en los mapas del IGN que sube de la presa de Alcorlo al CERRO DE LAS PEDRIZAS y (2) encontrar de nuevo (y dejar constancia de) la zona donde se yerguen venerables ROBLES CENTENARIOS. Los dos objetivos nos proporcionaron gran satisfacción. El camino, porque resulta increíble desde abajo que se pueda cruzar sin esfuerzo el farallón que se levanta ante nosotros en la margen izquierda de la hoz del Congosto; y porque las vistas del embalse y de la hoz nos recompensan generosamente del poco esfuerzo que el camino requiere para remontar los 100 m de desnivel.
OTROS ENCANTOS. Una vez descendidos del Cerro de las Pedrizas, el camino nos lleva hacia San Andrés cruzando un PUENTE ROMANO. Desistimos de llegar a San Andrés y nos dirigimos hacia La Toba para encontrar los robles. (En un punto perdemos el rumbo y la única persona que encontramos en toda la marcha nos encamina correctamente.) Tampoco entramos en La Toba sino que continuamos para subir a la SIERRA DE LOS LOBOS en dirección a Congostrina. Ascendemos prácticamente campo a través (el camino sólo se percibe aquí y allá) pero sin esfuerzo y encontramos rincones entrañables que nos hacen pensar en “el huerto” de Fray Luis de León (aquí sin “fontanas”), de antiguos usos ganaderos y agrícolas (algunos olivos y almendros). La vista panorámica desde arriba es muy placentera. No bajamos a Congostrina (lo vemos desde arriba) sino que tomamos un buen camino hacia el oeste por el alto para regresar.
DECEPCIONES. Todo el recorrido tiene interés pero en algún momento, desde los robles hasta que iniciamos la subida a la sierra, se nos hace demasiado largo. En el regreso hacemos un trecho como de 1,5 km por la carretera, no muy transitada. El desencanto mayor nos lo proporciona la Ermita de San Bartolomé junto al cementerio de Alcorlo. Nuestra forma de vida exigía que el pueblo fuera cubierto por las aguas y sólo quedara emergido su cementerio, que no encierra nichos ni mausoleos dentro de su tapia de piedra oscura, sólo algunas cruces de metal (como la de Serrat) con flores artificiales descoloridas enredadas en ellas. Pero no exigía que el cementerio fuera menospreciado por una ermita construida a su lado con la estética de gran chiringuito de playa masificada (tal vez por estar junto al embalse) y con materiales que chirrían en su fricción con el entorno.