Vuelta a Iberia VII (4 Santo Tirso-Oporto)

Nos esperaba la cuarta etapa de nuestra travesía, que aparentemente era la más sencilla y la menos dura de todas; pero los que practicamos este deporte, sabemos que cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia, y en esta ocasión, no iba a ser menos….
Olvidado ya el día de ayer, antes de salir de Santo Tirso, nos dedicamos a visitar el Monasterio de Sâo Bento y a recrearnos durante los primeros kilómetros de la etapa, que a pesar de ser de ascensión, no se hacían duros, salvo alguna excepción, y nos daban tiempo a contemplar y disfrutar del paisaje que nos rodeaba.
Todo iba rodado, hasta que poco antes de llegar a Arcozelo, las obras para construir una megapijaurbanización y un campo de golf (en todas las ollas cuecen habas), nos detuvieron en seco, y a pesar de tratar de convencer al vigilante de turno, éste con buenas palabras nos dijo que por allí no, que tendríamos que dar un pequeño rodeo de unos 15kilómetros.
Haciendo oidos sordos, nos buscamos una alternativa alejada de la zona más movida de las obras, tratando de bordearla, aunque acabamos saliendo por la entrada principal, ante la sorpresa del vigilante que allí había, y como aquello de que la mejor defensa es un buen ataque…casi le dimos lastima al hombre (y todo esto falando portuñol).
Pasado Arcozelo, nuestro calvario continuó, pero ahora en forma de durísimas rampas hasta que salvamos la autovía, y ya próximos al Alto de Quintarei, la profusión de caminos que no llevaban a ninguna parte, nos retuvo más de lo esperado.
Con Valongo al fondo, y las tripas chirriando, el descenso fue de los que hacen época, en busca de un lugar donde resarcirnos del padecimiento matutino.
Y salir de Valongo? Esa fue otra odisea, y después de comernos unas rampas durísimas que daban a una cantera, nos encontramos que la autovía se habría comido nuestro camino y era imposible continuar. Otra vez a buscar salida, perdiendo un tiempo precioso.
De nuevo en nuestro camino, éste continuó hasta Gondomar sin complicaciones, por un trazado entretenido y nada duro; pero el retraso que llevábamos acumulado, y comprobar que el acceso al mirador de Monte Castro era una senda perdida entre maleza, nos hizo desistir de ello y decidimos continuar.
Por fin llegamos a la “orilla” del río Duero (Douro para los portugueses), y a partir de aquí a disfrutar de un agradable paseo por él, contemplando los cinco espectaculares puentes que lo cruzan para unir Oporto con la orilla opuesta.
Nos lamentamos de todo el retraso sufrido, y al llegar tan tarde, no pudimos disfrutar de Oporto como teníamos planeado, y fue una verdadera pena, pues la ciudad lo vale.

Comer: sencillo, pero que comimos muy bien (lo que había a la hora que llegamos) y barato.
Dormir: Pensao Grande Oceano: en el mismo centro de Oporto, barata, habitaciones enormes, austera, pero unas camas talla XXXL. Aquí la ausencia de ascensor, si era un problema para los que nos alojamos en el último piso.