Circundando el Crater del Volcán Quilotoa, Ecuador, Octubre de 2022

Ascenso, pedalear y recobrar el aliento y hermoso portal me recibe al final del camino cuando la subida dice basta, se fatiga y hasta ahí me acompaña. Me refugio en el primer cuarto que encuentro por unos dólares, pero era el refugio colonial más hermoso de la pequeña comarca indígena de Quilotoa y la letra u de la ducha, de repente se volvió una i, con cada gota, lo que fue mi trofeo anhelado al final del camino, de una durísima jornada, enmarcada en el horizonte por los picos nevados y los abrumadores y colosales cerros del padre Urcu y el de Pilar Cajas, con más de cuatro mil doscientos metros cada uno y que cortan el azul celeste con un negro imponente, como si allí no llegara la luz del sol.

Arturo, su hijo y esposa, me reciben con calidez y con la alegría de pronto celebrar su boda oficial, con luna de miel en las termales del Eje Cafetero de mi país, que por cierto sus ojos dejaron de iluminarse, al responderles que nunca había ido a conocerlas. Con un honesto y acogedor buenas tardes amigo, < Alli chishi mashi >, yo era recibido y al poco tiempo, lamentaba el hecho de no tener el tiempo suficiente para quedarme y darle un sí a su invitación para su boda, pero con su hospitalidad y humanidad, me era suficiente y ya después una amiga italiana, que conocí en las puertas de la selva ecuatoriana, me ha mostrado en un video que, al llegar allí, se celebraba un desfile con músicos, disfraces, alegría y muchas bebidas, siendo esa la boda de Arturo y su bella novia del poblado indígena de Quilotoa. El espíritu de esas casualidades de los viajes que hace dudar de la realidad.

Día siguiente y abandono mi bicicleta y el yugo en la nuca del día pasado, me fue robado por la gran noche que pasé descansando y comienzo a marcar poco a poco con mis pasos un borde del cráter tranquilo que aun sin la luz del día, intenta reflejar la poca claridad, que el cielo expresa en esas horas. La senda no podría ser más tranquila, pero todo ese absoluto silencio se resquebraja, cuando los rayos del sol inundan todo el paisaje. Aves, ovejas, alpacas, vacas, gentes y el viento incluso, llegan a mí y los colores irrumpen. Curiosamente un grupo de plantas muestran los colores de mi bandera y la de Ecuador, que es la misma, lo que otrora fuese la misma patria. Fue un amanecer colosal de inverosímil belleza, que me hacía ignorar por completo el peligro del abismo que en ocasiones aparece en los dos costados del sendero.

De repente un increíble turquesa como nunca lo había visto antes, brota desde el fondo del cráter a mi derecha y el vértigo aparece en el escenario, aunque era algo que me hacía más reír, que temer y ni el fuerte viento de costado, que buscaba con ahínco, las aguas que el Dios Toachi ha impuesto allí para que Quilotoa y su fuego, no sigan devastando con su incandescencia, las vastas tierras circundantes, ni el fantasma del abismo con la muerte en el su fondo, me hacían desistir. Los Ilinisas, a lo lejos, desde el norte me observan apacibles, ya no tan inmensos por la distancia y la alborada juega con colores en el cielo, hasta que Inti no se acomode en su trono en todo lo alto.

Luego de mucho andar, en aquel punto donde lo mismo que llevaba caminado, me faltaría por recorrer, veo una casita y una niña agita su mano y me hace entrar para darme un te tan abrigador como delicioso. Yo saco de mi maleta mis hornillos y preparo mi desayuno, con cuatro huevos y un buen chocolate con dos piezas de pan. Comparto con ella aquel humilde festín, mientras me trata de contar entrelazando el quichua y el castellano, cómo le está yendo en la escuela. Acabado el desayuno, llega su madre que sabía un poco más de español y me cuenta que venden artesanías a los caminantes. Enseguida compro todo lo que puedo, unas sencillas pinturas magnéticas para lucir en el refrigerador y emprendo camino con dos amigas más en el corazón.

Tal regocijo me ha dado fuerza para lo que seguía, pues el camino gesticulaba hostilidad, gritándome en la cara que me devolviera y el abismo era más cercano a mi costado que nunca. Poco importó y logré culminar varias horas después, haciendo tripas corazón, apretando los dientes, entrecerrando los ojos para ignorar el vacío. Ya en vísperas del medio día, logrando dar la vuelta completa a un cráter por primera vez en mi vida, me sentía invencible de forma engañosa, pero debía disfrutar mi momento, y no restarle valía, aquel en donde un miedo no me hacía dar marcha atrás. No me quedaron fuerzas para descender hasta el nivel del agua turquesa, que Toachi ha hecho brotar para calmar al fuego de Quilotoa, pero al terminar en el lugar donde en la madrugada he iniciado mi andar, decido plantar mi carpa y pasar allí otra noche, postergando mi cita por un día más, con la sierra del Ecuador profundo y despertando con el saludo del dios Inti y sus rayos en mi cara, divisando a los Ilinisas, de quienes me despedía, respirando aquel vacío del cráter que ahora me daba paz y al que también no vería más. Minchakaman Quilotoa, hasta siempre Quilotoa.