Alfacar-Fuente Fría

Rutas de Antaño:

Llevaba tiempo sin acercarme a seguir haciendo crecer mi colección de rutas de antaño, pero más que nada porque mi recientemente retomada actividad montañera me tiene muy ocupado y no he tenido tiempo de sentarme a escribir.

Yo creo que todavía estábamos a finales de 1977. Aquellos años, dieron mucho de sí pues nuestro objetivo eran siempre las excursiones. Aquel rollo de dormir fuera de casa nos había gustado cantidad. La manta de la abuela, el cinturón para liarte a ella y que no te enfriaras, la enorme mochila de lona, la cantimplora colgando por fuera como si fueses un buscador de oro, ¡menuda globerá!, esa cantimplora así puesta te hacía ir balanceándote como un tentetieso a cada paso que dabas, derecha izquierda, derecha izquierda... me tenían como extasiado y aprendí a disfrutar de aquella libertad que a tan temprana edad se me había ofrecido.

Ahora bien, el sufrimiento llegaba cuando te tocaba llevar la tienda, ésta rotaba por todos los miembros de la patrulla y cuando te decía Pepe Piqueras, su hermano Rafa, Luis Baró o cualquier otro de los muchísimos amigos que hicimos en aquellos años "Pachi ¡te toca!" y te soltaba aquel muerto de lona (simple por supuesto pero con varillas de acero, que todavía no se estilaban las tiendas con doble techo) parecía que los pies se te clavasen en el suelo y las correas de la mochila... ¡Ay! Mi pecho lata se deformaba. Toda la caja torácica se adaptaba a la nueva carga y el esternón, no sé si por la flexibilidad de que aún gozaba o porque yo estaba así de mal hecho, adoptaba la forma de una quilla por la que yo creía que el corazón se me iba a salir. Tal llegó a ser mi preocupación por aquello que mi padre me llevó al médico y éste me dijo que simplemente tenía quilla, que la forma de mi pecho era así y que no me preocupara que simplemente hiciera ejercicio para compensarlo. Debía de ser el raro de la familia pues todos mis hermanos estaban cuadrados y fuertes como mulas. Así que como yo era un flacucho que pesaba poco más que la suma de todos mis huesos, mi madre me compró entonces unos tensores y empecé a usarlos. Aquello eran dos mangos de acero unidos por seis gomas, yo al principio le ponía una o dos, no sé si llegue a pasar de tres. El burro de Mané los cogió con las seis, los estiró varias veces y dijo algo así como "vale y con esto pretendes ponerte fuerte". Yo no sé si me puso fuerte o no, bueno creo que no, pero lo que sí sé es que cuando se te escapa uno de esos puños de la mano y te arreaba en la cara te acordabas del médico y de... No comprendo como nunca me rompí algo en la cara, dientes, mandíbula o nariz, con aquellos putos tensores. El peor golpe de todos era cuando tenías uno cogido con el pie y hacías extensión de codos, en esa situación a veces se te escapaba el que sujetabas con el pie y te daba en toda la mandíbula.

Bueno que me he despistado. Para no tener que llevar la tienda dormiamos en el Sanatorio de la Alfaguara que todavía estaba en pie. Y esta excursión como otras muchas siempre transcurrían por caminos, pero de los caminos y del sanatorio hablaremos en otra ocasión