Ruta España Francia Alemania Dinamarca 2019

La tarde del 14 de septiembre de 2019, tras un largo día de puesta en marcha tras la parada de la máquina siete, salgo a las tantas de la tarde dirección La Rochelle, a cuyas puertas llego ya bien entrada la noche a un pequeño hotel de carretera, contratado in extremis, que ha tenido a bien facilitarme la clave de entrada al edificio, y ha dejado la puerta de la habitación abierta para que no tenga que dormir en el coche.
Tras un merecido aunque corto descanso, el día 15 madrugo para acercarme al puerto antiguo de La Rochelle, en cuyo aparcamiento dejo el coche para dar un paseo primero por el puerto y por las tres torres que defendían el acceso al mismo desde el mar, además de servir para otros usos, como faro o cárcel. Entro al casco antiguo por la Puerta del Gran Reloj, y paseo por sus aceras porticadas, llegando hasta el mercado central, que bulle de actividad. Aunque en la plaza hay puestos callejeros de todo tipo, el ambiente marinero de la ciudad inunda también este espacio, y me llaman en especial la atención la multitud de puestos de ostras vivas, que el personal degusta con deleite por todas partes. Como algo y cojo de nuevo el coche para conducir hasta Nogent, donde he quedado a pasar la tarde con Nadia, que anda por estos mundos y sus fábricas. Me registro en el hotel Domaine des Graviers, una especie de casa de Psicosis con la gente más arisca y menos amable del mundo de la hostelería, y damos un paseo por esta pequeña ciudad con menos vida que la madre de Anthony Perkins en la citada película. Cenamos de maravilla en el restaurante La Rosita, que también tiene hotel en el que lamento no haberme registrado, paseo hacia los dos canales, y a la cama.
El 16 salgo hacia Alemania y hago un alto en la ciudad de Heidelberg. Una ciudad muy animada, se percibe ambiente universitario, con la universidad más antigua de Alemania, fundada en 1386. Visito el pequeño museo en el que muestran restos del Homo Heidelbergensis, que vivió en esta área desde hace 600.000 años hasta hace 200.000, posiblemente el primer representante homínido en habitar en el norte de Eurasia, y con una mentalidad simbólica, como representa el instrumento musical que se exhibe, una pequeña flauta, que me pone la carne de gallina al verla en aquella vitrina.
Tras una comida frugal en el restaurante del castillo, paseo por los jardines y vuelvo al coche para conducir hasta Rothenburg ob der Tauber, en plena Romantische Strasse alemana. Me alojo en el hotel Eisenhut, en el mismísimo centro de esta preciosa ciudad medieval, por la que paseo asombrado: la plaza del mercado, el Ayuntamiento, en el que subo a la torre para tener una hermosa vista de la ciudad, la oficina de turismo con su torre del reloj, los jardines del castillo (del que solo quedan los susodichos jardines) o la iglesia de San Jacobo. Callejear por toda esta ciudad antigua es un placer, cada rincón es asombroso. Entro en una tienda dedicada por completo a adornos navideños, enorme, preciosa, y original a más no poder. Estamos en septiembre pero no puedo evitar llevarme algunos adornos exquisitos. Tras cenar en la Eiscafe Pizzeria Roma, se me hace de noche paseando, y a la luz amarilla de las farolas la ciudad sigue siendo encantadora. Me figuro que en el periodo veraniego estará abarrotada de turistas. En estas fechas es un placer pasear con tranquilidad y disfrutar de estas casas con entramado de vigas de madera.
El día 17 tras el desayuno completo la visita a la pequeña Rothenburg y salgo en el coche en dirección a Füssen, que según he leído es un pueblecillo cercano al castillo de Neuschwanstein, que quiero visitar. En el camino, alarma de aceite bajo y tengo que parar en una gasolinera a rellenar con un litro de aceite el motor del vehículo. Llego al hotel que he elegido, a apenas media hora de paseo del pueblo de Füssen, un pequeño hotel de madera en un pintoresco lugar rodeado de bosque. Me acerco a Füssen, en un paseo que atraviesa las cascadas Maxsteg, y que recojo con las fotografías correspondientes en
https://es.wikiloc.com/rutas-a-pie/bad-faulenbach-fussen-por-cascadas-maxsteg-41378492,
Allí me avituallo un poco, vuelvo al hotel, y como aún me quedan unas horas de luz decido dar un paseo por el bosque hasta el cercano lago de Alatsee. El paisaje es fantástico, como se puede observar en las fotografías en
https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/de-fussen-al-lago-alatsee-41386128
Al llegar al lago me siento en un banco frente al lago y la puesta de sol para dar cuenta de la merienda que me he traído en la mochila. En ese momento aparece por el paseo una bella valquiria rubia alemana, que al llegar al lago se refresca en plan película, entra a un mínimo hotel que hay junto al lago, y a los pocos minutos reaparece y se sienta también frente al lago y la puesta de sol…y se pone a hacer punto 😊. No puedo evitar retratarla contra el sol poniente. Tras lo cual me pongo en marcha de vuelta al hotel.
El 18 tras desayunar en el hotel Ruchti salgo en coche a visitar el cercano y famoso Castillo de Neuschwanstein. Aparco en el parking 2, saco tickets con tiempo para poder hacer toda la cuesta de subida al castillo andando, y subo plácidamente por el bosque. Llego al puente de Marienbrucke con muy poca gente, y disfruto de las magníficas vistas del castillo y del bosque que me rodea casi en solitario. Lo recojo en la ruta
https://es.wikiloc.com/rutas-a-pie/de-parking-de-caballos-a-castillo-de-neuschwanstein-pasando-por-marienbrucke-41403533
Como he sacado la entrada para visita en inglés para bastante más tarde, aprovecho el tiempo adentrándome en un precioso paseo por la montaña, rodeado constantemente por el bosque. Llego ya bastante alto a una cabaña-hostal con bar, la Berggsthaus Bleckenau, en la que disfruto de una Coca Cola, y vuelvo a bajar la montaña, para llegar a la visita al castillo.
Lo recojo en la ruta
https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/de-castillo-neuschwanstein-a-refugio-bleckenau-41406938
Interesante toda la historia que te van relatando durante la visita sobre el rey Luis II de Baviera, que supervisó toda la construcción de este castillo de cuento de hadas.
Completada la visita vuelvo a bajar por el bosque hasta el coche, y me dirijo a visitar el pueblo de Mittenwald, en el Tirol alemán, casi en la misma frontera con Austria. Es un pequeño pueblo de postal con las casas pintadas de escenas de cuento, como Heidi, Hansel y Gretel, etc. y con personas que aún gustan de vestir ropa regional, como puede verse en alguna fotografía. Duermo en el Post Hotel.
El día 19 conduzco por la mañana hasta Dresden, donde me alojo en el hotel Taschenbergpalais Kempinski, muy céntrico, desde el que doy un paseo magnífico por la ciudad. Cruzo el puente hasta el Golden Rider, paseo por todo el casco antiguo, la Altstadt, me bebo una cerveza en la Neumarkt, bajo por el césped hasta el río, en un día magnífico de sol y luz. Óscar nos comunica que ha nacido su hijo Mateo.
El día 20 madrugo y me hago una kilometrada de casi setecientos kilómetros hasta Dinamarca. Llego al pequeño pueblo danés de Tonder. Un pueblo entrañablemente aburrido, en el que a las cuatro de la tarde me quedo completamente solo en la calle central y casi única, con todos los comercios cerrados. Paseo entre casitas unifamiliares en calles solitarias, cojo unas manzanas en un jardín comunitario, y cuando ya me voy a volver al hotel...descubro un bar. Allá que me meto, y me reciben dos perros nada más cruzar la puerta. Hay un billar, ocho parroquianos, y dos perros andando a sus anchas. Pido una cerveza y un aborigen se percata de mi nacionalidad. Charlamos un rato en una mezcla entre chapurreo de español e inglés, me cuenta que aquel es el único bar de Tonder, y que aunque en Tonder son ocho mil habitantes, nunca hay más de ocho personas en aquel bar. Tras alguna cerveza y algo de conversación, me vuelvo al hotel Tonderhus, ceno, y a descansar. Creo que durante años estarán comentando que un día hace mucho tiempo pisó un español aquel bar en ese pueblo perdido, y consiguieron sumar nueve almas bebiendo cerveza.
El día 21 madrugo y, tras atravesar Jutlandia, la isla de Fionia, y adentrarme en Selandia, llego en tres horitas a la capital danesa, Copenhague. Dejo los trastos en el hotel Scandic, situado muy céntrico, y salgo a patear la ciudad. Atravieso por la plaza de la fuente Stork, muy animada por despedidas de solteras, y me dirijo hacia Nyhavn, una de las estampas más bellas y conocidas de la ciudad, el puerto marítimo, con sus llamativas fachadas de colores a los lados del canal. Como en la terraza de un restaurante aprovechando que hace un día magnífico, y me dirijo hacia la “ciudad libre de Christiania”, en el corazón de Christianshavn. Paseo por este lugar atestado de marihuana en todas sus posibilidades, desde plantaciones por los jardines, hasta las más variadas elaboraciones en dulces, hongos, etc. Sin duda un lugar curioso, en el que encontrarás gente de lo más peculiar.

EL 22 arranco a andar muy temprano con un objetivo claro: disfrutar en las primeras horas de la mañana, antes de que esté atestado de turistas, de la estatua de la sirenita. De modo que tras un largo paseo matinal, consigo mi propósito, y paso unos minutos tranquilamente ante la famosa estatua de Edvard Eriksen, icono de la ciudad, a la luz del amanecer. A continuación atravieso los bellos jardines de Kastellet, y me dirijo hacia el palacio real, Amalienborg, y la iglesia de mármol, uno de los templos más importantes de la ciudad. Visito también la Glipcoteca Carlsberg, fundada por la hija del creador de la marca de cerveza Carlsberg, y con una impresionante colección privada con colecciones de escultura y antigüedades griegas, romanas, etruscas, egipcias y de Oriente Próximo, así como obras más modernas, de Gauguin, Degas, Tooulouse-Laurtec, Rodin, Sisley o Pissarro.
El día 23 toca comenzar la operación retorno. Así que tras un tempranero pero fastuoso desayuno, carretera dirección Bremen. Me permito un placer que en España está prohibido: darle caña a todo lo que permite el acelerador del coche en una de estas largas autopistas alemanas. Me alineo con dos Porsches: un 911 naranja fosforito delante y un Cayenne blanco detrás, y hacemos un montón de kilómetros juntos, yo a todo lo que da el fondo de mi acelerador y seguramente ellos “a punta de pedal”. Disfruto como un loco y compruebo con el GPS que a fondo de escala, el velocímetro del coche miente el 16 km/h por encima de la velocidad real. Así que llego en un suspiro a Bremen, dejo mi vehículo descansar junto al Achat Plaza, el hotel en que me alojaré, y salgo de inmediato a patear la ciudad. Paso junto al pintoresco molino de Bremen, muy cercano a mi hotel, paseo hacia el casco histórico por la calle Sogerstrasse o calle de los cerdos, con una estatua callejera de unos idems y su porquero, y llego a la plaza del mercado, verdaderamente imponente. El ayuntamiento es una auténtica obra de arte gótico. Busco y encuentro la famosa estatua de los músicos de Bremen; por supuesto, me hago una fotografía con “los trotamúsicos”, y me siento a continuación a tomar un aperitivo poderoso en una terraza frente a la majestuosa iglesia de San Pablo.
Me dirijo después a la estrecha Bottcherstrasse, con sus preciosas casas de ladrillo rojo, la fuente de los siete hermanos, y me quedo embobado frente al escaparate de la Bremer Bonbon Manufaktur viendo como las dos mujeres al otro lado del cristal preparan y después cortan la masa de unos caramelos con una pinta deliciosa. No puedo evitar entrar y llevarme unos frascos de vidrio de caramelo Sour, que resultan ser exquisitos.
Ya por la tarde me dirijo hacia el río Weser, por el que doy un buen paseo, frente a la fábrica de cerveza Beck´s, y camino hasta el barrio medieval de Schnoor, donde, en una de sus casitas de colores, disfruto de una cena temprana con carne y patatas.
El día 24 salgo de Bremen y coche hasta Aquisgran. Impresionantes el ayuntamiento y la catedral, con los restos de Carlomagno en esta que fue su ciudad preferida. Curioso el Marschiertor. Un casco histórico pequeño pero con verdaderas joyas.
EL 25 por la mañana, seis horas de coche, y evitando la tentación de parar en París, en seis horas llego a Orleans, capital de París en el siglo X, y que sigue siendo la ciudad de Juana de Arco, en pleno valle del Loira. Es una ciudad muy tranquila y con un casco histórico muy bien conservado. Paseo por el mismo visitando la estatua ecuestre de Juana de Arco, el hotel Groslot, antiguo ayuntamiento de la ciudad, que es un palacio visitable de forma gratuita, la impresionante iglesia de la Santa Cruz, y atravieso el casco histórico para llegar hasta el río Loira, , donde lo atraviesa el puente de George V.
El 26 tras unas pocas horas de coche, disfruto muchísimo de pueblo en pueblo por todo el Perigord francés, una zona muy recomendable tanto por su belleza natural, como por las construcciones humanas, en particular los castillos, y por la gastronomía local, de la que me traigo unas buenas muestras: Saint Pantaleon de Larche, Terrasson-Lavilledieu, Sarlat del Perigord negro, Chateau de la Malartrie, Chateau de Castelnaud-la-Chapelle...en fin, una delicia que disfruto hasta que se me cierra la noche.
El 27 salgo ya para casa, donde me planto en seis horas, no sin hacer dos altos en el camino: uno en una quesería francesa, y otro en una panadería, para traerme productos locales.