Benaoján-Torre del Moro-Cueva del Gato

Calificada como moderada, en su primera parte esta ruta se podría considerar como una pequeña aventura. No en vano la subida a la Torre del Moro, pone a prueba la capacidad de navegación con el gps, y la capacidad de sufrimiento del senderista al transitar entre vegetación. De todos es sabido que los senderos están desapareciendo por falta de uso, y hoy hemos tenido que bregar con ello. Ha sido muy complicado seguir el recorrido y en algunos puntos hemos tenido que abrirnos paso entre arbustos y zarzas. No maldecimos a nuestro diseñador de rutas porque está feo criticar y hay que ser agradecidos. Además del habitual bastón de apoyo, sería recomendable llevar unas tijeras de podar, que sin broma ni disimulo diremos que forman parte de nuestro equipamiento habitual, más no hoy. La segunda parte plácida y fácil, discurre por pista en ida y vuelta a la Cueva del Gato. Eso sí, hay dos vados a cruzar, que dependiendo del caudal del río aconsejan precaución. Aparcamos cerca de la estación de tren Benaoján-Montejaque, y como hemos leido crónicas sobre que está cerrado el acceso a la cueva, interpelamos a una simpática paseante con perros, que amablemente nos orienta, no sólo sobre el tema, sino también sobre su familia, trabajo y amores. Sacamos en claro que como hay poco caudal, podremos pasar el vado y acercarnos a la cueva. No era esta la cuestión, sino sobre si estaba permitido por la autoridad pertinente, pero el misterio será revelado oportunamente. La primera sorpresa la depara que al seguir los carteles informativos, damos de bruces con un talud sobre el río, es impracticable y no hay noticias del puente por donde estaba previsto pasar. Un atareado currante murmura a toda prisa, "el puente se lo llevó hace tiempo el río, hay un vado más adelante por donde cruzar". El más planificador del grupo se interesa por el camino a la torre, y recibe nueva información: " Hay una estrecha vereda que sube a la derecha, id con precaución". Ah! el vado que predijo la paseante, al tanto de caudales y derrumbes, y presumo por lo que nos relató sin venir a cuento, de vidas ajenas también. Un sombreado y verde sendero, mas pintoresco que el camino oficial, nos lleva hasta el vado, donde sin necesitar demasiada pericia ni equilibrio, conseguimos secos cruzar. La vereda con poco agarre y resbaladiza, está vigilada por una pareja de patos, que seguramente avisados de nuestra presencia, nos dejan pasar sin oponer resistencia. Hemos incluido la foto de los patos, por un lado para que podais reconocerlos y por otro por si quereis decir que vais de nuestra parte. Como desconocemos sus horarios, si no están por allí, abrid vosotros mismos la valla y volved a anudar la cuerda después de pasar. Se empina el sendero, aún visible y cómodo, pasando junto a una fuente, de la que al rebosar, una ajada bañera hace funciones de abrevadero. Las vistas son excelentes, y no dejamos de admirar las flores, los árboles y las lejanas cimas que nos circundan. Abajo en el valle, un curioso edificio con torre nos llama la atención, y suponemos erróneamente que será el Molino de las Cuatro Paradas, resultando ser aquel más modesto y poco visible desde aquí. En lo alto de la loma, en la lejanía, el más perspicaz de nosotros vislumbra una difusa forma, que como no es ni rectangular ni cilíndrica, nos lleva a confusión. Además un extraño aditamento a su izquierda, parecido a una antena parabólica, nos hace creer que será algo moderno. Cuando lleguemos, descubriremos que es la Torre del Moro, de la que sólo queda una pared, de ahí su extraño perfil, y que el capricho de la naturaleza ha permitido dejar crecer un arbusto entre las oquedades de sus añejos ladrillos. Pasada otra valla y el abrevadero nos metemos en un brete, no sabemos por donde pasar, invisible el sendero, y rodeados por la vegetación. El más osado de nosotros , habituado a abrir trochas, consigue abrirse paso y llevarnos en la buena dirección. Siempre fuera de sendero nos dispersamos cerca de un curioso árbol seco, donde el más prudente de nosotros consigue orientarse y encaminarnos hacia la torre siguiendo un invisible, para los demás, camino. Ya descrita la citada torre, sólo queda disfrutar de las hermosas vistas de todo el valle y reeprender el regreso. Optamos por tomar un aparente desvío a la derecha entre rocas, para evitar las penas y trabajos sufridos en la subida. Disgregados y cada uno creando su propio surco, entre flores y a veces zarzas. Al rato nos topamos con un camino que lleva desde una cercana casa hasta la carretera. Dudando de nuevo, el más intuitivo de nosotros, descubre un pequeño sendero al otro lado del quitamiedos, al inicio de la curva, que baja hasta el río, pasando por debajo del puente, ahora ya en cómoda pista. Nos consolamos de lo sufrido admirando su cauce, y su suave tintineo nos relaja y reconforta. Pasamos el citado molino, añorando el río cuando el camino nos aparta de su ribera, y llegando a la Venta de la Cueva del Gato, coincidimos con un grupo de turistas, que alborotados discuten sobre como pasar. Parece que la pasarela de madera no está, no sabemos a ciencia cierta que ha pasado, y se desvela el enigma que pronosticó la paseante, púes el cauce cubre a medias unas piedras que hacen las veces de sugerente paso. Ante tamaña indecisión, el más decidido de nosotros, inicia el número de funanbulismo, seguido del guía del otro grupo que parece obligado a buscar una solución. Consiguiendo pasar con cuidado y pericia, y ayudado por un bastón con el que evitar caer ante las bailarinas piedras sin mojarse apenas las suelas de las botas, contempla como el guía a cuatro patas, lucha por no caer y colocar estables las piedras al mismo tiempo. Ante semejante panorama, los que quieren pasar, se descalzan sin pudor y salvan el honor mojandose los pies. La entrada está marcada por un viaducto para el tren y un pasillo entarimado. La hermosa visión del puente, la poza, las pequeñas cascadas, el salto de agua y la cueva principal, todo aliñado con toques de hojas verdes, cristalínas aguas y la sinfonía del río, quitan el hipo. Aunque visitantes y lugareños suelen bañarse, las frías aguas los hace hoy reticentes a pesar del fuerte calor. El más valiente, repito , el más valiente de nosotros, con Cum Laude en faquirismo, se sumerge en las heladas aguas e inmortaliza todo lo cerca que puede la cascada y la cueva. Hazaña que podrá relatar a sus nietos, y que quedó inmortalizada en videos para la posteridad. Cunde su ejemplo, y un fornido nórdico, que remoloneaba en la orilla, se decide y demuestra su bravura nadando a su vez aunque con gesto algo sobrecogido. Aunque el track estaba diseñado para volver al pueblo dando un rodeo por el sendero que sale a la derecha del enclave, las dificultades y retrasos sufridos en la primera parte de la ruta lo desaconsejan, y volvemos por la pista, apresurados, acalorados, sedientos y arañados, pero orgullosos, dignos y emocionados. Queremos comprar pan en el pueblo y de nuevo nos dividimos para ir en su busca. El más decidido de nosotros tiene éxito, y le esperamos frente al bar para la pausa de hidratación. Se demora un gran lapso de tiempo, y aquel que fue en su busca tampoco regresa. Agotada la paciencia y las fuerzas bajo el fuerte sol, sin sombra que nos cobije, nos comunicamos por teléfono, y al contestar al otro lado, se oye al fondo una aguda voz gritando: "Dile que soy la de los perros, que casualidad que nos hemos vuelto a encontrar, que alegría me da veros de nuevo. Soy yo, la de los perros". Bajo promesa de no tardar, incumplida reiteradamente, a la vuelta relatan, que la encontraron cerca de la panadería, que se prestó amablemente a acompañarles, que realizada la compra, no cejó en su empeño de impedir su marcha, usando brazos y manos y su afilado verbo, relatando minuciosamente mil y una historias con infinidad de detalles , e incluso bloqueando el paso en la puerta de salida de la tienda. Todo esto relatado con cariño y degustando una heladas cervezas que nos devolvieron las energías perdidas en la odisea vivida hoy.