Regreso a Casa, a la Realidad. Septiembre de 2013

Debía regresar, empezar de nuevo, sí, una vez más y volver a la realidad. Luego de un viaje magnífico, tal vez de los mejores de mi vida, he logrado comprender que para alejarse del dolor, además de pedalear mucho, hay que seguir adelante con mentalidad fuerte y aceptar la partida de quien es más importante en nuestra existencia. Salgo antes que el sol, de Medellín, con la fuerza de una arepa y un chocolate, brindados con amor por la Señora Merce. He podido subir hasta Santuario y desde allí comienza el día más exigente y extenso en mi vida de pedaleo, pues son 201 km hasta Puerto Triunfo, con calor insoportable sin excepción de algún kilómetro.

Ya besando a la gran Magdalena, a donde llego a las 9:50 pm. Me escolta don Jorge en su moto vieja y me espera mientras me toma la foto en la hacienda Nápoles y cuando llegamos aun me quedan fuerzas para comer una cena a esas horas tardías afuera de su casa. El calor es insoportable y son las 10 de la noche, no quiero imaginar lo que sería a pleno día.

Me levanto cargado de amabilidades recibidas y emprendo la huida de un infierno al otro, Puerto Boyacá, que a las 7 de la mañana, era como un medio día implacable, en cualquier otra parte en la que haya estado, una canícula que corroía la voluntad. Cuando llego a Puerto Romero, un caserío en medio de lo que ya pinta como una selva magdalénica, comienza el calvario de subir una trocha infinita y dura hasta Otanche, donde llegaba casi sin aliento ya entrada la noche. Por lo menos el clima era más soportable, pero las miradas de la gente, hostigaba más, que el clima de las tierras ya pasadas y muy temprano salgo a recorrer el mal temido occidente de Boyacá, donde lo único que da miedo es no ver la suficiente belleza que hay allí. Un cañón impresionante que muere en las aguas del río minero, una vista a Fura y Tena, una serpenteante carretera en construcción, que me lleva a tierras ya conocidas, Pauna y Albania donde cruzo a Santander sin darme cuenta ni celebrar, pues de noche pedaleando en ascenso y piedra suelta, solo queda fuerza para desear llegar.

Me recibe ella con un beso que no me esperaba, ella quien no mucho antes, detenía el tiempo con su mirada, en ese baile en el que la vi por primera vez, en el que también viajaba a este pueblo de pocas calles y muchas historias pasadas, ya contadas en bicicleta y con el rayo del medio día siguiente, parto a mi casa, donde llego en soledad, vacía y triste casa mía sin ella, sin mi madre en la ventana expectante a la esquina y como consuelo, la veo, la imagino con fuerza de locura entusiasta y el viaje muere con el cerrar de mis ojos salpicados de paisajes, de recuerdos, de vida y con mi madre viva, en mi sentir, en mi memoria.