Ella me Espera; Tunja-Puente Nacional, Septiembre de 2011

Salía de aquellas clases en la universidad, llevé mi bici de hierro que encadené a un poste y cuando salgo más tarde de lo previsto, dudo en hacer el recorrido, pero al final me decido a hacerlo. Me esperaban 85 km y ya eran las 4 de la tarde, cuando comencé a pedalear. En una fuente de agua mineral llamada Varuna, abastecí mi botella ya desnuda de agua, gracias a que el Alto del Sote, me ha hecho beber cada gota. Logré llegar a Arcabuco en pleno ocaso con la escasa luz que a esa hora el cielo me podía ofrecer y así como la oscuridad lo hace en mis ojos, comienzo a penetrar el cañón del río Pómeca, ya en total penumbra, lo único visible es la silueta fantasmal de las montañas que lo rodean y con una lluvia que comenzaba fuerte a taladrar mi humanidad y el ánimo de seguir, continué mientras hablaba conmigo mismo para distraer al miedo, que no me interrumpa el rodar. Al llegar al alto de La Cumbre, puedo hacer un alto ya pasadas 3 horas gracias a la lluvia que retrasó aún más, mi ya lenta forma de andar y con un café y sabiendo que los asensos no eran ya muchos, continúo y sin pedalear, por las bajadas, el viento del descenso que me congela peor que la previa lluvia me hace dudar si ir suave o así sea con hipotermia pero llegar. Arribo a Moniquirá. Ayudado en los descensos por las luces traseras escarlata de los camiones, que lento bajaban y que les podía aguantar el paso, con cierto recelo y esquivaba los baches que de seguro me harían besar el pavimento, si los ignorase. Mi destino lo consigo después de 6 largas horas, patrocinadas, por las múltiples paradas del inicio de la ruta. Al llegar a mi destino me propuse dos cosas, nunca más rodar de noche o al menos no sin una luz y siempre salir más temprano,aunque la emoción del camino en plena penumbra me seducía a repetirlo. Mi madre me esperaba sentada en la sala de la casa y al verla recupero mis fuerzas para besarle y darle con amor las frutas no tan dulces como sus besos, que le compré en el camino.