Tren Al Sur, Colombia y Ecuador en Bicicleta. Octubre de 2022
near Mocoa, Putumayo (Republic of Colombia)
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Itinerary description
Ya estos fierros, van andando y mi corazón, está saltando.
Inexorable explosión de alegría, al poder incrustarme en las páginas, poco antes leídas del libro Un Viaje de Cuento, América de Salva Rodríguez, y ahora, ver como aquellos relatos, se materializan en descomunal selva, inmensas montañas, bañadas en lluvia, sol o nieve; tardes naranjas o mañanas violetas, con la música del silencio, que no se oye, se siente. Respirar entre jades y esmeraldas de la más espesa jungla de un mal llamado Trampolín de la Muerte, al igual que en el Fin del Mundo y mucho ascenso serpenteante después, en el Páramo del Bordoncillo, ver como la niebla se filtra entre frailejones, para destilarse en ríos que nutren la vida, de tierras abajo, mientras las sonrisas blancas, negras y azules Kamentsa, me saludan e insuflan alegría, necesaria para irremediablemente seguir, para vivir el ahora y para no depender de un lugar o un viaje específicos, para agradecer, para dejar entrar, hondo el aire que alimenta el corazón, rebosante de vida. Salto copiosamente de párrafo en párrafo, de curva en curva, como en el libro, devorando las páginas y así ahora entre el Putumayo, la Laguna La Cocha o El Santuario de las Lajas, que tiempo atrás omití por huir cabizbajo, desabrido e impasible, de lo que no afrontaba o aceptaba, siento esta vez, que se acentúa el gran deleite de un camino que ya no es escape sino entendimiento, por desatarme de esas energías, por habitar en un presente, qué me hace estar más atento, sin depender de esta aventura precisamente, así no hubiese salido de las cuatro paredes de los lamentos y la derrota, que al final, la vida no se cansa de mostrarme que tal, no existe y que incluso lo peor, hace después vibrar, vivir y degustar la intensidad de todo, incluso más que un amor o el sabor de lo pasajeramente placentero.
Ya no escapaba, pues quien es libre solo corre por sí mismo y para esta vez, amar el camino, que antes menosprecié, tal cual como lo hacía conmigo, cruzando tierras de aburridas playas planas, sumando inútiles estadísticas de kilómetros y fronteras, escapando, renegando; ahora, por aquel gran lomo de este gran ser que es nuestro hogar, nuestra tierra, hoy mal llamada y dividida América, dejo mi país para entrar en lo que debería seguir siendo parte de él, pues hasta en su pabellón se iluminan los mismos colores y el mismo fulgor natural de sus escenas entre caminos, montañas, selvas y mares, como en casa. Qué equivocado estaba al haber evitado estos montañosos parajes, donde hoy, aunque sufra sus ascensos y gélidas sendas, me hallo fuerte y auténtico llegando a los pasos de montaña o admirando los valles a distancia, incluso planicies de nubes qué no muy lejos, se posan sobre el vasto Pacífico, allá a mi derecha, donde cada tarde va a pernoctar el sol. Ya soy libre de mentira, lamento y reproche y la circunstancia o sensación, no derrumban más el fuerte de esperanza, de coraje y sabiduría, hallados mucho tiempo y dolor después. Entro a Tulcán, Ecuador y entre las tumbas, sé que mientras viva, no podré escribir más que las páginas de mis pensamientos y los versos de mis acciones, errando a veces, mientras acepto lo que fuera del alcance de mi pluma, esté y lo aprovecho lo mejor que pueda, tal cual, como este camino, que no me dicta solo un simple turístico disfrute o la conquista de rincones de un mapa, con la fuerza del alma insistente, más que de las piernas ¿Para qué, si no me puedo conquistar a mí mismo?
Las sonrisas marfiladas de los niños del Valle de Chota, similar al Chicamocha, montañas abajo, mientras el calor me intenta aplastar, los abrazos otavaleños con el pan guagua y los toldos multicolores en víspera de día de muertos, la música de violines, flautas y quenas en poetiza lengua quichua, que enamora y engalana ahora mi hoy, me impulsa mientras busco mis aciertos y sacudo todo asco moral, remanente en mí, así como todo lo que me anclaba y toda autocompasión, que pesa más que el mismo odio. Si odiarme me hubiese servido de algo bueno, estaría aquí mucho antes, no en un lugar precisamente, sino en apacibles parajes, en este sosegado remanso de lo simple, donde veo más lo que poseo y controlo y no solo lo que me es escaso, lejos de los ardientes rayos de la autoinquisición, y en la habitual contemplación no a la elección de circunstancia o a entender el absurdo, sino a mi respuesta a estos dos; no habría lamentos por el tiempo ridículamente desechado en inventario de oportunidades perdidas o imperios de mugre y la calma hace muchos años llegaría a este puerto; no vería como los años se escapan entre los dedos, pues no tenía poco tiempo, solo lo perdía, pero hoy lo que queda es aún mejor, invaluable tesoro del ahora, que permite reescribir las líneas y hacer que todo rime, incluso la más cotidiana prosa. Aun así, no basta la razón y hay que seguir probando sorbos de ilusión, de pasión, mientras dejaré de ver todo como injusto, cual crío mimado que reprocha lo que supuestamente no encaja y simplemente reescribo, sin que la autocrítica, que solo será para bien, lo abarque todo o por el contrario, se espante; esculpo en más esfuerzo y dedicación. Llego a Quito con una plantita colgando en manillar, con la esperanza de hermoso reencuentro y mi amiga Joe me descubre contento; me delato ante ella distinto para bien, callado pero eufórico; alejado del cadáver de las quejas, aun tibio de tiempos recientes, pero hoy sepultado y así compartimos en las calles de La Ronda o el bello centro histórico, entre palabras quichuas, castellanas e inglesas, toda nueva satisfacción de librar cargas que hostigaban, más que el cansancio, de lo hasta allí pedaleado.
Sigo leyendo mi camino maravillado, viendo como con cada kilómetro, las palabras, poco antes recibidas, se materializan en colores y se tallan en bellos contornos, figuras reales y tangibles, hechas sensaciones, déjà vu, aromas, músicas, alegrías y próximas añoranzas, siendo testigo de cómo cada hoja de aquel libro, no mentía, pero no alcanzaba a contarme la verdadera magia de estar en presencia de las montañas y volcanes coronados de blanca pureza o los pueblos que saludan a mi paso, en quichua, sonrientes, que ahora veo, palpo y vivo, como luces en toda dirección, que me abrían automáticamente la boca, para simplemente atónito, no poder decir nada y sentir todo. La bicicleta aparte de llevarme a recónditos e impensables parajes, o ser un instrumento reflexivo y meditativo, ha enviado personas muy gratas a mi vida y así, uno de estos idílicos vehículos, me ha acercado a quien hoy es una persona especial y admirable, con quien he compartido, no solo la pasión por los viajes a pedal, sino esta vuelta al mundo literaria, disfrutando de cada continente del Viaje de Cuento, cuyo libro de América, me recibía entusiasta y ceremonial, al inicio de este mismo periplo en las calles de Bogotá, donde amablemente me escoltaba, en mis primeros y nerviosos pasos de esta aventura. A Laura quien llegó a mi casa años antes, con su valiente compañera Adriana, en un viaje en bicicleta por el centro de Colombia, le pasó no hace mucho qué leyendo el capítulo del Perú, se daba cuenta que aquellas líneas, le pintaban fielmente, lo que años atrás ella misma había sentido, en aquel viejo reino Inca y de cierta forma, hasta allí ha vuelto, gracias a lo leído. Yo viví lo mismo, pero a la inversa, pues antes de hacer realidad el anhelo de presenciar el sur de Colombia o el Ecuador en bicicleta, algo tan sencillo pero poderoso como un libro, me narraba al oído, lo que ahora, ante todo mi sentir, se hace paisaje. Gracias Laura, por también recibirme en tu casa en la Laguna de Suesca, junto a aquella gran e irreal cruz, en el primero de mis viajes al sur y pronto estará Europa en tus manos, mientras yo quiera poner ante mis ojos, cualquiera o todos los lugares de estas páginas.
Siento que he alcanzado cierto equilibrio, persistiendo y aceptando, tal cual como hice al emprender aquel camino adoquinado y ascendente, escondiéndome del tráfico de la Panamericana hacia un paraje remoto, qué sin saberlo, no tenía salida alguna; me ha hecho regresar y no avanzar casi nada aquel día, pero que me mostraba por primera vez los Illinizas sur y norte, imponentes y albos, cortando el horizonte occidental o su antagonista el Rumiñahui, escarpado y de un negro intenso que aterraba, justo al lado opuesto de la rosa de los vientos, del mapa de mi presente. Así mismo, poco después, me hallaba impresionado, mudo, frente al prohibido, por alerta naranja, en esos días, Volcán Cotopaxi, pues humeante no dejaba que sus faldas fuesen pisadas por ciclistas tercos, sin embargo, con su permiso y el de los guardabosques, que leyeron mis pinceladas en la cartografía de mis trayectos, cual credenciales y licencia, he podido resguardarme y dormir allí, logrando muy temprano en la mañana, ver como paso a paso, el sol bañaba sus blancas alturas y desnudaba muy despacio el gran volcán que no podía ocultarse más en algodones y tinieblas. No hay miedo alguno, ni iras desgastantes y estériles, no hay emoción que abrace hasta el sofoco, pues ahora yo soy quien tomo rienda y las moldeo a mi antojo, con errores, claro, cual escultor aprendiz, pero ya sé que las arcillas de los pensamientos, son maleables a mi gusto y beneficio y aunque vengan más cuestas, reincidencias, baches y caídas, podré ponerme en pie, aceptando y aprendiendo atento. Ya no abunda el desenfoque y poco a poco emprenderé mi camino no para llegar sino para seguir andando, para ahondar el fulgor del propósito de efímera existencia y así como mis amigos del reino del centro, solo usaré la misma palabra, tanto para un problema, como para una oportunidad "危机". Siempre debió ser así.
No dejaré el persistir innato, pues de ser así no hubiese hallado esa noche, el mejor de los refugios, a pesar del negro y difícil panorama, pudiendo entrar a una hora imposible en el Parque Natural, El Boliche, atravesado por las viejas líneas del tren al sur, que me han hecho cantar, contento y feliz el deseo de que alguien no me diga pobre, por ir viajando así y poco antes ya en la noche, no encontraba donde abrigarme del frío y oscuridad en tan altas tierras. No estaría palpando las brizas de Churolosán o hacer posible mi homenaje a mi hoy fallecido amigo Iohan, cuyos caminos, que hace algunos años, él cruzaba, hasta Simiatug y mucho más al sur, hoy también yo atravieso, como la mejor forma de recordarle y agradecer por la inspiración; no estaría serpenteando los senderos imposibles que rodean el Quilotoa, con el omnipresente vértigo que emerge a mi derecha desde el profundo abismo, escondido tras el crater turquesa o no sonreiría entendiendo todo sin resquemores, por lo pasado; no pedalearía o caminaría feliz con la casa a cuestas o bebiendo el agua que baja de blancas cumbres del Carihuairazo. Lo sé, insistir me ha traído algunas veces tristeza, pues ignoré en ocasiones, el límite que ahora reconozco y respeto, pues también es virtuoso el saber cuándo parar, aunque la alegría de ser así, trae sus premios con creses y no puedo dejar de llevar esas banderas, que son parte de mi legado, de mis cimas conquistadas y por más sinsentido que surja en los horizontes, buscaré la belleza en la virtud y la beberé, sabiendo cuando empezar a bajar la montaña, para buscar la siguiente o para en un valle, simplemente, detenerme, agradecer y contemplar. De repente en mi horizonte, entra en escena en este gran teatro llamado Ecuador, el inverosímil e inmenso Chimborazo, en una carretera de vientos hostiles y una nada desértica abrumadora y vasta. Me quedo sin agua, en mi equipaje y en mi cuerpo, pues la poca qué quedaba, sale por mis ojos, por el esfuerzo y la emoción de estar aquí a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Pronto me reponen desde uno de los pocos carros que coincidieron con mi camino; en un llanto imparable de gozo, tras beber la amabilidad y humanidad, alcanzo el cenit de este viaje, de esfuerzos y pensamiento. Con las pocas palabras aprendidas de quichua, puedo agradecer el estar allí, el librarme de viejas miserias. “Chimborazo, ashi chishi; pashii mashi” y emprendo después de sus gélidas paredes, y de una de las noches más frías de mi vida, compensadas con la visita de la Estrella del Ecuador, es decir, el colibrí endémico del Chimborazo, la búsqueda a las cálidas selvas y sonrisas de los pueblos ancestrales de Pastaza, mucho más al este de allí.
Mis horas son de fiesta, mientras deshago los fuertes ascensos antes sufridos, con canciones al viento, saludos de buenas gentes a la vera del camino y agua o comida de personas que detienen su marcha para compartir a cambio de respuestas sobre mi rumbo y calmar sus porqués de viajar así; también de curvas que me llevan a Riobamba y luego a Baños de Agua Santa, donde vuelve el verdor y el calor que adereza las frescas y anheladas aguas de cascadas y ríos, donde sumerjo mis viejas angustias para ahogarlas. Escucho el rugir del Tungurahua en madrugada y se espantan recuerdos mal habidos, me despierto animado a buscar de nuevo el verde océano amazónico, que se embadurna de lluvia y brisa que limpia aquel sofocante miedo ridículo, aquellas escenas que menos mal no pudieron ser y nunca serán.
No hay frustración o retazo alguno del pasado que haga presencia, pues no por un viaje sino por la resignificación del presente, aparecen la alegría, la revancha y el querer, recibiendo a manos llenas la transfiguración de las desilusiones, hoy deshechas, mientras el ahora es mejor y felizmente superable; esté aquí o en las oficinas habituales; algo inconmensurable que, al mostrarse, da sentido a todo lo pasado y me dibuja en un ahora que la vida no habría podido bosquejar mejor. Hasta las tardes más soleadas e implacables, me muestran su amor y gozo, para luego revelar los más bellos tonos. La verdad, tenía que volver a atravesar estas tierras y darle un nuevo sentido al escenario interno, que ahora sí alza la mirada y se regocija no solo con un paisaje o lugar alcanzado con esfuerzos y luchas, sino con la empuñadura de la aceptación y del comprender que se respira mejor, porque un mejor guion se está escribiendo, con la caligrafía del agradecimiento, del poder y del entenderme como soy realmente, sin ninguna falacia que intente desdibujar, mi esencia y propósito, sin el sinsabor de hacer que se dependa de lo que no se puede controlar y con el abrazo al caos, que abriga el entender y el celebrar, para dar una mejor figura a la realidad.
Entiendo que la lucha contra las circunstancias y emociones, debe tomar otros tintes y las pinceladas que se trazan en el lienzo del presente, no son otras que las que matizan la sabiduría, la tolerancia a lo propio y el coraje, sabiendo que en cualquier momento los trazos no se vean como quiere, aquel que pinta, pero así mismo comprendiendo que se puede hallar el punto exacto, el mejor tono con la práctica, ahínco y vocación. En un viaje pasado que vale la pena recordar, solo para saber que el hoy y ahora son mucho mejores, había pasado rápido la página, sin leer detenidamente, sin metacomprensión alguna y hoy, pausadamente, cual poema, degusto lo que es hoy mi sobria y sencilla realidad, como el mejor verso de este viaje. Mis pensamientos construirán mi existencia, me acogeré al valor y a la resolución y no jugaré a detener los ríos del tiempo, pero sí navegaré y avanzaré en ellos, mientras por fin me lleven a los puertos de la autoaceptación.
La selva me acoge de nuevo, ya en otras latitudes, a este lado sur de la frontera y la chicha de bienvenida no podría ser más dulce. Navego por el río Puyo y la sonrisa de Nina me trae calma en el remoto pueblo de Kotococha, mientras mi cara, se pinta del alegre achiote guerrero y mi brazo izquierdo luce las manillas de semillas y colores de la jungla, qué Carmen, me ha brindado como señal a este alcance, de lugares y pensares, de honesta calma y contemplación, de no resignarse, pero de aceptar, del no manipular, pero sí de autocontrol, de ser crítico, pero no juez, de ser razonable pero pasional, por lo que pueda construirme mejor y allí entre ese inmenso y casi infinito verdor y poco después, en la bella costa de Santa Elena, que alcanzo ya en autobús, muy al oeste de allí, admiro junto a la bella Nayibe, con quien comparto amistad desde la adolescencia, quien fue gran apoyo, aliciente y compañía en este viaje, el gran Pacífico azul, donde por fin entenderé que avanzaré así caiga, que amaré así fracase, que iré así no llegue, que haré, así yerre y que viviré así muera.
Gracias Salva por el Viaje de Cuento, por hacerme viajar otrora con las palabras como brújula y hoy con lo tangible, con lo que enseña y resucita.
Gracias Iohan, hoy simplemente viajas en quienes te admiramos y te quisimos, amigo del alma. Descansa en paz.
Gracias a mi hermana mayor y madrina y a mis amigas Laura y Nayibe, por su valiosa ayuda y compañía en estas semanas de vida pura, así como a cada persona que tendió su mano en los caminos e incluso a quienes no dan apoyo y humanidad, a los que no escuchan ni sienten, pues sirven de fiel ejemplo a lo que no debe hacerse con alguien que lo necesite y vaya a apreciar cual tesoro incalculable de recoger rosas, hoy qué se puede.
Gracias a la autodeterminación, a la volcánica alegría, a la curiosidad de la infancia, al querer y al saber dejar atrás. Regreso a casa, no siendo el mismo, no por viajes sino por lo desaprendido. Regreso del hasta ahora, mi mejor viaje con una bicicleta.
Free Bird (Lynyrd Skynyrd)
Inexorable explosión de alegría, al poder incrustarme en las páginas, poco antes leídas del libro Un Viaje de Cuento, América de Salva Rodríguez, y ahora, ver como aquellos relatos, se materializan en descomunal selva, inmensas montañas, bañadas en lluvia, sol o nieve; tardes naranjas o mañanas violetas, con la música del silencio, que no se oye, se siente. Respirar entre jades y esmeraldas de la más espesa jungla de un mal llamado Trampolín de la Muerte, al igual que en el Fin del Mundo y mucho ascenso serpenteante después, en el Páramo del Bordoncillo, ver como la niebla se filtra entre frailejones, para destilarse en ríos que nutren la vida, de tierras abajo, mientras las sonrisas blancas, negras y azules Kamentsa, me saludan e insuflan alegría, necesaria para irremediablemente seguir, para vivir el ahora y para no depender de un lugar o un viaje específicos, para agradecer, para dejar entrar, hondo el aire que alimenta el corazón, rebosante de vida. Salto copiosamente de párrafo en párrafo, de curva en curva, como en el libro, devorando las páginas y así ahora entre el Putumayo, la Laguna La Cocha o El Santuario de las Lajas, que tiempo atrás omití por huir cabizbajo, desabrido e impasible, de lo que no afrontaba o aceptaba, siento esta vez, que se acentúa el gran deleite de un camino que ya no es escape sino entendimiento, por desatarme de esas energías, por habitar en un presente, qué me hace estar más atento, sin depender de esta aventura precisamente, así no hubiese salido de las cuatro paredes de los lamentos y la derrota, que al final, la vida no se cansa de mostrarme que tal, no existe y que incluso lo peor, hace después vibrar, vivir y degustar la intensidad de todo, incluso más que un amor o el sabor de lo pasajeramente placentero.
Ya no escapaba, pues quien es libre solo corre por sí mismo y para esta vez, amar el camino, que antes menosprecié, tal cual como lo hacía conmigo, cruzando tierras de aburridas playas planas, sumando inútiles estadísticas de kilómetros y fronteras, escapando, renegando; ahora, por aquel gran lomo de este gran ser que es nuestro hogar, nuestra tierra, hoy mal llamada y dividida América, dejo mi país para entrar en lo que debería seguir siendo parte de él, pues hasta en su pabellón se iluminan los mismos colores y el mismo fulgor natural de sus escenas entre caminos, montañas, selvas y mares, como en casa. Qué equivocado estaba al haber evitado estos montañosos parajes, donde hoy, aunque sufra sus ascensos y gélidas sendas, me hallo fuerte y auténtico llegando a los pasos de montaña o admirando los valles a distancia, incluso planicies de nubes qué no muy lejos, se posan sobre el vasto Pacífico, allá a mi derecha, donde cada tarde va a pernoctar el sol. Ya soy libre de mentira, lamento y reproche y la circunstancia o sensación, no derrumban más el fuerte de esperanza, de coraje y sabiduría, hallados mucho tiempo y dolor después. Entro a Tulcán, Ecuador y entre las tumbas, sé que mientras viva, no podré escribir más que las páginas de mis pensamientos y los versos de mis acciones, errando a veces, mientras acepto lo que fuera del alcance de mi pluma, esté y lo aprovecho lo mejor que pueda, tal cual, como este camino, que no me dicta solo un simple turístico disfrute o la conquista de rincones de un mapa, con la fuerza del alma insistente, más que de las piernas ¿Para qué, si no me puedo conquistar a mí mismo?
Las sonrisas marfiladas de los niños del Valle de Chota, similar al Chicamocha, montañas abajo, mientras el calor me intenta aplastar, los abrazos otavaleños con el pan guagua y los toldos multicolores en víspera de día de muertos, la música de violines, flautas y quenas en poetiza lengua quichua, que enamora y engalana ahora mi hoy, me impulsa mientras busco mis aciertos y sacudo todo asco moral, remanente en mí, así como todo lo que me anclaba y toda autocompasión, que pesa más que el mismo odio. Si odiarme me hubiese servido de algo bueno, estaría aquí mucho antes, no en un lugar precisamente, sino en apacibles parajes, en este sosegado remanso de lo simple, donde veo más lo que poseo y controlo y no solo lo que me es escaso, lejos de los ardientes rayos de la autoinquisición, y en la habitual contemplación no a la elección de circunstancia o a entender el absurdo, sino a mi respuesta a estos dos; no habría lamentos por el tiempo ridículamente desechado en inventario de oportunidades perdidas o imperios de mugre y la calma hace muchos años llegaría a este puerto; no vería como los años se escapan entre los dedos, pues no tenía poco tiempo, solo lo perdía, pero hoy lo que queda es aún mejor, invaluable tesoro del ahora, que permite reescribir las líneas y hacer que todo rime, incluso la más cotidiana prosa. Aun así, no basta la razón y hay que seguir probando sorbos de ilusión, de pasión, mientras dejaré de ver todo como injusto, cual crío mimado que reprocha lo que supuestamente no encaja y simplemente reescribo, sin que la autocrítica, que solo será para bien, lo abarque todo o por el contrario, se espante; esculpo en más esfuerzo y dedicación. Llego a Quito con una plantita colgando en manillar, con la esperanza de hermoso reencuentro y mi amiga Joe me descubre contento; me delato ante ella distinto para bien, callado pero eufórico; alejado del cadáver de las quejas, aun tibio de tiempos recientes, pero hoy sepultado y así compartimos en las calles de La Ronda o el bello centro histórico, entre palabras quichuas, castellanas e inglesas, toda nueva satisfacción de librar cargas que hostigaban, más que el cansancio, de lo hasta allí pedaleado.
Sigo leyendo mi camino maravillado, viendo como con cada kilómetro, las palabras, poco antes recibidas, se materializan en colores y se tallan en bellos contornos, figuras reales y tangibles, hechas sensaciones, déjà vu, aromas, músicas, alegrías y próximas añoranzas, siendo testigo de cómo cada hoja de aquel libro, no mentía, pero no alcanzaba a contarme la verdadera magia de estar en presencia de las montañas y volcanes coronados de blanca pureza o los pueblos que saludan a mi paso, en quichua, sonrientes, que ahora veo, palpo y vivo, como luces en toda dirección, que me abrían automáticamente la boca, para simplemente atónito, no poder decir nada y sentir todo. La bicicleta aparte de llevarme a recónditos e impensables parajes, o ser un instrumento reflexivo y meditativo, ha enviado personas muy gratas a mi vida y así, uno de estos idílicos vehículos, me ha acercado a quien hoy es una persona especial y admirable, con quien he compartido, no solo la pasión por los viajes a pedal, sino esta vuelta al mundo literaria, disfrutando de cada continente del Viaje de Cuento, cuyo libro de América, me recibía entusiasta y ceremonial, al inicio de este mismo periplo en las calles de Bogotá, donde amablemente me escoltaba, en mis primeros y nerviosos pasos de esta aventura. A Laura quien llegó a mi casa años antes, con su valiente compañera Adriana, en un viaje en bicicleta por el centro de Colombia, le pasó no hace mucho qué leyendo el capítulo del Perú, se daba cuenta que aquellas líneas, le pintaban fielmente, lo que años atrás ella misma había sentido, en aquel viejo reino Inca y de cierta forma, hasta allí ha vuelto, gracias a lo leído. Yo viví lo mismo, pero a la inversa, pues antes de hacer realidad el anhelo de presenciar el sur de Colombia o el Ecuador en bicicleta, algo tan sencillo pero poderoso como un libro, me narraba al oído, lo que ahora, ante todo mi sentir, se hace paisaje. Gracias Laura, por también recibirme en tu casa en la Laguna de Suesca, junto a aquella gran e irreal cruz, en el primero de mis viajes al sur y pronto estará Europa en tus manos, mientras yo quiera poner ante mis ojos, cualquiera o todos los lugares de estas páginas.
Siento que he alcanzado cierto equilibrio, persistiendo y aceptando, tal cual como hice al emprender aquel camino adoquinado y ascendente, escondiéndome del tráfico de la Panamericana hacia un paraje remoto, qué sin saberlo, no tenía salida alguna; me ha hecho regresar y no avanzar casi nada aquel día, pero que me mostraba por primera vez los Illinizas sur y norte, imponentes y albos, cortando el horizonte occidental o su antagonista el Rumiñahui, escarpado y de un negro intenso que aterraba, justo al lado opuesto de la rosa de los vientos, del mapa de mi presente. Así mismo, poco después, me hallaba impresionado, mudo, frente al prohibido, por alerta naranja, en esos días, Volcán Cotopaxi, pues humeante no dejaba que sus faldas fuesen pisadas por ciclistas tercos, sin embargo, con su permiso y el de los guardabosques, que leyeron mis pinceladas en la cartografía de mis trayectos, cual credenciales y licencia, he podido resguardarme y dormir allí, logrando muy temprano en la mañana, ver como paso a paso, el sol bañaba sus blancas alturas y desnudaba muy despacio el gran volcán que no podía ocultarse más en algodones y tinieblas. No hay miedo alguno, ni iras desgastantes y estériles, no hay emoción que abrace hasta el sofoco, pues ahora yo soy quien tomo rienda y las moldeo a mi antojo, con errores, claro, cual escultor aprendiz, pero ya sé que las arcillas de los pensamientos, son maleables a mi gusto y beneficio y aunque vengan más cuestas, reincidencias, baches y caídas, podré ponerme en pie, aceptando y aprendiendo atento. Ya no abunda el desenfoque y poco a poco emprenderé mi camino no para llegar sino para seguir andando, para ahondar el fulgor del propósito de efímera existencia y así como mis amigos del reino del centro, solo usaré la misma palabra, tanto para un problema, como para una oportunidad "危机". Siempre debió ser así.
No dejaré el persistir innato, pues de ser así no hubiese hallado esa noche, el mejor de los refugios, a pesar del negro y difícil panorama, pudiendo entrar a una hora imposible en el Parque Natural, El Boliche, atravesado por las viejas líneas del tren al sur, que me han hecho cantar, contento y feliz el deseo de que alguien no me diga pobre, por ir viajando así y poco antes ya en la noche, no encontraba donde abrigarme del frío y oscuridad en tan altas tierras. No estaría palpando las brizas de Churolosán o hacer posible mi homenaje a mi hoy fallecido amigo Iohan, cuyos caminos, que hace algunos años, él cruzaba, hasta Simiatug y mucho más al sur, hoy también yo atravieso, como la mejor forma de recordarle y agradecer por la inspiración; no estaría serpenteando los senderos imposibles que rodean el Quilotoa, con el omnipresente vértigo que emerge a mi derecha desde el profundo abismo, escondido tras el crater turquesa o no sonreiría entendiendo todo sin resquemores, por lo pasado; no pedalearía o caminaría feliz con la casa a cuestas o bebiendo el agua que baja de blancas cumbres del Carihuairazo. Lo sé, insistir me ha traído algunas veces tristeza, pues ignoré en ocasiones, el límite que ahora reconozco y respeto, pues también es virtuoso el saber cuándo parar, aunque la alegría de ser así, trae sus premios con creses y no puedo dejar de llevar esas banderas, que son parte de mi legado, de mis cimas conquistadas y por más sinsentido que surja en los horizontes, buscaré la belleza en la virtud y la beberé, sabiendo cuando empezar a bajar la montaña, para buscar la siguiente o para en un valle, simplemente, detenerme, agradecer y contemplar. De repente en mi horizonte, entra en escena en este gran teatro llamado Ecuador, el inverosímil e inmenso Chimborazo, en una carretera de vientos hostiles y una nada desértica abrumadora y vasta. Me quedo sin agua, en mi equipaje y en mi cuerpo, pues la poca qué quedaba, sale por mis ojos, por el esfuerzo y la emoción de estar aquí a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Pronto me reponen desde uno de los pocos carros que coincidieron con mi camino; en un llanto imparable de gozo, tras beber la amabilidad y humanidad, alcanzo el cenit de este viaje, de esfuerzos y pensamiento. Con las pocas palabras aprendidas de quichua, puedo agradecer el estar allí, el librarme de viejas miserias. “Chimborazo, ashi chishi; pashii mashi” y emprendo después de sus gélidas paredes, y de una de las noches más frías de mi vida, compensadas con la visita de la Estrella del Ecuador, es decir, el colibrí endémico del Chimborazo, la búsqueda a las cálidas selvas y sonrisas de los pueblos ancestrales de Pastaza, mucho más al este de allí.
Mis horas son de fiesta, mientras deshago los fuertes ascensos antes sufridos, con canciones al viento, saludos de buenas gentes a la vera del camino y agua o comida de personas que detienen su marcha para compartir a cambio de respuestas sobre mi rumbo y calmar sus porqués de viajar así; también de curvas que me llevan a Riobamba y luego a Baños de Agua Santa, donde vuelve el verdor y el calor que adereza las frescas y anheladas aguas de cascadas y ríos, donde sumerjo mis viejas angustias para ahogarlas. Escucho el rugir del Tungurahua en madrugada y se espantan recuerdos mal habidos, me despierto animado a buscar de nuevo el verde océano amazónico, que se embadurna de lluvia y brisa que limpia aquel sofocante miedo ridículo, aquellas escenas que menos mal no pudieron ser y nunca serán.
No hay frustración o retazo alguno del pasado que haga presencia, pues no por un viaje sino por la resignificación del presente, aparecen la alegría, la revancha y el querer, recibiendo a manos llenas la transfiguración de las desilusiones, hoy deshechas, mientras el ahora es mejor y felizmente superable; esté aquí o en las oficinas habituales; algo inconmensurable que, al mostrarse, da sentido a todo lo pasado y me dibuja en un ahora que la vida no habría podido bosquejar mejor. Hasta las tardes más soleadas e implacables, me muestran su amor y gozo, para luego revelar los más bellos tonos. La verdad, tenía que volver a atravesar estas tierras y darle un nuevo sentido al escenario interno, que ahora sí alza la mirada y se regocija no solo con un paisaje o lugar alcanzado con esfuerzos y luchas, sino con la empuñadura de la aceptación y del comprender que se respira mejor, porque un mejor guion se está escribiendo, con la caligrafía del agradecimiento, del poder y del entenderme como soy realmente, sin ninguna falacia que intente desdibujar, mi esencia y propósito, sin el sinsabor de hacer que se dependa de lo que no se puede controlar y con el abrazo al caos, que abriga el entender y el celebrar, para dar una mejor figura a la realidad.
Entiendo que la lucha contra las circunstancias y emociones, debe tomar otros tintes y las pinceladas que se trazan en el lienzo del presente, no son otras que las que matizan la sabiduría, la tolerancia a lo propio y el coraje, sabiendo que en cualquier momento los trazos no se vean como quiere, aquel que pinta, pero así mismo comprendiendo que se puede hallar el punto exacto, el mejor tono con la práctica, ahínco y vocación. En un viaje pasado que vale la pena recordar, solo para saber que el hoy y ahora son mucho mejores, había pasado rápido la página, sin leer detenidamente, sin metacomprensión alguna y hoy, pausadamente, cual poema, degusto lo que es hoy mi sobria y sencilla realidad, como el mejor verso de este viaje. Mis pensamientos construirán mi existencia, me acogeré al valor y a la resolución y no jugaré a detener los ríos del tiempo, pero sí navegaré y avanzaré en ellos, mientras por fin me lleven a los puertos de la autoaceptación.
La selva me acoge de nuevo, ya en otras latitudes, a este lado sur de la frontera y la chicha de bienvenida no podría ser más dulce. Navego por el río Puyo y la sonrisa de Nina me trae calma en el remoto pueblo de Kotococha, mientras mi cara, se pinta del alegre achiote guerrero y mi brazo izquierdo luce las manillas de semillas y colores de la jungla, qué Carmen, me ha brindado como señal a este alcance, de lugares y pensares, de honesta calma y contemplación, de no resignarse, pero de aceptar, del no manipular, pero sí de autocontrol, de ser crítico, pero no juez, de ser razonable pero pasional, por lo que pueda construirme mejor y allí entre ese inmenso y casi infinito verdor y poco después, en la bella costa de Santa Elena, que alcanzo ya en autobús, muy al oeste de allí, admiro junto a la bella Nayibe, con quien comparto amistad desde la adolescencia, quien fue gran apoyo, aliciente y compañía en este viaje, el gran Pacífico azul, donde por fin entenderé que avanzaré así caiga, que amaré así fracase, que iré así no llegue, que haré, así yerre y que viviré así muera.
Gracias Salva por el Viaje de Cuento, por hacerme viajar otrora con las palabras como brújula y hoy con lo tangible, con lo que enseña y resucita.
Gracias Iohan, hoy simplemente viajas en quienes te admiramos y te quisimos, amigo del alma. Descansa en paz.
Gracias a mi hermana mayor y madrina y a mis amigas Laura y Nayibe, por su valiosa ayuda y compañía en estas semanas de vida pura, así como a cada persona que tendió su mano en los caminos e incluso a quienes no dan apoyo y humanidad, a los que no escuchan ni sienten, pues sirven de fiel ejemplo a lo que no debe hacerse con alguien que lo necesite y vaya a apreciar cual tesoro incalculable de recoger rosas, hoy qué se puede.
Gracias a la autodeterminación, a la volcánica alegría, a la curiosidad de la infancia, al querer y al saber dejar atrás. Regreso a casa, no siendo el mismo, no por viajes sino por lo desaprendido. Regreso del hasta ahora, mi mejor viaje con una bicicleta.
Free Bird (Lynyrd Skynyrd)
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Comments (8)
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Que lujo de travesia mi amigo Marius, con este kilometraje y esta cantidad de parajes para sentir y apreciar, queda uno que le salen letreros hasta por las orejas, si antes escribia con sentimiento ahora veo yo que sos todo un poeta y como no hacerlo despues de semejante aventura, felicitaciones Marius por darnos a conocer estos bellos paisajes, que registro fotográfico tan espectacular, sdmiracion total para con voz, la verdad que le dan ganas a uno de hacer lo mismo, pero hay que reconocer que estas aventuras no las hace cualquiera, esta es sin duda la mejor experiencia de vida sobre una bicicleta, felicitaciones de nuevo Marius, creo que la sacaste del estadio.
Amigo, muchas gracias por tomarse la molestia de valorar esta aventura, que también es más un viaje al interior de uno mismo. No siempre que se quiere, se puede, pero esta vez fue posible y ha servido para adornar los anaqueles del alma, con bellos paisajes, la humanidad y sonrisa de las personas y con durísimos caminos que templan el espíritu. Gracias de nuevo compañero de rutas y a ver cuando volvemos a emprender una de ellas.
Mi querido. Amigo. No se por donde empezar. Pero que gran poema de viaje te haz tirado. Encontraste la manera de mezclar tu viaje con las palabras más hermosas y específicas para cada momento de este.
Viajamos por montañas, ríos lagos nevados ciudades y selvas conectándonos con las culturas y costumbres de cada lugar que transitaste. Me dieron ganas de saber a que sabe el pan guagua y la chicha del Ecuador.
Y lo que más me gustó, es que me motivaste para no echar al rincón ese viaje por el trampolín de la muerte, el quilotoa, el chimborazo y el cotopaxy.
"La bicicleta aparte de llevarme a recónditos e impensables parajes, o ser un instrumento reflexivo y meditativo, ha enviado personas muy gratas a mi vida"
Parcero para mi vos sos una persona grata y que estimo mucho y quien iba a pensar que este blog, en el cual compartimos historias y anécdotas, se podían llegar a conocer grandes personas.
Te mando un fuerte abrazo, te felicito por tan exquisito viaje y por este gran poema. Este puede ser tu obra maestra.
👏👏👏👏👏👏👏👏
Yo estaba pedaleando y después hice este viaje literario desde la memoria de lo que viajé y vivía mientras daba cambios y pedaleaba y ya ha sido como una limpieza de un pasado inapropiado. Si ese viaje sirve para inspirar, me alegra mucho porque a mí también me pasó y apenas tuve oportunidad, me levanté de una cama y convertí los párrafos ajenos en paisaje mi hermano. Salí para desafiar y liberar, mientras reconocía y atendía a lugares y personas que olvidaría solo con la senilidad o la muerte, pero con las palabras, queda un poco más en el tiempo y me alegra que sirva y pueda ser impulso para una gran persona como su merced. Qué ojalá vengan muchos viajes suyos para poder hacer realidad, el vivir y el superar porque es lo que vale la pena de todo esto. Un abrazo querido amigo.
saludos, genial su recorrido, un favor me puede dar alguna info sobre altimetría a Rumichaca esta en esta ruta? le agradezco 🤗🚴
Muchas gracias Jorgeenr102, la altitud en Rumichaca es de 2761 msnm. Desde Ipiales es un descenso leve. Luego hay que subir a Tulcán unos metros.
Marius !!!
El otros día que me crucé un par de mensajes contigo por WhatsApp supe y me contaste que andabas en Ecuador. Lo que no me imaginé fue el gran recorrido que hiciste.
Y esa forma poética de contarnos a todos tu experiencia. Como siempre, mis más sinceras felicitaciones por ese espíritu libre y ese arrojo que te caracteriza por ir en busca de tus sueños. Que bien por ti, por los caminos recorridos y por las personas que encontraste en tu travesía.
Un gran abrazo desde Antioquia.
Saludos, Lili.
Lo recuerdo bien. Cuando estaba en Quilotoa, muy feliz por dar la vuelta al crater, leí tus mensajes y pude contarte donde me encontraba. Ahora puedo compartirte a través de Wikiloc, todo lo que viví y sentí en ese viaje de redención y retoma de un camino que nunca debí abandonar. Estoy muy feliz de poderlo compartir por aquí y espero algún día podamos compartir ruta. Gracias por tu valoración y un fuerte abrazo para ti y mi amigo Luis. Bendiciones y felices fiestas.