El Camino de Santiago. San Salvador y Primitivo, etapa 8/11: Campiello - Puerto del Palo (por Hospitales).
near Bustiello de la Cabuerna, Asturias (España)
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Trail photos
Itinerary description
Nos despertamos en una aldea totalmente cubierta por la niebla, lo que nos hacía presagiar malas condiciones para encarar la ruta de Hospitales; al bajar a desayunar un parroquiano, que venía del pueblo de al lado, nos dijo que en un par de kilómetros el cielo estaba azul, simplemente sucede que Campiello está rodeado por tres ríos y es el lugar donde se "fabrican las nubes". Efectivamente, al llegar a la intersección del Fresno dejamos atrás la niebla que se podía ver valle abajo y el camino hacia Borres permanecía despejado. Atravesamos esta aldea y tomamos la vereda que en un kilómetro nos acerca al mojón indicativo de la bifurcación Pola de Allande/Hospitales.
El trayecto hasta la Mortera es bastante entretenido viendo como las nubes juegan con las cimas de las montañas circundantes y pronto llegamos hasta la ermita de San Pascual, donde se inicia el carril de ascenso. Gracias a la amabilidad de un vecino recargo la botella de agua, que llevaba casi vacía y al comenzar a caminar ya recibo la primera agresión a los sentidos, ese olor a quemado que te colma las narices y se pega a la piel; inmediatamente después la segunda agresión, esta vez a la vista, una negra imagen de desolación que te hace sentir completamente desamparado, y después el tercer golpe, una ausencia de sonidos que delata el abandono de toda la vida animal.
Es difícil describir toda la devastación que nos rodea, vas caminando en silencio, intentando pasar de puntillas por lo que parece un mal sueño e incrédulo ante esa ruina. La sensación de profunda tristeza no nos abandona, pero poco a poco comienzas a estudiar el entorno y llegas a ver que, si bien los daños han sido cuantiosos, el fuego ha afectado a zonas de pinar, sin llegar a entrar en el arbolado autóctono y que la mayor parte de la superficie afectada es monte bajo, y albergas la esperanza de que el verdor se recuperará en cuanto lleguen las primeras lluvias importantes. Solo queda esperar que los montes que pertenecen a las administraciones públicas se replanten con especies autóctonas y no vuelvan a caer en el engaño de repoblar con el pino de rápido crecimiento que han usado hasta ahora.
Los efectos del fuego llegan hasta la campa La Braña y ya en los prados de La Chana se podían ver abundantes manadas de caballos salvajes pastando y cuidando a los potrillos recién nacidos. Me detengo en las ruinas de los dos hospitales de esta zona y sigo camino hasta la laguna de La Marta, donde comparten abrevadero vacas, ovejas y caballos. Poco después busco un promontorio rocoso con privilegiadas vistas al valle en el que doy cuenta de un buen trozo del bollu preñau que había comprado dos días atrás en Campomanes.
Al llegar al puerto de la Marta el olor a quemado vuelve a intensificarse (en ningún momento nos había abandonado) y al llegar a lo alto de la carretera la escena vuelve a teñirse de negro, alcanzando dimensiones dantescas en la Fana da Freita, donde nos recibe un cartel derretido, un mirador calcinado y esas montañas, cuyas laderas habían quedado desnudas, trasmutado su oro en carbón (se calcula que en esa explotación aurifera romana fueron removidos más de ocho millones de metros cúbicos de tierra y piedra). Aún sin creerlo recorro dos kilómetros que restan hasta el puerto del Palo, donde al rato llega Ochoa, taxista de Pola de Allande, para llevarme al pueblo, ya que mi plan para mañana es volver a subir al puerto del Palo desde Pola.
Me quedé en la Casita de Aba cuyos dueños son unos anfitriones excelentes y han reconstruido desde una casa en ruinas un albergue que cuenta con unas instalaciones que cubren absolutamente todas nuestras necesidades. Y como recomendación final, el menú del peregrino de La Allandesa es algo que no se puede perdonar.
El trayecto hasta la Mortera es bastante entretenido viendo como las nubes juegan con las cimas de las montañas circundantes y pronto llegamos hasta la ermita de San Pascual, donde se inicia el carril de ascenso. Gracias a la amabilidad de un vecino recargo la botella de agua, que llevaba casi vacía y al comenzar a caminar ya recibo la primera agresión a los sentidos, ese olor a quemado que te colma las narices y se pega a la piel; inmediatamente después la segunda agresión, esta vez a la vista, una negra imagen de desolación que te hace sentir completamente desamparado, y después el tercer golpe, una ausencia de sonidos que delata el abandono de toda la vida animal.
Es difícil describir toda la devastación que nos rodea, vas caminando en silencio, intentando pasar de puntillas por lo que parece un mal sueño e incrédulo ante esa ruina. La sensación de profunda tristeza no nos abandona, pero poco a poco comienzas a estudiar el entorno y llegas a ver que, si bien los daños han sido cuantiosos, el fuego ha afectado a zonas de pinar, sin llegar a entrar en el arbolado autóctono y que la mayor parte de la superficie afectada es monte bajo, y albergas la esperanza de que el verdor se recuperará en cuanto lleguen las primeras lluvias importantes. Solo queda esperar que los montes que pertenecen a las administraciones públicas se replanten con especies autóctonas y no vuelvan a caer en el engaño de repoblar con el pino de rápido crecimiento que han usado hasta ahora.
Los efectos del fuego llegan hasta la campa La Braña y ya en los prados de La Chana se podían ver abundantes manadas de caballos salvajes pastando y cuidando a los potrillos recién nacidos. Me detengo en las ruinas de los dos hospitales de esta zona y sigo camino hasta la laguna de La Marta, donde comparten abrevadero vacas, ovejas y caballos. Poco después busco un promontorio rocoso con privilegiadas vistas al valle en el que doy cuenta de un buen trozo del bollu preñau que había comprado dos días atrás en Campomanes.
Al llegar al puerto de la Marta el olor a quemado vuelve a intensificarse (en ningún momento nos había abandonado) y al llegar a lo alto de la carretera la escena vuelve a teñirse de negro, alcanzando dimensiones dantescas en la Fana da Freita, donde nos recibe un cartel derretido, un mirador calcinado y esas montañas, cuyas laderas habían quedado desnudas, trasmutado su oro en carbón (se calcula que en esa explotación aurifera romana fueron removidos más de ocho millones de metros cúbicos de tierra y piedra). Aún sin creerlo recorro dos kilómetros que restan hasta el puerto del Palo, donde al rato llega Ochoa, taxista de Pola de Allande, para llevarme al pueblo, ya que mi plan para mañana es volver a subir al puerto del Palo desde Pola.
Me quedé en la Casita de Aba cuyos dueños son unos anfitriones excelentes y han reconstruido desde una casa en ruinas un albergue que cuenta con unas instalaciones que cubren absolutamente todas nuestras necesidades. Y como recomendación final, el menú del peregrino de La Allandesa es algo que no se puede perdonar.
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